Él parpadeó y luego apartó la mirada.
—Voy a darme una ducha. ¿Ya has desayunado?
— Sí, pero puedo prepararte algo.
Él sacudió la cabeza.
—He tomado algo en el parque.
Paula asintió, notando que la incomodidad del día anterior se apoderaba de ella otra vez. ¿Qué haría Pedro normalmente el resto del día? No quería interferir en sus planes.
—Mira, haz lo que quieras. Yo creo que voy a salir al jardín a leer un rato y luego me echaré una siesta.
—¿Con ese vestido? —preguntó él, con expresión divertida.
Ella miró hacia abajo, sorprendida.
—Claro que no. Me pondré otra cosa — señaló hacia el montón de ropa—. Tu hermana ha venido cargada.
—Ya lo veo.
Temblando ligeramente al agarrar los tiradores, Paula abrió el armario y comenzó a colocar la ropa sin apenas mirarla. Un momento después sintió un golpecito en el hombro.
—¿Sí? —se volvió para mirar a Pedro.
Con las manos metidas en los bolsillos, él parecía un poco incómodo.
—¿Quieres que salgamos a comer fuera? —le preguntó—. Si no estás muy cansada...
Ella asintió.
—Estaría bien.
—Después tengo que ir a un partido de fútbol que juegan mis sobrinos. Puedes venirte, si te apetece, o puedo traerte a casa otra vez.
Paula deseaba desesperadamente acompañarlo y sentirse como si hubiera entrado a formar parte de su gran familia, pero la verdad era que todavía se fatigaba fácilmente.
—¿Puedo decidirlo luego?
—Claro.
Pedro se marchó y ella se quedó con un montón de ropa en los brazos. Su decisión de quedarse allí le parecía más complicada con cada segundo que pasaba. La innegable atracción que había entre ellos, la generosidad de su hermana, toda una vida deseando reuniones ruidosas y vínculos familiares... Todo era demasiado tentador para ella. Le daba miedo empezar a desear algo que no estaba previsto.Pero hacía años había prometido no permitir que el miedo controlara su vida. Aquella experiencia podía ser totalmente inesperada y quizá tuviera un final doloroso, pero, mientras tanto, disfrutaría de ella cada segundo.
Pedro se dió una ducha helada para enfriarse antes de volver a mirar a Paula a la cara. Ese vestido que su hermana le había llevado debería haber estado prohibido... salvo en la intimidad de su casa, donde no le importaría verla con él puesto de día y de no che. Solo era un vestido playero, nada elegante, pero acentuaba sus potentes ojos, se ajustaba a cada curva de su cuerpo y dejaba entrever una cantidad algo excesiva de su piel satinada. Le había prometido llevarla a bailar para que pudiera lucirlo, pero ya le parecía detestable la idea de que otros hombres la miraran. Cuando fue a buscarla, después de la ducha, vió con alivio que ya se había cambiado, aunque los pantalones cortos y la camiseta que se había puesto no mejoraban mucho la situación. Paula todavía estaba demasiado tentadora. Ella frunció el ceño al ver cómo la miraba.
—¿Va todo bien?
—Claro —dijo él secamente—. ¿Estás lista?
—Cuando quieras.
Él señaló hacia la puerta y la siguió fuera, intentando apartar la mirada del contoneo de sus esbeltas caderas y de la parte que se veía de sus bonitos muslos. Como siguiera así, iba a tener que comprarse los pantalones una talla más grandes.
—¿Te apetece comer en algún sitio en especial? —le preguntó cuando entraron en el coche.
—Decide tú. Lo que a tí te venga bien.
—¿Siempre eres tan complaciente? —preguntó él, irritado.
Ella lo miró fijamente.
—Pensaba que estaba siendo considerada —dijo, tensa—. Si hay algún problema, puedo quedarme aquí.
Pedro suspiró.
—Claro que no. El único problema soy yo. Estoy cansado y malhumorado y lo pago contigo.
—Quizá sería mejor que te echaras una siesta, en vez de salir a comer —sugirió.
Pedro apretó los dientes.
—Vamos a comer —insistió, aliviado porque Paula no pudiera oír su tono de voz, que no era precisamente amable—. Conozco un lugar perfecto. Seguro que me pone de mejor humor.
Ella le lanzó una mirada irónica.
—Entonces, vamos.
Mientras conducía a través de Rickenbacker Causeway, Pedro sintió que la tensión se disolvía. Viendo el cielo azul brillante y el agua resplandeciente de Bahía Vizcaíno y del Atlántico, pensó en lo afortunado que era por vivir en un lugar así. Paula también parecía más relajada mientras observaba el mar y la estrecha franja de playa ribeteada de palmeras. La tocó en el brazo para llamar su atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario