Paula ignoraba a cuál de los dos lo sorprendió más la invitación. Él pareció querer retractarse al instante de las palabras que acababan de salir de su boca. Y ella, que no quería molestar a sus amigos, tampoco estaba dispuesta a molestar a un hombre cuyo deber hacia ella había acabado al salvarle la vida.
—Eso es muy amable de tu parte, pero... —comenzó a decir, intentando tranquilizarlo.
—Yo no paso mucho tiempo en casa — añadió él rápidamente, cortando su protesta—. Pero sí lo suficiente para contentar a los médicos, y así tendrás un techo hasta que decidas qué vas a hacer —antes de que ella siguiera su primer impulso y declinara la oferta, él pareció tomar una decisión —. No aceptaré un «no» por respuesta —dijo, dirigiéndose a la puerta—. Hablaré con los médicos.
Paula saltó de la cama y se puso entre la puerta y él. El tobillo le dió una punzada de dolor por el esfuerzo.
—No lo harás —declaró—. No voy a ser una carga para nadie, y menos para alguien a quien apenas conozco.
—No parece que tengas muchas opciones —dijo él, sin apartar la mirada.
—Claro que las tengo —insistió ella, aunque la mayoría de ellas eran impracticables o insoportables para alguien que amaba su independencia y que no quería perderla ni siquiera temporalmente.
—Dime una.
—Me iré a un hotel y pagaré a una enfermera — dijo, aferrándose a la primera idea que se le ocurrió.
—¿Para qué, si puedes venirte conmigo? ¿Es que puedes permitirte tirar el dinero?
—Mi seguro de hogar pagará el hotel; y mi cobertura médica, la enfermera —dijo, triunfante, rezando para que fuera cierto.
—¿Y dónde encontrarás ese hotel? —preguntó él.
—En Miami hay cientos de ellos.
—Y la mayoría están repletos de turistas dispuestos a pagar doscientos o trescientos dólares por noche, o de agentes de seguros y contratistas de obras que han venido al olor del negocio, o de gente desplazada por el huracán y que llegó allí antes que tú.
Paula suspiró. Probablemente, Pedro tenía razón.
—Entonces me iré a una residencia. ¿Qué hay de malo en ello? Solo serán unos pocos días.
Pedro se encogió de hombros.
— Si eso es lo que quieres —dijo dulcemente—. Comida de pensión. Olor a desinfectante. Una dura cama de hospital. Si prefieres eso a mi cómoda habitación de invitados y a las comidas caseras de mi madre, entonces adelante.
No jugaba limpio. La habitación del hospital ya se le estaba cayendo encima. Dudaba que un cambio a otra institución sanitaria fuera una mejoría. Y ya estaba harta de las comidas insípidas del hospital. La comida cubana era su favorita. Se le hizo la boca agua al pensar en las bananas fritas.Pero ¿podía mudarse a casa de un hombre que era prácticamente un extraño? Y, sobre todo, ¿De un hombre que revolucionaba sus hormonas de forma tan desconcertante? Como si Pedro supiera lo que estaba pensando, le lanzó una sonrisa irresistible.
—No intentaré seducirte, si eso es lo que piensas.
— Claro que no lo pienso —protestó ella con excesiva vehemencia, mientras un rubor culpable se extendía por sus mejillas—. No seas ridículo.
La sonrisa de él se agrandó.
— Si tú lo dices, amiga mía...
¿Amiga? ¿Eso era para él? Para haberse conocido cuarenta y ocho horas antes ya era bastante, pero, por razones que no se atrevía a explorar más de cerca, a Paula le pareció vagamente insultante.Como si contradijera sus propias palabras, él alzó la mano y le acarició la mejilla, dejando que su pulgar rozara, ligera pero sensualmente, sus labios.
—Vamos, Paula. Solo unos días. Es una forma de salir de aquí. Eso es lo que quieres, ¿No?
Ella tragó saliva. Más que nada en el mundo, pensó. Más que nada en el mundo, quería salir del hospital e ir a la casa de Pedro Alfonso. Pero ese poderoso deseo la asustaba.Ni una sola vez en los últimos años se había dejado llevar por sus propios deseos. Se había vuelto cauta, práctica y reservada. Casi sin darse cuenta, se había vuelto como sus padres.Y hacía dos noches había estado a punto de morir. Quizá era hora de que volviera a vivir cada minuto de cada día.
-Si estás completamente seguro de que no seré un estorbo —dijo por fin, procurando no prestar atención a la oleada de calor que le producía aquella sencilla caricia en la mejilla—. Y solo unos días.
Él la miró a los ojos.
—Solo unos días —repitió suavemente.
Inclinó la cabeza y su boca quedó a unos pocos centímetros de la de ella. Paula deseó con todas sus fuerzas que se acercara más, pero él se retiró, con expresión repentinamente preocupada.
—Lo siento —dijo bruscamente—. Iré a buscar al médico.Y se fue.
«Lo siente», pensó Paula, sentándose en el borde de la cama. Sentía haber estado a punto de besarla. Ella temblaba de deseo... ¿Y él lo sentía? Si hubiera podido desdecirse de su trato en ese preciso momento, lo habría hecho, pero él le preguntaría la razón. Y decírsela sería demasiado humillante. Pero podría mantener bajo control aquel loco deseo durante unos días, sobre todo si él pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa, como había dicho. Era probable que aquello fuera solo una reacción hormonal ante la proximidad de la muerte. Probablemente no tenía nada que ver con Pedro Alfonso.Entonces él volvió a entrar en la habitación y Paula sintió que el pulso se le aceleraba al verlo. De acuerdo, pensó, desalentada: sí que tenía que ver con él.Pero podría controlarlo. Tenía que hacerlo.
—Ya está todo arreglado —anunció él—. Vámonos a casa.
La mención de esa palabra la conmovió. En los últimos dos días el corazón se le había llenado de emociones. Al pensar en su propia casa, ya irreconocible, tuvo que luchar contra el aguijón de las lágrimas. Pedro la miró, alarmado.
—¿Qué ocurre? —preguntó—. ¿Qué he dicho? —antes de que Paula pudiera responder, dió un suspiro y se arrodilló frente a ella, tomándola de la mano—. ¿«Casa»? Ha sido eso, ¿Verdad? Lo siento. Reconstruirás la tuya, Paula, ya lo verás.
—Claro —dijo ella con entereza—. Solo me ha sorprendido un instante pensar que ya no tengo un hogar.
— Bueno, por ahora tienes el mío —le aseguró él.
Aquella oferta la reconfortó. Solo sería una solución temporal, pero bastaba por el momento. Por primera vez desde que comenzara toda aquella dura prueba, no se sintió atemorizada y sola.
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