lunes, 16 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 17

Satisfecho  por  haber  hecho  cuanto  podía  por  evitar  que  Paula sufriera  una reunión de las Alfonso al completo, Pedro colgó y se concentró en la cena. Tenía filetes en el congelador y bastantes ingredientes para hacer una ensalada. No sería una cena de  gala,  pero  sí  alimenticia.  Paula necesitaba  recuperar  fuerzas,  y  él  iba  a  necesitar  todas las suyas para mantener alejadas a su madre y sus hermanas. Mientras ella descansaba, puso el carbón en la barbacoa, descongeló los filetes en el microondas e hizo la ensalada. Puso la mesa en el patio y se aseguró de dejar los filetes  en  la  cocina,  fuera  del  alcance  de  Apolo.  Ya  había  aprendido  la  lección.  El  perro demostraba un ingenio sorprendente cuando había un jugoso filete de por medio.

—Fuera —le  ordenó.  Apolo se  quedó  al  otro  lado  de  la  puerta  mosquitera,  mirándolo con expresión de reproche—. No vas a conseguir que me sienta culpable.

—¿Culpable de qué? —preguntó Paula.

Había entrado en la cocina sin que Pedro se diera cuenta.

—Pensaba que estabas durmiendo —dijo él—. ¿No es cómoda la cama?

—La cama está bien. Y he dormido una hora.

—¿Tienes hambre?

—Un  hambre  canina.  Todo  lo  que  se  dice  sobre  la  comida  de  los  hospitales  es  cierto.  No  tiene  sabor.  ¿No  crees  que  en  un  sitio  donde  los  médicos  no  paran  de  decirte  que  comas  para  recobrar  fuerzas  tendrían  que  servir  algo  mínimamente  apetecible?

—Desde  luego  —dijo  él—.  ¿Te  gustan  los  filetes?  También  he  hecho  una  ensalada.

—Perfecto. ¿Puedo ayudarte en algo?

— Eso depende de lo que quieras beber. ¿Té helado? ¿Café? ¿Agua? ¿Cerveza?

—Un té helado estará bien. ¿Lo preparo?

Era  evidente  que  necesitaba  contribuir  en  algo,  así  que  Pedro le  señaló  el  lugar  donde  guardaba  la  tetera  y  las  bolsitas  de  té.  Pero  el  tamaño  de  la  cocina  hacía  que  chocaran  continuamente  al  moverse.  Cada  vez  que  se  rozaban,  él sentía  que  la  sangre le chisporroteaba. Era tan consciente de la presencia de Paula y sentía tantas ganas de detenerla y besarla que, finalmente, agarró los filetes y salió al patio.

—Estaré fuera —dijo—, cocinando.

Ella pareció tan aliviada como él.

—¿Vamos a cenar en el patio?

— Sí. La mesa ya está puesta.

—De acuerdo, yo saldré con el té dentro de unos minutos.

Pedro se acercó a la barbacoa, cerró los ojos y respiró hondo. Pero eso no sirvió para  calmarle  los  nervios.  Ignoraba  qué  le  pasaba.  Las  mujeres  no  solían  ponerlo  nervioso.  En  realidad,  le  encantaban.  Todas  ellas.  Podía  coquetear  con  la  mujer  más  impresionante de la tierra sin inmutarse siquiera. Podía bailar lenta, sensualmente con la mujer más sexy del mundo y no sentir más que la previsible tensión del deseo. ¿Por qué  con  Paula Chaves se  comportaba  como  un  adolescente  enamorado?  ¿Por  qué  su  cuerpo respondía como si hiciera meses que no practicara el sexo? Fuera cual fuera la respuesta, estaba seguro de que no le gustaría.

Después de que Pedro saliera, Paula se quedó perfectamente quieta y se obligó a respirar hondo para calmarse. Ningún hombre la había turbado así desde hacía muchos años. Su único consuelo era saber que él parecía tan nervioso como ella.

—Es  por  la  situación  —murmuró—.  Los  dos  estamos  un  poco  incómodos.  Al  parecer, no está acostumbrado a tener una mujer alrededor, y yo desde luego no estoy acostumbrada a encontrarme con un... hombre cada vez que me doy la vuelta.

Pero lo que sentía no era exactamente incomodidad, sino una aguda necesidad, un ansia de algo más que el roce fugaz de la pierna de Pedro contra la suya.Había perdido la virginidad hacía años, con un hombre del que había creído estar enamorada.  Quizá  lo  hubiera  olvidado  con  el  tiempo,  pero  no  conseguía  recordar  que  aquel  hombre  le  hubiera  provocado  esa  dulce  sensación  de  anhelo,  esa  indecible  ansiedad.Tenía  diecinueve  años  cuando  conoció  a  Marcos Yardley  en  una  de  sus  clases  de  música.  Unos  meses  después  hicieron  el  amor  por  primera  vez.  Paula recordaba  haberse sentido mayor y vagamente asustada cuando se decidió a dar el paso. Pero del acto  mismo  no  recordaba  gran  cosa.  Por  lo  menos  de  aquella  primera  vez,  que  había  sido apresurada e incómoda. Ni tampoco de las otras veces, si lo pensaba bien.La  relación  se  rompió  después  de  que  ella  perdiera  el  oído  y  dejara  la  universidad,  y  desde  entonces  no  había  habido  nadie  más  en  su  vida.  Como  esa  había  sido su única experiencia amorosa, había asumido que así era el sexo y no entendía por qué se le daba tanta importancia. Pero, de pronto, empezaba a sospechar que debía de haberse equivocado. Si  Pedro la  hacía  estremecerse  con  tan  solo  una  caricia  fortuita,  no  quería  ni  pensar en lo que podría provocar en ella si se esforzara un poco. Estaba  tan  distraída  que  se  olvidó  de  mirar  la  tetera.  Se  sobresaltó  cuando  él entró y se acercó al fogón para apagar el fuego.

—Estaba pitando —le explicó cuando ella lo miró interrogativamente.

—Lo siento. No estaba prestando atención. Normalmente, miro el vapor.

—No te preocupes.

—Puedes volver al patio, si quieres. Yo serviré el té.

—¿Tratas de librarte de mí, Paula?

Ella tragó saliva al ver el brillo burlón de sus ojos.

—Claro que no. ¿Por qué iba a querer librarme de tí?

—Tenía la impresión de que te pongo nerviosa. ¿No es cierto?

—No es por tí —dijo ella—. Es por la situación. Nunca he vivido con un hombre.

—¿Nunca has compartido piso?

— Sí, en la universidad.

—Pues esto es lo mismo.

Ella  trató  de  comparar  el  hecho  de  vivir  con  Pedro con  el  de  compartir  espacio  con  las  dos  adolescentes  bobaliconas  con  las  que  había  vivido  en  la  universidad. 

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