viernes, 27 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 40

¡Mujeres!  Pedro se  sentó  en  la  cubierta  y  se  preguntó  si  alguna  vez  llegaría  a  entenderlas.  Se  dijo  que  era  más  bien  improbable,  incluso  para  un  hombre  que  había  crecido con cuatro ruidosas hermanas.A  decir  verdad,  su  incapacidad  para  entender  las  complejidades  del  sexo  femenino  le  había  tenido  sin  cuidado  hasta  la  semana  anterior,  pero,  por  alguna  estúpida razón, deseaba comprender lo que le pasaba a Paula. Creía saber lo que la había hecho enfadar: lo que él veía como un comportamiento honroso,  al  parecer  la  exasperaba  terriblemente.  Y  él  empezaba  a  preguntarse  si  estaba  loco.  La  mujer  a  la  que  deseaba  se  le  había  ofrecido,  y  él  la  había  rechazado.  Quizá necesitara un psiquiatra.Hubiera dado cualquier cosa por beber algo fresco, pero no se atrevía a bajar al camarote y encontrarse con Paula. Esta parecía estar de un humor imprevisible, y él no era  un  santo.  La  siguiente  vez  que  se  le  ofreciera,  no  se  preocuparía  de  lo  que  era  correcto y decente.Oyó sus pasos subiendo las escaleras y se obligó a seguir mirando el mar, con los ojos  protegidos  por  las  gafas  de  sol.  Casi  se  cayó  del  asiento  al  sentir  un  chorro  de  agua helada sobre el pecho.

—Maldita sea, Paula—murmuró, y vió que a ella le brillaban los ojos de satisfacción.

—Pensé que tal vez te apetecería algo fresco —dijo ella dulcemente.

—Habría preferido bebérmelo, no que me lo derramaras por encima —refunfuñó él, pero aceptó la lata de tónica que ella le ofrecía—. Gracias.

—De nada. Si tienes hambre, puedo traer la comida.

La  miró  con  incertidumbre.  ¿Estaba  intentando  disculparse  por  su  reacción  anterior? ¿O querría envenenarlo de algún modo?

—Todavía  no  —  dijo,  quería  un  poco  más  de  tiempo  para  saber  de  qué  humor  estaba ella. Señaló el asiento contiguo al suyo—. ¿Quieres sentarte?

—Prefiero estar de pie.

—Como quieras.

Por  desgracia,  su  decisión  de  permanecer  de  pie  dejaba  sus  piernas  al  nivel  de  los ojos de Pedro. Este parecía incapaz de apartar la mirada de sus muslos, desnudos y ligeramente  bronceados,  mientras  se  preguntaba  qué  haría  para  mantener  aquel  tono  muscular, qué tacto tendría su piel y cómo sabría. Y otras muchas cosas en las que no tenía sentido pensar, se dijo secamente. Alzó la vista y vió que ella lo observaba con el ceño fruncido.

—¿Va todo bien? —le preguntó.

—Perfectamente —respondió él, irritado—. Todo va perfectamente.

— Sí, ¿Verdad? —murmuró ella con una sonrisa de satisfacción.

Luego  se  giró  y  se  acercó  a  la  proa  de  la  barca,  contoneando  las  caderas.  Ese  contoneo  era  deliberado,  pensó  Pedro,  como  todo  lo  demás.  Al  parecer  su  dulce,  vulnerable y valiente Paula estaba decidida a vengarse. Pedro pensaba  que  el  día  no  podía  ponerse  peor,  pero  se  equivocaba.  Cuando  llegaron a casa justo después de las cinco, se la encontraron llena de gente. Su familia se  había  cansado  de  esperar  una  invitación  para  conocer  a  la  misteriosa  invitada  y  había decidido presentarse sin más. Paula se alarmó. Cuando vió a Sonia y a los niños, enseguida adivinó quiénes eran los demás, y miró a Pedro con espanto.

—¿No podemos escaparnos?

—Hoy ya lo hemos intentado una vez y no ha salido muy bien —dijo él—. No será tan horrible.

—Para tí es fácil decirlo. Es tu familia.

—Lo que significa que yo me llevaré la peor parte del interrogatorio —dijo él—. Contigo se portarán bien.

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