lunes, 2 de abril de 2018

Inevitable: Capítulo 58

—Sí —dijo Paula.

Hubo  un  momento  de  silencio  y  cuando  Paula pensó  que  la  conversación  se había acabado, él comentó:

—Tenías razón.

—¿Razón?

—Acerca de tí y de mí. Acerca de romper.

Paula abrió los ojos ligeramente.

—¿Cómo... cómo?

—Llame a tu casera.

Paula tenía los ojos abiertos como platos.

—¿Mi casera?

—Karina—David se encogió de hombros—. Quería entender. Necesitaba saber lo  que  había  pasado.  Me  preguntaba  si  habría  sido  un  error  haberte  dejado  ir  en  primer lugar.

—Tú  no  me  dejaste  —le  contradijo  con  rigidez  Paula—.  No  hubieras  podido  detenerme.

David asintió.

—Ya.  Ahora  me  doy  cuenta.  Después  de  hablar  con  Cecilia comprendí  muchas  cosas.

—¿Que has hablado con Cecilia?

—Sí.  Karina no  sabía  nada,  pero  me  dijo  que  su  hermana  podría  saberlo,  así  que  me  dio  su  número  de  teléfono  y  hablé  con  ella  —se  detuvo  y  se  aclaró  la  garganta.  Sus  mejillas  se  pusieron  más  sonrosadas— me  contó...  que...  bailaste desnuda para Alfonso.

Paula se quedó boqueando y miró a su alrededor con frenesí. ¡Por suerte nadie los había oído!

—¿Que te lo dijo? ¿Que te dijo...?

Pero no podía hacer más que abrir y cerrar la boca como un pez.

—Me contó que fue un error, pero yo pensé: ésa no es Paula. No es la Paula que yo conozco. La Paula que yo conozco nunca hubiera... —se encogió de hombros de nuevo—.  Y  cuanto  más  lo  pensaba,  más  pensaba  que  tenías  razón.  Somos  adultos.  Nos prometimos hace mucho tiempo y nunca nos cuestionamos si sería lo mejor para nosotros cuando nos hiciéramos mayores. Bueno, eso no es cierto del todo. Tú si te lo cuestionaste. ¿De eso se trataba todo el viaje, no?

David la estaba mirando con intensidad y curiosidad. Y Paula tuvo que asentir porque era verdad.

—Pensé  que  descubriría  que  éramos  adecuados  el  uno  para  el  otro.  De  verdad  que sí. No iba con la intención de romper nada.

—Ya lo sé —dijo David con voz casi dulce. Se frotó la parte, posterior del cuello con aire indeciso—. Siento haberle dado un puñetazo.

—No fue culpa suya, David.

—Es un tonto.

—No.

—Sí; si no te quiere, lo es. Un maldito tonto. Eso le dije a Cecilia.

—¿Que le dijiste...?

Paula estaba horrorizada, pero David asintió con satisfacción.

—Y Cecilia está de acuerdo.

—¿Qué han estado hablando de mí?

—Hum. Es una chica muy maja, esa Cecilia. Sí, lo es. Sonrió  de  nuevo.

 Había  algo  en  su  sonrisa  que  le  hizo  a  Paula entrecerrar  los  ojos. ¿David y Cecilia? No parecía posible. Pero cosas más extrañas pasaban en la vida.Desde  luego,  tenían  más  posibilidades  de  ser  felices  de  las  que  ella  tenía  enamorándose de Pedro. Ladeó la cabeza.

 —Dime —le dijo a David—. ¿Qué te parece el pelo púrpura?


Pedro se sentía fatal.Era comprensible. Su vida era un caos. Sus prioridades se habían derrumbado. Y sus resoluciones de tanto tiempo atrás habían reventado.«Lo sabías», se dijo a sí mismo. «Sabías que te traería problemas». Pero saberlo no le servía de nada.Quería llamar a Sonia y contárselo todo, decirle que no había tenido derecho de enviarle a Paula para causar tales estragos en su vida. Pero, por supuesto, no lo hizo.No  le  había  contado  nada  íntimo  a  su  hermana  en  años  y  no  iba  a  empezar  ahora. Además, lo superaría. Había superado lo de Catalina, ¿No?Quizá una o dos semanas y ya no volvería a pensar en ella. Le  habría  ayudado  si  estuviera  trabajando.  Estaba  seguro  de  que  si  Paula hubiera  seguido  en  Nueva  York,  hubiera  ignorado  su  tobillo  roto  y  hubiera  ido  a  trabajar  de  todas  formas.  Ella  era  lo  bastante  rápida  e  inteligente  y  tenía  muy  estudiada  su  visión  particular  como  para  poder  haber  sacado  ella  las  fotos  bajo  su  dirección.

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