miércoles, 25 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 31

—Ya lo pensaré —dijo.

Él sonrió.

—Dímelo si no se te ocurre nada, porque yo tengo unas cuantas ideas al respecto.

—Sí —murmuró ella—. Me lo imagino.

—Grandes ideas — enfatizó él, manteniendo la mirada firmemente clavada en su boca, aunque se decía a sí mismo que se estaba comportando como un idiota... otra vez.

Paula no se arredró y lo miró directamente a los ojos.

—¿Te importaría explicarte un poco mejor?

—Oh, creo que será mejor dejarlo a la imaginación.

—Algo me dice que la tuya es un poco calenturienta —dijo ella.

—Desde que nos conocimos —admitió él—. Desde que nos conocimos.

Cuando  llegaron  a  casa  y  Paula  se  metió  en  su  habitación  para  echar  una  siesta,  Pedro  estaba  en  tal  estado  de  excitación  que  tuvo  que  cambiarse  de  ropa  y  salir  a  segar el césped, confiando en quedar exhausto antes de volver a verla a la hora de la cena.Estaba acalorado, sudoroso y cubierto de briznas de hierba cuando oyó el ruido de la puerta de un coche al cerrarse. Gruñó al considerar las posibilidades. Fuera quien fuera, no quería ver a nadie.

—Eh, Pedro, ¿Estás ahí? —gritó Sergio mientras doblaba la esquina de la casa con un paquete de seis cervezas en la mano.

Pedro agarró una antes de que su amigo acabara de acomodarse en una tumbona, a su lado.

—Estás  hecho  un  asco  —dijo  Sergio después  de  mirarlo  un  momento—.  ¿Cómo  es-peras conquistar a la bella dama con ese aspecto?

—En  realidad,  espero  tener  un  aspecto  y  un  olor  tan  asquerosos  que  no  le  den  ganas ni de mirarme —dijo él.

—¿Y eso?

—Porque es peligrosa —dijo Pedro sin pensarlo.

—¿Cómo que es peligrosa? ¿Es que anda dormida con un cuchillo de carnicero en la mano, o algo así?

—No.

—Entonces, ¿Qué?

—Existe, eso es todo —gruñó Pedro, dando un largo trago a la cerveza helada.

—Vaya —dijo Sergio con un silbido—. Lo tienes crudo, amigo mío.

—Qué va.

—Claro  que  sí.  Estás  pensando  en  mucho  más  que  en  llevártela  a  la  cama,  ¿Verdad?

Pedro frunció el ceño.

—No seas ridículo. Yo no creo en el «y fueron felices y comieron perdices». Ya lo sabes.

—Pues no es tan malo. Quizá deberías pensártelo.

Si  Sergio le  hubiera  sugerido  que  se  tirara  por  un  puente,  Pedro no  se  habría  quedado más sorprendido.

—Y me lo dice un tipo que huyó del matrimonio antes de que la tinta de la licencia se secara...

—Yo no huí. Huyó ella. Y estamos hablando de tí, no de mí.

Pedro advirtió algo raro en la expresión de su amigo.

—¿Pasa algo con Nadia y contigo? ¿La has visto?

—Anoche —admitió Tom de mala gana.

—¿Intencionadamente o te la encontraste por ahí?

—No. Fui a verla.

—¿De veras? —Pedro no ocultó su sorpresa—. ¿Y?

— Y nada.

—¿No ocurrió nada? ¿Te echó? ¿Qué pasó?

 —Hablamos durante cinco o diez minutos. Y luego apareció su novio.

—Uf, lo siento, amigo.

—El  tipo  llevaba  un  traje  de  rayas,  por  el  amor  de  Dios  —continuó  Sergio—.  Es  contable, ya sabes, de uno de esos bufetes de abonos. Un verdadero chupatintas. Qué aburrimiento —  intentó  voluntariosamente  poner  cara  de  desdén,  pero  resultaba  evidente que estaba dolido.

—Lo siento —dijo Pedro otra vez —. ¿Crees que va en serio?

—Es exactamente lo que ella siempre ha dicho que quería.

—¿Pero  tú  crees  que  va  en  serio?  —insistió  Pedro—.  ¿Saltaban  chispas  y  esas  cosas?

—¿Y eso qué importa? Si a Nadia se le mete en la cabeza que ese tipo es lo que le conviene, encontrará algún modo de convencerse de que le gusta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario