lunes, 16 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 18

Sacudió la cabeza.

—¿Tú tuviste compañeros de cuarto en la universidad?

—  Yo no estudié  fuera.  Me  quedé  aquí,  en  la  ciudad.  Pero  luego  compartí  piso  durante un año.

—¿Con un chico?

Él asintió.

—¿Y era lo mismo que esto?

 —Qué va —dijo él, y luego suspiró—. Sí, ya sé lo que quieres decir.

—¿Y  qué  vamos  a  hacer?  —preguntó  ella,  decidida  a  discutir  la  cuestión  racionalmente y a mantenerla bajo control. Ricky se quedó pensando.

—Tengo una idea.

—¿Cuál?

Él dió un paso hacia delante y Paula retrocedió instintivamente hacia la encimera. Pedro apoyó las manos a ambos lados de ella, sobre la encimera, atrapándola.

—Esta —dijo, inclinando la cabeza hasta que sus labios casi se tocaron.

Paula sintió  el  calor  del  cuerpo  de  Pedro y  su  aliento  rozándole  las  mejillas.  El  deseo  se  agitó  dentro  de  ella  mientras  esperaba,  anhelante,  que  él  recorriera  la  distancia infinitesimal que separaba sus bocas. Cuando  por  fin  lo  hizo  y  sus  labios  se  tocaron,  una  sorprendente  sensación  de  calma  se  apoderó  de  ella.  El  beso  de  Pedro era  tan  leve  como  la  caricia  de  una  mariposa, e increíblemente   tierno para venir de   un   hombre que exudaba  una  masculinidad  tan  poderosa.  Era  tan  deliberadamente  suave  que  excitó  aún  más  el  deseo de Paula, haciéndole ansiar cosas que nunca había imaginado y que la llenaban de perplejidad. Se  le  aceleró  el  pulso.  Su  cuerpo  se  llenó  de  tibieza.  Pero,  por  encima  de  todo,  sintió  el  roce  delicioso  y  persuasivo  de  aquella  boca,  pidiéndole  más  pero  sin  exigirle  nada. Cuando  él  se  retiró  lentamente,  ella,  sin  querer,  dejó  escapar  un  «no».  Los  labios de Pedro se curvaron en una sonrisa cuando volvieron a posarse sobre los suyos. Paula suspiró  cuando  la  dejó  de  nuevo  y  luego  evitó  su  mirada,  hasta  que  él  la  tomó de la barbilla y suavemente la obligó a mirarlo.

—¿Mejor ahora? —preguntó.

Ella parpadeó, intentando comprender la pregunta.

—¿Mejor?

 —Ahora que nos lo hemos quitado del medio —le explicó él—. Era algo que tenía que ocurrir tarde o temprano.

¿Lo era? Paula no sabía que lo fuera cuando había acordado instalarse en su casa temporalmente.  Tal  vez  lo  había  deseado,  pero  ni  por  un  momento  había  pensado  que  fuera inevitable.

—¿Es  que  no  puedes  pasar  unas  pocas  horas  con  una  mujer  sin  besarla?  —le preguntó, burlona.

Él pareció vagamente dolido por la pregunta y se apartó de ella.

—No volverá  a  ocurrir   —dijo,   con  expresión seria y decidida—.   Nos aseguraremos de no coincidir en la cocina.

—¿Por qué? —preguntó ella, sin poder evitarlo.

—Porque  no  quiero  que  pienses  que  te  he  invitado  para  aprovecharme  de  tu  situación — Pedro se pasó una mano por el pelo—. Pensé que el beso aliviaría la tensión. Pero seguramente ha sido un error.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Y lo ha hecho?

—¿Hacer qué?

—¿A tí te ha servido para aliviar la tensión?

 A ella, desde luego, no. En realidad, estaba más nerviosa que nunca. Pedro pareció sorprendido por la pregunta.

—Maldita sea, Paula, no deberías preguntarme eso, ¿No crees? ¿Cómo quieres que te conteste sin que salgas huyendo?

—Quiero la verdad —dijo ella sencillamente.

Él sacudió la cabeza.

—No  creo  que  estés  preparada  para  oírla  —dijo,  deslizándose  por  la  puerta  del  patio.

Ella  se  quedó  con  la  mirada  perdida.  En  las  comisuras  de  su  boca  comenzó  a  formarse  una  sonrisa.  De  modo  que  él  también  lo  sentía,  pensó  con  un  toque  de  satisfacción femenina. Sabiéndolo, le resultó más fácil servir el té en una jarra, añadir unos cubitos de hielo y salir fuera, donde tendría que volver a mirarlo a la cara. Él estaba concentrado en los filetes y tenía el ceño fruncido. Pero tuvo la sensación de que su expresión no tenía que ver con el estado de la carne. Pedro levantó la vista cuando ella le tendió un vaso de té con hielo.

—Gracias.

—De nada  —Paula señaló  hacia  la  barbacoa—.    Esos  filetes  huelen    maravillosamente.

—Ya casi están hechos.

—¿Puedo hacer algo?

— Sentarte —dijo él y luego añadió categóricamente—. Allí.

Paula reprimió una sonrisa. ¿Temía Pedro que se le acercara demasiado? Tal vez, pero   no   era  tan descarada   como   para   hacerlo.  En lugar de eso,  se  sentó obedientemente en una silla al otro lado de la mesa de pino y empezó a beberse el té. Apolo se acercó y puso la cabeza en su regazo para que lo acariciara detrás de  las  orejas.

—¿Has  hablado  con  tu  hermana?  —le  preguntó  a  Pedro cuando  este  por  fin  se  sentó a la mesa.

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