miércoles, 11 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 11

—¿Y las otras? —preguntó Paula.

—Carolina es  la  siguiente.  Tiene  treinta  y  cinco  años  y  está  casada  con  un  médico.  Solo  tienen  un  hijo  por  ahora,  porque  esperaron  hasta  que  su  marido  tuvo  consulta  propia  para  formar  una  familia.  Mi  madre  reza  por  ella  todos  los  días.  No  será  feliz hasta que tenga tantos nietos que pueda poner con ellos su propia escuela.

—¿Y  tus otras  hermanas    cooperan?   —preguntó   Paula con    curiosidad,    imaginándose las ruidosas reuniones familiares.

—Daniela  y  Luciana son  gemelas.  Mi  madre  temía  que  no  se  casaran  nunca,  porque se lo pensaron mucho. Ninguna se casó antes de los treinta, hasta que tuvieron sus propias carreras. Daniela es agente de bolsa y Luciana es maestra. Daniela tiene dos hijas e insiste en que no quiere más. Luciana tiene un hijo y una hija, pero está esperando otra vez y el médico le ha dicho que son gemelos. No hace falta decir que mi madre está en éxtasis.

—Creo  que  me  gustaría  mucho  tu  madre  —  dijo  Paula,  pensativa—.  Y  tus  hermanas.  Yo  quiero  mucho  a  mis  padres,  pero  ellos  no  querían  tener  hijos.  Son  profesores  de  universidad  y  les  encanta  la  tranquila  vida  académica.  Yo  fui  un  imprevisto.  No  es  que  no  me  quisieran:  me  dieron  todo  lo  que  una  niña  podía  desear,  pero  siempre  supe  que  era  un  estorbo  en  su  vida.  Se  horrorizarían  si  supieran  que  lo  sé.

Pedro entrecerró los ojos.

—¿Saben que estás en el hospital?

—Sí, y antes de que los juzgues, te diré que se ofrecieron a venir. Pero estamos a principios de curso...

—¿Y qué?

—No podía pedirles que vinieran. Interrumpiría sus clases.

Pedro la miró con incredulidad.

—No puedes hablar en serio. ¿No han venido por eso?

—No  han  venido  porque  yo  se  lo  dije  —  contestó  Paula a  la  defensiva—. Habríamos acabado en un hotel, de todos modos. No tenía sentido.

—Acabas de pasar por un huracán —dijo él, indignado—. Tu casa está en ruinas. Y tú, en el hospital. Deberían haber tomado el primer avión, digas lo que digas.

Paula no quería admitir que, en el fondo, había esperado que lo hicieran. Pero, en lugar de eso, sus padres le habían hecho caso, porque les convenía. Eso no significaba que  no  la  quisieran.  Solo  que  eran  prácticos.  Y  nunca  habían  sido  especialmente  cariñosos, excepto esas semanas después de que perdiera el oído. Era terrible pensar que había hecho falta algo así para llamar su atención.

—No pienso defender a mis padres delante de tí —dijo ella, tensa.

Él  pareció  a  punto  de  decir  algo  más,  pero  guardó  silencio,  con  expresión  preocupada. Paula esperó y, luego, él la miró a los ojos.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó.

—Quedarme  aquí  un  día  o  dos,  supongo.  Luego  la  compañía  de  seguros  sin  duda  insistirá en que el hospital se libre de mí sea como sea. O a lo mejor me mandan a una residencia para la rehabilitación, si es que mi seguro lo cubre.

—¿A una residencia? ¿A tu edad?

—No tengo muchas opciones —dijo Paula—. Además, no creo que lleguemos a eso. Me estoy recuperando muy rápidamente.

—Al  entrar,  te  ví  cojear.  Seguramente  ni  siquiera  deberías  estar  levantada,  ¿Verdad?

Los  médicos  habían  insistido  en  que  guardara  reposo  unos  días  para  curarse  el  tobillo y la rodilla, pero ella no podía permitirse el lujo de esperar. Tenía que probarse que podía arreglármelas sola.

—No es nada —insistió.

—Se  lo  puedo  preguntar  a  tu  médico  —la  desafió  él—.  ¿Crees  que  estará  de  acuerdo?

Ella frunció el ceño.

—De  veras,  no  tienes  que  preocuparte  por  mí.  Tú  hiciste  tu  trabajo.  Ya  me  las  arreglaré.

—Paula...

—De  veras  —dijo  ella,  cortando  su  protesta—.  Esto  no  es  problema  tuyo.  La  asistente social está buscando una solución.

—Ya me lo imagino —dijo él secamente.

Se levantó y se acercó a la ventana, como si fuera hubiera algo que lo fascinara. Paula utilizó ese tiempo para estudiarlo. Aunque no la hubiera rescatado de entre los  escombros,  su  fuerza  le  habría  resultado  evidente.  Era  esbelto,  pero  bajo  los  vaqueros ceñidos y la camiseta se distinguían claramente los músculos de sus brazos, piernas y hombros.Ricky  parecía  estar  luchando  consigo  mismo  mentalmente.  Paula no  dudaba  que  tenía  que  ver  con  ella.  Parecía  tener  una  extraña  sensación  de  responsabilidad  hacia  ella, que nada de lo que había dicho parecía haber aminorado. Finalmente, se volvió para mirarla y dijo con aplomo:

—Tengo la solución.

—¿Para qué?

—Para tu situación —dijo él con cierta impaciencia.

 —¿Cuál es?

—Necesitas un sitio donde quedarte.

Ella le contestó lo mismo que le había dicho a Juana poco antes.

—Eso no es problema tuyo. Ya se me ocurrirá algo.

—Estoy seguro de que sí, pero ahora quieres salir de aquí, ¿No?

Ella no podía negarlo.

—Sí, claro.

—De acuerdo. Entonces puedes venir a mi casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario