—Quédate conmigo un rato. Fuera hace un calor horroroso. Necesito quedarme unos minutos aquí, con el aire acondicionado.
Paula la miró con preocupación.
—¿Estás bien? ¿Quieres beber algo? He traído agua mineral fría.
—Eso estaría muy bien —dijo Juana.
Pedro aprovechó la oportunidad para deslizarse fuera del coche. Tenía pocas esperanzas de encontrar algo de valor entre los escombros, pero era preferible que Paula no viera rotas y cubiertas de barro las cosas que una vez había amado. Era una tarea ingrata. Pedro encontró un álbum de fotos, pero el agua había destruido casi por completo las fotografías de su interior. De todo modos lo recogió, por si acaso podían salvarse una o dos fotografías. Encontró también un joyero, pero incluso antes de abrirlo comprendió que los saqueadores lo habían vaciado. Dentro solo había una vieja insignia de la Escuela Dominical y un anillo del instituto.Entre las ruinas descubrió algún zapato desparejado, unos cuantos platos intactos, una cacerola de hierro y un juego de cubiertos de acero inoxidable. Encontró también una cortina relativamente intacta, pero las demás estaban hechas jirones. Los sofás, las sillas y la televisión estaban completamente destrozados. Acababa de recoger un osito de peluche manchado de barro y sin un ojo cuando Paula se le acercó y, agarrando el muñeco con manos temblorosas, lo abrazó mientras las lágrimas rodaban silenciosamente por sus mejillas.
—Tendrá mejor aspecto cuando le des un baño —dijo Pedro con optimismo—. Y estoy seguro que Sonia podrá coserle un ojo. Los niños siempre están rompiendo sus peluches y luego no dejan de llorar hasta que se los arregla.
—Tengo este oso desde que estuve en el hospital, cuando perdí el oído —dijo ella, con voz trémula—. Brownie y yo hemos pasado juntos por muchas cosas.
—Y han sobrevivido —dijo Pedro.
—Aunque un poco maltrechos —dijo ella, acariciando suavemente el peluche lleno de barro. Sacudió la cabeza—. No sabía qué esperaba encontrar, pero no era esto.
—El otro día, cuando te sacamos, no estabas en condiciones de mirar a tu alrededor — dijo él—. Estabas conmocionada.
—Sí, supongo que sí —dijo Paula, intentando recobrarse—. ¿Has encontrado algo más?
—He recogido algunas cosas —dijo él, mostrándoselas.
Paula las miró con calma hasta que vió el álbum de fotos. Entonces, empezó de nuevo a sollozar.
—Es como perder todo mi pasado. Como si nunca hubiera existido.
—No seas tonta —dijo Juana de repente, apareciendo a su lado—. Solo eran fotografías. Los recuerdos se llevan en el corazón. Esos no los perderás nunca. Y supongo que muchas de esas fotografías fueron tomadas por personas que todavía tendrán los negativos. Llamaremos a tus padres y a tus antiguos amigos, y recompondremos el álbum.
Paula le dirigió una sonrisa desvaída.
—Gracias.
—¿Por qué? —dijo Juana—. No he hecho nada.
— Has venido hasta aquí. Sé que no ha sido por casualidad. Pedro te llamó, ¿Verdad?
—Tal vez mencionó que estabas pensando en venir —admitió Juana—. Pero deberías habérmelo dicho tú.
—Fue una decisión repentina.Y no muy sensata.
—Te equivocas —dijo Juana—. Ha sido una decisión muy valiente. Siempre es mejor afrontar las cosas que nos dan miedo, para poder seguir adelante.
—Amén —dijo Pedro—. Ahora, ¿Qué les parece si salimos de esta sauna y nos vamos a comer? ¿A un italiano, tal vez? —le guiñó un ojo a Juana.
—Estupendo —dijo esta.
Después de lanzar una última mirada atrás, Paula dejó escapar un hondo suspiro y se dirigió al coche, todavía aferrada a su osito. Pedro puso los demás objetos en el maletero y luego las llevó a un restaurante cercano.
Juana pidió pastrami sin mirar siquiera el menú y contempló horrorizada a Paula cuando esta pidió solo un consomé.
—Con eso no se alimenta ni un pajarito. Tienes que comer algo que te dé energía —le advirtió—. Debes recobrar fuerzas.Para sorpresa de Pedro, Paula hizo caso a su amiga.
—¿Qué me sugieres?
—Tortitas de patata con salsa de manzana y crema agria —dijo Juana con decisión, y luego sonrió—. Las compartiremos, y tú podrás comerte la mitad de mi pastrami.
—Hecho —dijo Paula.
Mientras comían, Pedro vió aliviado que el color retornaba a las mejillas de Paula y que sus ojos perdían su anterior languidez. Cuando se marcharon, volvía a sonreír otra vez. Al llegar a casa de Juana, le dió a la anciana un fuerte abrazo.
—Iré a verte este fin de semana —dijo Juana—, y empezaremos a hacer esas llamadas. Tú haz una lista con toda la gente con la que quieras contactar. ¡Y anímate!
—Yo me encargaré de eso —dijo Pedro.
Juana también lo abrazó.
—Cuento con ello, jovencito. Nuestra Paula te necesita.
Pedro sabía que era verdad, pero en el fondo no podía evitar preguntarse si esa necesidad sería solo temporal. ¿Qué ocurriría cuando Paula se recuperara del todo?¿Pero no era una estupidez tener miedo del momento en que ella estaría lista para marcharse y retomar nuevamente su vida?, se preguntó.Cuando esa noche volvió a casa después del tedioso concierto de Joaquín, se sentó en el patio trasero y se preguntó cómo era posible que Paula se le hubiera metido bajo la piel tan rápidamente. Los acontecimientos de ese día lo explicaban en parte. No creía haber conocido nunca a alguien tan valiente. Su fortaleza lo había cautivado.Pero esa misma fortaleza acabaría alejándola de él, y Pedro tendría que dejarla marchar porque sabía que Paula necesitaba más que nadie valerse por sí misma. Sin embargo,, tal vez, con el tiempo, si tenía suerte, ella le permitiría quedarse a su lado.
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