miércoles, 4 de abril de 2018

Inevitable: Capítulo 63

Por  una  vez  el  hombre  seguro  que  conocía  pareció  incierto.  La  miraba  como  si  su vida dependiera de aquella pregunta.Y Paula estiró la mano y rozó la suya mirándolo con intensidad.

—No lo siento si tú me amas también.

El sonido que él emitió fue entre una carcajada y un gemido de alivio.

—Más de lo que hubiera soñado amar a nadie. No quería volver a enamorarme de nuevo.

—¿De nuevo?

Pero  no  necesitaba  la  respuesta.  Ya  sabía  lo  que  necesitaba  saber.  Sabía  que  la  amaba. Pero Pedro asintió con gravedad.

—Catalina.

—¿Catalina Neale? ¿Estuviste enamorado de Catalina Neale?

—No sólo enamorado, sino casado.

—¿Qué?

Él sonrió con debilidad.

—Fue  hace  mucho  tiempo.  Ninguno  de  los  dos  éramos  nadie.  Yo  estaba  trabajando en Nueva York con Carlos, uno de los mejores fotógrafos de moda. Ella quería que Carlos le sacara fotografías. Tenía la seguridad de que si lo conseguía la gente  se  fijaría  en  ella.  Y  yo  era  su  puerta  de  entrada  para  él.  Sólo  era  un  estúpido  ingenuo de Iowa que acababa de llegar a la gran ciudad. ¿Qué sabía yo de nada?

—Como yo —dijo ella con suavidad.

Él asintió.

—Como  tú.  Esa  era  una  de  las  razones  por  las  que  no  quería  que  te  quedaras.  Pensaba que te podía pasar lo que me había pasado a mí. Tú eras tan ingenua como yo y si yo no había podido protegerme a mí mismo, ¿cómo iba a protegerte a tí?

Paula enroscó los dedos alrededor de los de él y lo apretó. Ya entendía por qué había reaccionado así con ella desde el principio y eso la hizo amarlo aún más.Y se lo dijo. Pedro la miró.

—No hice nada digno de admiración. Intenté deshacerme de tí. Y no sólo por tu propia seguridad, sino por la mía.

—¿Me estaba metiendo bajo tu piel?

 —Se podría decir así.

La sonrisa de ella se ensanchó.

—Bien —entonces ladeó la cabeza—. Sonia nunca me contó que hubieras estado casado.

—Porque no lo sabe.

—¿Qué?

Él se encogió de hombros.

—No  lo  publiqué  por  ahí.  No  estuvimos  casados  mucho  tiempo.  Yo  sólo  pensaba pasarme el verano. Iba a volver a Collierville en otoño para abrir mi propio estudio y fotografiar a la gente, a la gente real. Como las fotos de tu departamento.

Él asintió. Eso  era  lo  que  quería.  El  trabajo  con  Carlos  era  la  forma  de  aprender  de  un  maestro.

—Como yo contigo.

Pedro lanzó un bufido.

—Pero entones conocí a Cata y me animó a quedarme. Para aprender, decía ella. Todavía no había conseguido las fotos de Carlos y mientras tanto se afanaba por las mías.

—¿El libro?Las fotos que habían capturado el corazón y el alma de Catalina.

—Sí. Yo estaba loco por ella. Nunca tenía bastante de ella. Y todo el tiempo ella sólo pretendía usarme como peldaño para llegar hasta Carlos.

—Tus fotos eran maravillosas.

—Eran penosas. Ahí desnudé mi corazón y no volví a hacerlo nunca.

Paula ya  lo  había  notado.  Se  había  concentrado  en  los  cuerpos  y  había  dejado  las almas escondidas.

—¿Y qué pasó por fin?

—Yo  creía  que  para  navidad  traería  a  mi  esposa  a  casa  y  nos  quedaríamos  a  vivir aquí, pero ignoraba los planes de Cata. Me dijo lo que pensaba que yo quería oír. Fui un tonto. El día de Acción de Gracias nos invitó Carlos a la fiesta de su casa. Ella lo  sedujo  y  coqueteó  con  él  delante  de  mí.  Consiguió  sus  fotos.  Me  dejó  antes  de  navidad,  se  fugó  a  Las  Vegas  con  mi  jefe  y  se  convirtió  en  la  esposa  de  Carlos Volano.

—¿Y nadie lo supo nunca?

—En aquella época a nadie le importaba nuestra vida privada. Sólo llevábamos unos meses casados. Sonia estaba embarazada de Tomás entonces y estaba teniendo un embarazo  muy  difícil,  así  que  no  le  dije  que  fuera  a  mi  boda.  Pensaba  darle  una  sorpresa al volver por navidad. Pero la sorpresa me la llevé yo.

—¡Oh, Pedro!

Paula lo rodeó con sus brazos, lo abrazó y lo besó. Quería borrar todo el dolor y la pena del pasado.

—Fue una tonta.

Él se encogió de hombros.

—Era una manipuladora. Y yo me juré que nunca dejaría acercarse a una mujer tanto en mi vida. Y ninguna lo ha hecho. Excepto tú.

—Yo nunca...

—¡Eso ya lo sé! Tú no tienes nada que ver con ella.

—Espero que eso sea un cumplido.

Él se rió y le revolvió un rizo dorado.

—Lo es. Es el mayor cumplido que conozco —se detuvo y la miró con seriedad a los ojos—. Y también es una proposición. ¿Quieres casarte conmigo? ¿Aguantarme? ¿Envejecer conmigo? Te quiero, Pau.

—Bueno, si lo dices así...

Entonces  se  arrojó  de  nuevo  sobre  él.  Y  fue  una  suerte  que  ya  estuvieran  sentados porque lo tiró de espaldas. Él se rió. Tenía los ojos empañados, pero se rió.

—¿Es eso un sí, Pau mía?

Y ella se rió con él, le sonrió con los ojos y le prometió que para siempre con su corazón. Lo besó con pasión y él le devolvió los besos hasta que se quedaron ambos sin respiración.Y aún la miró de nuevo esperando.

—¿Pau?

Ella le dió un beso más y la promesa de una vida entera a su lado con él.

—Creo, Pedro, que eso es un sí.




FIN

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