lunes, 30 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 45

Pero, por desgracia, los acontecimientos conspiraban en su contra. Su  último  paciente  era  Valentina Foley,  de  cuatro  años  de  edad,  y  Paula comprendió  enseguida  por  qué  Jimena se  había  mostrado  preocupada  por  ella.  La  niña  no  estaba  aprovechando las lecciones de lenguaje para sordos como Paula esperaba.

—¿Estás  enfadada  conmigo?  —le  preguntó  la  pequeña  con  signos  al  final  de  la  sesión, con cara preocupada.

—No —le contestó Paula, dándole un abrazo.

—Pero no lo hago bien.

—No te preocupes. Solo necesitas practicar un poco más.

Valentina puso cara triste.

—¿Cómo? En casa, nadie quiere aprender.

Paula reprimió una maldición. Jesica Foley era una buena madre, pero tenía que ocuparse  de  otros  cuatro  niños,  además  de  Valentina.  Afrontar  la  sordera  de  su  hija  era  una  carga  demasiado  pesada  para  ella.  Llevarla a  la  clínica  dos  veces  por  semana  era  todo  lo  que  estaba  dispuesta  a  hacer.  Había  sido  imposible  convencerla  de  que  ella  también asistiera a clases. Se había negado en redondo.

—Aprenderé de Valentina—le había asegurado a Paula, pero la futilidad de su promesa era cada vez más evidente.

En cuanto a Damián Foley, tenía dos trabajos para intentar sacar adelante a su familia.  Había  ido  a  recoger  a  Valentina en  varias  ocasiones  y,  a  pesar  del  cariño  que  demostraba  por  su  hija,  todavía  parecía  empeñado  en  negarse  a  aceptar  que  su  discapacidad era permanente y que requería ciertos esfuerzos por su parte. Cuando le hablaba a la niña, subía la voz como si ello pudiera ayudarla a entenderlo.Los Foley no eran la primera familia a la que Paula había visto resistirse a asumir las  necesidades  de  un  hijo  sordo,  pero  eso  no  dejaba  de  entristecerla.  Como  en  su  propio caso y en el de Valentina, las cosas parecían empeorar cuando la sordera se producía repentina e inesperadamente.

—Nos  esforzaremos  más,  tú  y  yo  —le  dijo  a  Valentina—.  Y  hablaré  otra  vez  con  tu  mamá  sobre  las  clases.  Si  ella  no  puede  venir,  ¿Qué  te  parece  que  venga  tu  hermana  mayor? Tiene diez años, ¿No?

El semblante de la niña se iluminó.

—Martina vendrá. Sé que vendrá.

—Veré si puedo arreglarlo —le prometió Paula.

—Te quiero —dijo Valentina con gestos.

—  Yo también te quiero  —contestó  Paula—.  Ahora,  salgamos  fuera,  a  ver  si  ha  venido tu madre.

La  señora  Foley  estaba  sentada  en  su  coche,  con  el  motor  en  marcha.  Paula acompañó  a  Valentina al  coche,  pero  cuando  trató  de  hablar  con  su  madre,  esta  le  hizo  señas de que tenía prisa y arrancó antes de que pudiera decirle una palabra. Paula respiró  hondo  y  volvió  lentamente  a  la  clínica.  Al  parecer,  no  estaba  tan  recuperada como pensaba. Se sentía exhausta, pero quería asistir a la reunión semanal del personal. Jimena la observó un momento y vetó su plan.

—Estás pálida. Tienes que irte a casa.

—Voy  a  quedarme  —insistió  Paula—.  Dame  cinco  minutos  para  tomarme  una  taza  de café, y los veré en la sala de reuniones.

Había  pensado  que  Jimena se  conformaría  sin  discutir,  pero  se  equivocaba.  La  reunión acababa de empezar cuando la interrumpió la llegada de Pedro. Jimena le sonrió.

—Llegas justo a tiempo —dijo.

—¿Lo has llamado tú? —preguntó Paula, asombrada.

—Habíamos hecho un trato —dijo Jimena—. Yo lo llamaría si tú te negabas a seguir mis buenos consejos. Ahora vete a casa y descansa. Nos veremos por la mañana.

Paula  estuvo  tentada  de  quedarse  allí  plantada  y  negarse  a  marcharse,  pero  cambió  de  idea  al  ver  la  mirada  decidida  de  Pedro.  Podría  haber  expresado  su  disconformidad  allí  mismo,  pero  logró  abandonar  la  habitación  sin  hacerlo.  Al  día  siguiente, le diría a Jimena que era perfectamente capaz de decidir si podía aguantar una hora en una estúpida reunión de personal.

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