miércoles, 2 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 46

Pero, como la discusión tendría que esperar, se conformó con espetarle a Pedro:

—¿Por qué no estás en el trabajo?

—Lo estaba. Y volveré en cuanto te deje en casa. Llevo encima el busca, por si me ne  cesitan.

—No  quiero  que  irrumpas  aquí  así,  por  las  buenas  —le  dijo  mientras  recogía  el  trabajo que quería llevarse a casa.

—No he venido por las buenas. Tu jefa me ha llamado —dijo él pacientemente.

—No tenía derecho a hacerlo.

—Se preocupa por tí.

—Eso es muy amable de su parte, pero yo sé cuidar de mí misma.

—Pues demuéstralo. Vete a casa y échate una siesta.

—No  estoy  cansada  —dijo Paula,  consciente  de  que  parecía  una  niña  mimada  resistiéndose a irse a la cama.

—Si tú lo dices... —contestó él con suavidad.

Naturalmente, Pedro tenía razón. Al cabo de cinco minutos en el coche, Paula no pudo mantener los ojos abiertos. Ni siquiera se dio cuenta de que llegaban a casa. Se despertó cuando él la tomó en brazos para llevarla dentro.

—¿Qué haces? —le preguntó, luchando para que la soltara.

Pero fue en vano. Él simplemente se rió y la apretó más fuerte.

—Adivínalo.

Ella empujó contra el sólido muro de su musculoso pecho.

—Suéltame.

Él la miró a los ojos.

—Dame un respiro, Pau. Dos minutos en mis brazos, tal vez tres. ¿Es eso mucho pedir?   

 La incredulidad reemplazó a la indignación.

—¿Qué estás diciendo, que disfrutas con todo esto?

Él la estrechó un poco más contra su pecho.

—¿Tú qué crees?

Para ser totalmente sincera, ella tampoco lo estaba pasando tan mal. Se aplacó y, suspirando, le pasó un brazo alrededor del cuello.

—Vamos, Alfonso. Diviértete.

Debía admitir que  ir  en  sus  brazos  no  era  exactamente  un  sacrificio.  El  único  problema era que, cuando llegaran a la habitación, él la tiraría sin ceremonias sobre la cama y la dejaría allí, sola.Apretó la cara contra el cuello de Pedro. Durante dos minutos, tal vez tres, podía fingir que eso no sucedería. Estaba convencido  de  que  Paula Chaves lo  volvería  loco.  Pensaba  que,  cuando ambos volvieran al trabajo, la vida sería menos complicada. Había previsto evitar  a  Paula para  poder  mantener  bajo  control  sus  hormonas,  pero  las  cosas  no  le  estaban saliendo como quería. No  dejaba  de  pensar  en  ella  ni  de  día  ni  de  noche.  Se  decía  a  sí  mismo  que  se  debía  a  que  no  se  había  acostado  con  ella.  Si  lo  hubiera  hecho,  no  sentiría  ese constante y doloroso deseo, y podría olvidarse de todo. Pero no habían tenido sexo y él no podía pegar ojo. Cada minuto que pasaba lo sorprendía más la asombrosa serenidad de Paula, su fortaleza y su determinación de recuperarse completamente y retomar su vida normal. Y la prisa con que parecía querer hacerlo lo preocupaba. Paula tendría una recaída si seguía así. El lunes había sido un ejemplo perfecto de ello. Cuando había ido a buscarla a la escuela, pese a que parecía muerta de cansancio, se había puesto furiosa porque Jimena  y él  hubieran  conspirado  para  obligarla  a  irse  a  casa. Si no tenía  suficiente  sentido  común para saber cuándo tenía que descansar, ¿Cómo iba él a confiar en que lo tenía en lo  que  concernía  a  su  relación?  Por  suerte,  había  sido  lo  bastante  listo  como  para  decírselo claramente.

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