miércoles, 18 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 22

—Tendría  que  estar  ciega,  además  de  sorda,  para  no  encontrarlo  atractivo  —admitió Paula sin dudar.

Se encogió de hombros. No iba a sacar a relucir lo del beso. Casi no se atrevía a pensar en ello, y mucho menos a decírselo a la hermana de Pedro.

—Por  algo  se  empieza  —declaró  Sonia con  evidente  satisfacción—.  Ahora,  ¿Quieres  que  le  echemos  un  vistazo  a  la  ropa  que  te  he  traído?  No  podía  decírselo  a  mis  hermanas,  así  que  todo  lo  que  he  traído  es  mío.  Era  más  sencillo  que  tratar  de  explicarles por qué no podían venir esta misma mañana. Pedro temía que conocernos a las cuatro a la vez fuera demasiado para tí.

—¿Las otras son como tú? —preguntó Paula.

Sonia se rió.

—A mí me gusta pensar que son peores, pero sí, muy parecidas.

—Pues entonces me apetece mucho conocerlas — dijo Paula sinceramente —. Pero Ricky tenía razón. Todas a la vez habría sido demasiado.

Sonia la miró comprensivamente.

—Debes  de  encontrarte  un  poco  perdida.  No  puedo  ni  imaginarme  yéndome  a  la  cama  una  noche,  en  mi  casa,  con  mis  cosas,  y  al  despertarme  descubrir  que  todo,  incluyendo la casa, ha desaparecido. ¿Ha quedado algo que pueda salvarse?

—Si te digo la verdad, no lo sé. Vine aquí directamente desde el hospital, así que no he podido volver y buscar entre los escombros para ver si queda algo.

—¿Quieres  que  vayamos  ahora?  —le  ofreció  Sonia—.  Puedo  llevarte.  Tal  vez  te  sientas mejor si recuperas algo.

Paula deseaba  desesperadamente  aceptar  el  ofrecimiento,  pero  sabía  que  no  se encontraba lo bastante fuerte físicamente para pasar por aquella dura prueba.

—Me  temo  que  todavía  estoy  un  poco  floja.  Y  el  tobillo  y  la  rodilla  me  siguen  doliendo bastante.

—Claro.  ¿En  qué  estaría  yo  pensando?  —  se  disculpó  Sonia—.  Avísame  cuando  quieras ir. Si Pedro no tiene tiempo de llevarte, yo lo haré.

—No puedo pedirte eso. Ya has hecho demasiado.

—Solo  te  he  traído  un  par  de  cosas.  ¿Qué  importancia  tiene  eso?  Si  te  soy  sincera, me alegro de librarme de ellas. Me las compré demasiado pequeñas y tengo la impresión  de  que  se  burlan  de  mí  cada  vez  que  abro  el  armario —Paula no  consiguió  ocultar una sonrisa—. Ya veo que Pedro te ha hablado de mi costumbre de engañarme a mí  misma  en  lo  que  se  refiere  al  peso  —dijo  Sonia—.  En  esta  familia  una  no  puede tener  un  secreto.  Bueno,  no  importa,  tú  les  darás  buen  uso,  así  que,  al  fin  y  al  cabo,  hice bien en comprarlas, ¿No?

—Antes de que veamos la ropa, ¿Puedes hacerme un favor? Me gustaría decirle a mi vecina que estoy aquí. Si no, irá a verme al hospital esta tarde.

—Dame el número y la llamaré ahora mismo.

Después  de  llamar  a  Juana,  Sonia condujo  a  Paula a  la  habitación  de  invitados.  Sobre la cama había un enorme montón de ropa. Pantalones cortos, pantalones anchos, blusas y vestidos, todo ello con la optimista etiqueta de la talla treinta y ocho todavía puesta.

—Lo  sé  —dijo  Sonia con  fastidio  cuando  vió  a  Paula mirando  una  etiqueta—.  No  podría  embutir  estas  caderas  en  una  treinta  y  ocho  ni  en  diez  años,  pero  tengo  derecho a soñar, ¿No? —observó a Paula—. ¿A tí te quedará muy grande?

—No, creo que me quedará perfecta. Elegiré una o dos cosas y...

—No  seas  tonta.  Quédatelo  todo.  Si  hay  algo  que  no  te  gusta,  ya  me  lo  devolverás después.

—Déjame al menos que te lo pague.

—Desde  luego  que  no.  Puede  que  ni  siquiera  te  guste  lo  que  he  traído.  Lo  importante es que te sirva.

—Insisto  en  pagarte  —repitió  Paula con  firmeza—.  Así  podrás  comprarte  otras  cosas.

—Ni  lo  sueñes  —dijo  Sonia,  rebuscando  entre  el  montón  hasta  que  encontró  un  vestido   ligero   de   color   azul   brillante—.   Pruébate   esto.   Seguro   que   te   queda   estupendamente. Es muy sexy.

Paula tomó el vestido. No era de su estilo. Era demasiado llamativo, pero el color iría bien con sus ojos, pensó mientras se quedaba en ropa interior y se lo metía por la cabeza.Le    quedaba  perfecto.  Lo  comprendió  incluso  antes  de  mirarse  al  espejo.  La  sedosa  tela  del  vestido,  sostenido  por  finísimos  tirantes,  se  ajustaba  suavemente  a  sus muslos y a sus pechos y acababa justo por encima de sus rodillas. Alzó  la  mirada  buscando  el  reflejo  de  Sonia en  el  espejo,  pero  en  su  lugar  encontró la cara asombrada de Pedro. Vió los músculos de su cuello tensarse al tragar saliva. Se giró lentamente para mirarlo.

—Estaba...

—Estás...

Ella sonrió, ansiosa de saber qué iba a decir él.

—Tú primero.

—Impresionante —dijo  Pedro,  con  la  mirada  todavía  clavada  en  Paula—.  Estás  impresionante. Ese vestido lo hicieron para tí.

—Pero no sé cuándo me lo voy a poner.

—Claro que sí —dijo él—. Tenemos una cita para ir a bailar, ¿Recuerdas?

A Paula la sorprendió que él recordara su promesa.

—Pensaba que lo habías olvidado.

—Yo nunca olvido una invitación, si se trata de bailar con una mujer bonita.

Los dos se sobresaltaron cuando Sonia agitó una mano para llamar su atención.

—Yo  ya  me  iba  —dijo,  casi  sin  poder  contener  la  risa—.  Aunque  a  ustedes lo  mismo les da.

—Te he oído —dijo Pedro, volviendo a mirar a Paula mientras su hermana salía.

Paula sintió que empezaba a arderle la piel bajo la intensidad de su mirada.

—Has vuelto —dijo y se ruborizó por aquella obviedad.

Los ojos de Pedro brillaron.

—Sí.

—¿No has tenido que marcharte al final?

Él sacudió la cabeza.

—La tormenta se debilitó y giró hacia el mar. Parece que Luisiana está a salvo.

—Eso es fantástico.

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