Pero, como la discusión tendría que esperar, se conformó con espetarle a Pedro:
—¿Por qué no estás en el trabajo?
—Lo estaba. Y volveré en cuanto te deje en casa. Llevo encima el busca, por si me ne cesitan.
—No quiero que irrumpas aquí así, por las buenas —le dijo mientras recogía el trabajo que quería llevarse a casa.
—No he venido por las buenas. Tu jefa me ha llamado —dijo él pacientemente.
—No tenía derecho a hacerlo.
—Se preocupa por tí.
—Eso es muy amable de su parte, pero yo sé cuidar de mí misma.
—Pues demuéstralo. Vete a casa y échate una siesta.
—No estoy cansada —dijo Paula, consciente de que parecía una niña mimada resistiéndose a irse a la cama.
—Si tú lo dices... —contestó él con suavidad.
Naturalmente, Pedro tenía razón. Al cabo de cinco minutos en el coche, Paula no pudo mantener los ojos abiertos. Ni siquiera se dio cuenta de que llegaban a casa. Se despertó cuando él la tomó en brazos para llevarla dentro.
—¿Qué haces? —le preguntó, luchando para que la soltara.
Pero fue en vano. Él simplemente se rió y la apretó más fuerte.
—Adivínalo.
Ella empujó contra el sólido muro de su musculoso pecho.
—Suéltame.
Él la miró a los ojos.
—Dame un respiro, Pau. Dos minutos en mis brazos, tal vez tres. ¿Es eso mucho pedir?
La incredulidad reemplazó a la indignación.
—¿Qué estás diciendo, que disfrutas con todo esto?
Él la estrechó un poco más contra su pecho.
—¿Tú qué crees?
Para ser totalmente sincera, ella tampoco lo estaba pasando tan mal. Se aplacó y, suspirando, le pasó un brazo alrededor del cuello.
—Vamos, Alfonso. Diviértete.
Debía admitir que ir en sus brazos no era exactamente un sacrificio. El único problema era que, cuando llegaran a la habitación, él la tiraría sin ceremonias sobre la cama y la dejaría allí, sola.Apretó la cara contra el cuello de Pedro. Durante dos minutos, tal vez tres, podía fingir que eso no sucedería. Estaba convencido de que Paula Chaves lo volvería loco. Pensaba que, cuando ambos volvieran al trabajo, la vida sería menos complicada. Había previsto evitar a Paula para poder mantener bajo control sus hormonas, pero las cosas no le estaban saliendo como quería. No dejaba de pensar en ella ni de día ni de noche. Se decía a sí mismo que se debía a que no se había acostado con ella. Si lo hubiera hecho, no sentiría ese constante y doloroso deseo, y podría olvidarse de todo. Pero no habían tenido sexo y él no podía pegar ojo. Cada minuto que pasaba lo sorprendía más la asombrosa serenidad de Paula, su fortaleza y su determinación de recuperarse completamente y retomar su vida normal. Y la prisa con que parecía querer hacerlo lo preocupaba. Paula tendría una recaída si seguía así. El lunes había sido un ejemplo perfecto de ello. Cuando había ido a buscarla a la escuela, pese a que parecía muerta de cansancio, se había puesto furiosa porque Jimena y él hubieran conspirado para obligarla a irse a casa. Si no tenía suficiente sentido común para saber cuándo tenía que descansar, ¿Cómo iba él a confiar en que lo tenía en lo que concernía a su relación? Por suerte, había sido lo bastante listo como para decírselo claramente.
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