—Sí —dijo Paula.
Hubo un momento de silencio y cuando Paula pensó que la conversación se había acabado, él comentó:
—Tenías razón.
—¿Razón?
—Acerca de tí y de mí. Acerca de romper.
Paula abrió los ojos ligeramente.
—¿Cómo... cómo?
—Llame a tu casera.
Paula tenía los ojos abiertos como platos.
—¿Mi casera?
—Karina—David se encogió de hombros—. Quería entender. Necesitaba saber lo que había pasado. Me preguntaba si habría sido un error haberte dejado ir en primer lugar.
—Tú no me dejaste —le contradijo con rigidez Paula—. No hubieras podido detenerme.
David asintió.
—Ya. Ahora me doy cuenta. Después de hablar con Cecilia comprendí muchas cosas.
—¿Que has hablado con Cecilia?
—Sí. Karina no sabía nada, pero me dijo que su hermana podría saberlo, así que me dio su número de teléfono y hablé con ella —se detuvo y se aclaró la garganta. Sus mejillas se pusieron más sonrosadas— me contó... que... bailaste desnuda para Alfonso.
Paula se quedó boqueando y miró a su alrededor con frenesí. ¡Por suerte nadie los había oído!
—¿Que te lo dijo? ¿Que te dijo...?
Pero no podía hacer más que abrir y cerrar la boca como un pez.
—Me contó que fue un error, pero yo pensé: ésa no es Paula. No es la Paula que yo conozco. La Paula que yo conozco nunca hubiera... —se encogió de hombros de nuevo—. Y cuanto más lo pensaba, más pensaba que tenías razón. Somos adultos. Nos prometimos hace mucho tiempo y nunca nos cuestionamos si sería lo mejor para nosotros cuando nos hiciéramos mayores. Bueno, eso no es cierto del todo. Tú si te lo cuestionaste. ¿De eso se trataba todo el viaje, no?
David la estaba mirando con intensidad y curiosidad. Y Paula tuvo que asentir porque era verdad.
—Pensé que descubriría que éramos adecuados el uno para el otro. De verdad que sí. No iba con la intención de romper nada.
—Ya lo sé —dijo David con voz casi dulce. Se frotó la parte, posterior del cuello con aire indeciso—. Siento haberle dado un puñetazo.
—No fue culpa suya, David.
—Es un tonto.
—No.
—Sí; si no te quiere, lo es. Un maldito tonto. Eso le dije a Cecilia.
—¿Que le dijiste...?
Paula estaba horrorizada, pero David asintió con satisfacción.
—Y Cecilia está de acuerdo.
—¿Qué han estado hablando de mí?
—Hum. Es una chica muy maja, esa Cecilia. Sí, lo es. Sonrió de nuevo.
Había algo en su sonrisa que le hizo a Paula entrecerrar los ojos. ¿David y Cecilia? No parecía posible. Pero cosas más extrañas pasaban en la vida.Desde luego, tenían más posibilidades de ser felices de las que ella tenía enamorándose de Pedro. Ladeó la cabeza.
—Dime —le dijo a David—. ¿Qué te parece el pelo púrpura?
Pedro se sentía fatal.Era comprensible. Su vida era un caos. Sus prioridades se habían derrumbado. Y sus resoluciones de tanto tiempo atrás habían reventado.«Lo sabías», se dijo a sí mismo. «Sabías que te traería problemas». Pero saberlo no le servía de nada.Quería llamar a Sonia y contárselo todo, decirle que no había tenido derecho de enviarle a Paula para causar tales estragos en su vida. Pero, por supuesto, no lo hizo.No le había contado nada íntimo a su hermana en años y no iba a empezar ahora. Además, lo superaría. Había superado lo de Catalina, ¿No?Quizá una o dos semanas y ya no volvería a pensar en ella. Le habría ayudado si estuviera trabajando. Estaba seguro de que si Paula hubiera seguido en Nueva York, hubiera ignorado su tobillo roto y hubiera ido a trabajar de todas formas. Ella era lo bastante rápida e inteligente y tenía muy estudiada su visión particular como para poder haber sacado ella las fotos bajo su dirección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario