viernes, 27 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 39

—Esto  es  lo  primero  que  hago  cuando  vuelvo  de  una  operación  de  rescate  en  el  ex  tranjero —dijo.

Ella vió que las arrugas de preocupación de su cara empezaban a difuminarse. Sin pensarlo, le acarició la mejilla. Su piel estaba caliente por el sol y raspaba ligeramente porque empezaba a crecerle la barba. Paula no se dió cuenta del momento preciso en que vio la llama de deseo que había en sus ojos, pero en lugar de retirar la mano, trazó titubeante la línea de su boca. Él le agarró la mano con que lo estaba acariciando y se metió uno de sus dedos en la  boca  con  un  movimiento  lento  y  provocativo  que  hizo  que  a  ella  se  le  acelerara  el  corazón. Pedro la miraba fijamente a los ojos. Paula sintió que todo su mundo se reducía a la llama de sus ojos y a la sensación de aquella lengua sobre su dedo.

—¿Tienes  idea  de  lo  que  me  haces?  —  murmuró  él,  soltándole  la  mano  con  evidente desgana; ella, incapaz de hablar, sacudió la cabeza—. Quiero besarte.

—Pues hazlo —contestó ella, notando que se le aceleraba el pulso—. Por favor.

Él pareció vacilar un momento, como si temiera que Paula cambiara de opinión. Ella trató de acercarse más, pero Pedro la mantuvo a distancia, de modo que solo sus labios se tocaran.

—¿Por  qué?  —murmuró  ella,  trémula,  deseando  desesperadamente  lo que  él  no  parecía dispuesto a darle.

Sintió  que  los  labios  de  Pedro se  movían  sobre  los  suyos  y  comprendió  que  le  estaba  respondiendo.  Deseaba  saber  la  respuesta,  pero  más  aún  deseaba  sus  besos.  Dulces, tiernos besos. Besos urgentes, ansiosos. Nunca había imaginado que los besos pudieran ser tan diversos, tan deliciosos. Cuando él por fin la soltó, Paula casi temblaba de deseo. Parpadeando por el brillo del sol, lo miró fijamente.

—¿Por qué? —le preguntó otra vez.

 Él se metió las manos en los bolsillos y la miró con determinación.

—Porque no te he traído aquí para seducirte.

—Los planes pueden cambiar   —dijo ella,   intentando   infundir una nota desenfadada a su voz.

En la cara de Pedro, una sonrisa apareció y desapareció tan rápidamente que Paula no estaba segura de haberla visto.

—En este caso, no —dijo él, con expresión inflexible.

Luchando  todavía  contra  los  efectos  de  sus  besos,  ella  intentó  adoptar  una  actitud altiva.

—¿Te importa decirme por qué?

—Porque  no  voy  a  aprovecharme  de  tí,  de  la  situación  —declaró  él,  como  si  quisiera recordárselo a sí mismo, más que a ella.

Paula se puso rígida.

—Eso es muy noble, ¿Pero por qué tienes que ser tú quien lo decida?

—Porque tú no piensas con claridad.

—¿Ah, no? —dijo ella con calma, aunque empezaba a bullirle la sangre.

—No me mires así. Has pasado por una experiencia traumática.

—  Pero  el  cerebro  todavía  me  funciona  bastante  bien  —replicó  ella—.  Creo  que  aún soy capaz de tomar decisiones racionales.

—Puede que sí —dijo él—. Pero esto no tiene nada que ver con la razón, sino con las hormonas. Y ambas cosas se excluyen mutuamente.Su tono de superioridad la ofendió.

—Veamos.  Aclaremos  una  cosa  —dijo  ella,  intentando  controlar  su  furia—.  Tú,  que  eres  una  criatura  inteligente  de  sexo  masculino,  puedes  tomar  una  decisión racional por los dos, pero yo, una simple mujer, no puedo. ¿Es eso?

Él frunció el ceño.

—No sé por qué te lo tomas así. Yo solo trato de hacer lo correcto.

—Lo  que  tú  consideras  que  es  lo  correcto  —lo  corrigió  ella—.  Ese  es  el  razonamiento más ridículo, paternalista y machista que he oído en toda mi vida.

—Paula...

—¡Nada  de  Paula!  —gritó  ella—.  ¿O  quieres  que  haga  algo  irracionalmente  femenino y te tire por la borda?

Él la miró, impresionado.

—No te atreverás.

—No me pongas a prueba —contestó ella.

Paula se dió media vuelta, bajó las escaleras que llevaban a la cubierta inferior y se  metió  en  el  camarote.  Buscó  un  refresco,  lo  abrió  y  dió  un  larguísimo  trago  para  refrescarse la garganta seca y enfriar su acalorado humor. Pedro era  un  necio  machista.  Ella  se  había  mostrado  dispuesta  y  accesible,  y  la  había  rechazado.  Y  no  sabía  qué  la  irritaba  más:  que  se  le  hubiera  resistido  o  que  creyera que era incapaz de pensar por sí misma. Pero, en cualquier caso, el infierno se helaría antes de que le diera una segunda oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario