miércoles, 18 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 23

Él parpadeó y luego apartó la mirada.

—Voy a darme una ducha. ¿Ya has desayunado?

— Sí, pero puedo prepararte algo.

Él sacudió la cabeza.

—He tomado algo en el parque.

Paula asintió,  notando  que  la  incomodidad  del  día  anterior  se  apoderaba  de  ella  otra vez. ¿Qué haría Pedro normalmente el resto del día? No quería interferir en sus planes.

—Mira, haz lo que quieras. Yo creo que voy a salir al jardín a leer un rato y luego me echaré una siesta.

—¿Con ese vestido? —preguntó él, con expresión divertida.

Ella miró hacia abajo, sorprendida.

—Claro  que  no.  Me  pondré  otra  cosa  —  señaló  hacia  el  montón  de  ropa—.  Tu  hermana ha venido cargada.

—Ya lo veo.

Temblando ligeramente al agarrar los tiradores, Paula abrió el armario y comenzó a  colocar  la  ropa  sin  apenas  mirarla.  Un  momento  después  sintió  un  golpecito  en  el hombro.

 —¿Sí? —se  volvió  para  mirar  a  Pedro. 

Con  las  manos  metidas  en  los  bolsillos,  él  parecía un poco incómodo.

—¿Quieres  que  salgamos  a  comer  fuera?  —le  preguntó—.  Si  no  estás  muy  cansada...

Ella asintió.

—Estaría bien.

—Después  tengo  que  ir  a  un  partido  de  fútbol  que  juegan  mis  sobrinos.  Puedes  venirte, si te apetece, o puedo traerte a casa otra vez.

Paula deseaba desesperadamente acompañarlo y sentirse como si hubiera entrado a  formar  parte  de  su  gran  familia,  pero  la  verdad  era  que  todavía  se  fatigaba fácilmente.

—¿Puedo decidirlo luego?

 —Claro.

Pedro se marchó y ella se quedó con un montón de ropa en los brazos. Su decisión de quedarse allí le parecía más complicada con cada segundo que pasaba. La innegable atracción que había entre ellos, la generosidad de su hermana, toda una vida deseando reuniones  ruidosas  y  vínculos  familiares...  Todo  era  demasiado  tentador  para  ella.  Le  daba miedo empezar a desear algo que no estaba previsto.Pero  hacía  años  había  prometido  no  permitir  que  el  miedo  controlara  su  vida.  Aquella experiencia podía ser totalmente inesperada y quizá tuviera un final doloroso, pero, mientras tanto, disfrutaría de ella cada segundo.


Pedro se dió una ducha helada para enfriarse antes de volver a mirar a Paula a la cara.  Ese  vestido  que  su  hermana  le  había  llevado  debería  haber  estado  prohibido...  salvo en la intimidad de su casa, donde no le importaría verla con él puesto de día y de no  che. Solo era un vestido playero, nada elegante, pero acentuaba sus potentes ojos, se  ajustaba  a  cada  curva  de  su  cuerpo  y  dejaba  entrever  una  cantidad  algo  excesiva  de su piel satinada. Le había prometido llevarla a bailar para que pudiera lucirlo, pero ya le parecía detestable la idea de que otros hombres la miraran. Cuando  fue  a  buscarla,  después  de  la  ducha,  vió  con  alivio  que  ya  se  había  cambiado,  aunque  los  pantalones  cortos  y  la  camiseta  que  se  había  puesto  no  mejoraban  mucho  la  situación.  Paula todavía  estaba  demasiado  tentadora.  Ella  frunció  el ceño al ver cómo la miraba.

—¿Va todo bien?

—Claro —dijo él secamente—. ¿Estás lista?

—Cuando quieras.

Él  señaló  hacia  la  puerta  y  la  siguió  fuera,  intentando  apartar  la  mirada  del  contoneo  de  sus  esbeltas  caderas  y  de  la  parte  que  se  veía  de  sus  bonitos  muslos.  Como siguiera así, iba a tener que comprarse los pantalones una talla más grandes.

—¿Te  apetece  comer  en  algún  sitio  en  especial? —le  preguntó  cuando  entraron  en el coche.

—Decide tú. Lo que a tí te venga bien.

—¿Siempre eres tan complaciente? —preguntó él, irritado.

Ella lo miró fijamente.

—Pensaba que estaba siendo considerada —dijo, tensa—. Si hay algún problema, puedo quedarme aquí.

Pedro suspiró.

—Claro que no. El único problema soy yo. Estoy cansado y malhumorado y lo pago contigo.

—Quizá sería mejor que te echaras una siesta, en vez de salir a comer —sugirió.

Pedro apretó los dientes.

—Vamos  a  comer  —insistió,  aliviado  porque  Paula no  pudiera  oír  su  tono  de  voz,  que no era precisamente amable—. Conozco un lugar perfecto. Seguro que me pone de mejor humor.

Ella le lanzó una mirada irónica.

—Entonces, vamos.

Mientras  conducía  a  través  de  Rickenbacker  Causeway,  Pedro sintió  que  la  tensión  se  disolvía.  Viendo  el  cielo  azul  brillante  y  el  agua  resplandeciente  de  Bahía  Vizcaíno y del Atlántico, pensó en lo afortunado que era por vivir en un lugar así. Paula también  parecía  más  relajada  mientras  observaba  el  mar  y  la  estrecha  franja de playa ribeteada de palmeras. La tocó en el brazo para llamar su atención.

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