—Tendría que estar ciega, además de sorda, para no encontrarlo atractivo —admitió Paula sin dudar.
Se encogió de hombros. No iba a sacar a relucir lo del beso. Casi no se atrevía a pensar en ello, y mucho menos a decírselo a la hermana de Pedro.
—Por algo se empieza —declaró Sonia con evidente satisfacción—. Ahora, ¿Quieres que le echemos un vistazo a la ropa que te he traído? No podía decírselo a mis hermanas, así que todo lo que he traído es mío. Era más sencillo que tratar de explicarles por qué no podían venir esta misma mañana. Pedro temía que conocernos a las cuatro a la vez fuera demasiado para tí.
—¿Las otras son como tú? —preguntó Paula.
Sonia se rió.
—A mí me gusta pensar que son peores, pero sí, muy parecidas.
—Pues entonces me apetece mucho conocerlas — dijo Paula sinceramente —. Pero Ricky tenía razón. Todas a la vez habría sido demasiado.
Sonia la miró comprensivamente.
—Debes de encontrarte un poco perdida. No puedo ni imaginarme yéndome a la cama una noche, en mi casa, con mis cosas, y al despertarme descubrir que todo, incluyendo la casa, ha desaparecido. ¿Ha quedado algo que pueda salvarse?
—Si te digo la verdad, no lo sé. Vine aquí directamente desde el hospital, así que no he podido volver y buscar entre los escombros para ver si queda algo.
—¿Quieres que vayamos ahora? —le ofreció Sonia—. Puedo llevarte. Tal vez te sientas mejor si recuperas algo.
Paula deseaba desesperadamente aceptar el ofrecimiento, pero sabía que no se encontraba lo bastante fuerte físicamente para pasar por aquella dura prueba.
—Me temo que todavía estoy un poco floja. Y el tobillo y la rodilla me siguen doliendo bastante.
—Claro. ¿En qué estaría yo pensando? — se disculpó Sonia—. Avísame cuando quieras ir. Si Pedro no tiene tiempo de llevarte, yo lo haré.
—No puedo pedirte eso. Ya has hecho demasiado.
—Solo te he traído un par de cosas. ¿Qué importancia tiene eso? Si te soy sincera, me alegro de librarme de ellas. Me las compré demasiado pequeñas y tengo la impresión de que se burlan de mí cada vez que abro el armario —Paula no consiguió ocultar una sonrisa—. Ya veo que Pedro te ha hablado de mi costumbre de engañarme a mí misma en lo que se refiere al peso —dijo Sonia—. En esta familia una no puede tener un secreto. Bueno, no importa, tú les darás buen uso, así que, al fin y al cabo, hice bien en comprarlas, ¿No?
—Antes de que veamos la ropa, ¿Puedes hacerme un favor? Me gustaría decirle a mi vecina que estoy aquí. Si no, irá a verme al hospital esta tarde.
—Dame el número y la llamaré ahora mismo.
Después de llamar a Juana, Sonia condujo a Paula a la habitación de invitados. Sobre la cama había un enorme montón de ropa. Pantalones cortos, pantalones anchos, blusas y vestidos, todo ello con la optimista etiqueta de la talla treinta y ocho todavía puesta.
—Lo sé —dijo Sonia con fastidio cuando vió a Paula mirando una etiqueta—. No podría embutir estas caderas en una treinta y ocho ni en diez años, pero tengo derecho a soñar, ¿No? —observó a Paula—. ¿A tí te quedará muy grande?
—No, creo que me quedará perfecta. Elegiré una o dos cosas y...
—No seas tonta. Quédatelo todo. Si hay algo que no te gusta, ya me lo devolverás después.
—Déjame al menos que te lo pague.
—Desde luego que no. Puede que ni siquiera te guste lo que he traído. Lo importante es que te sirva.
—Insisto en pagarte —repitió Paula con firmeza—. Así podrás comprarte otras cosas.
—Ni lo sueñes —dijo Sonia, rebuscando entre el montón hasta que encontró un vestido ligero de color azul brillante—. Pruébate esto. Seguro que te queda estupendamente. Es muy sexy.
Paula tomó el vestido. No era de su estilo. Era demasiado llamativo, pero el color iría bien con sus ojos, pensó mientras se quedaba en ropa interior y se lo metía por la cabeza.Le quedaba perfecto. Lo comprendió incluso antes de mirarse al espejo. La sedosa tela del vestido, sostenido por finísimos tirantes, se ajustaba suavemente a sus muslos y a sus pechos y acababa justo por encima de sus rodillas. Alzó la mirada buscando el reflejo de Sonia en el espejo, pero en su lugar encontró la cara asombrada de Pedro. Vió los músculos de su cuello tensarse al tragar saliva. Se giró lentamente para mirarlo.
—Estaba...
—Estás...
Ella sonrió, ansiosa de saber qué iba a decir él.
—Tú primero.
—Impresionante —dijo Pedro, con la mirada todavía clavada en Paula—. Estás impresionante. Ese vestido lo hicieron para tí.
—Pero no sé cuándo me lo voy a poner.
—Claro que sí —dijo él—. Tenemos una cita para ir a bailar, ¿Recuerdas?
A Paula la sorprendió que él recordara su promesa.
—Pensaba que lo habías olvidado.
—Yo nunca olvido una invitación, si se trata de bailar con una mujer bonita.
Los dos se sobresaltaron cuando Sonia agitó una mano para llamar su atención.
—Yo ya me iba —dijo, casi sin poder contener la risa—. Aunque a ustedes lo mismo les da.
—Te he oído —dijo Pedro, volviendo a mirar a Paula mientras su hermana salía.
Paula sintió que empezaba a arderle la piel bajo la intensidad de su mirada.
—Has vuelto —dijo y se ruborizó por aquella obviedad.
Los ojos de Pedro brillaron.
—Sí.
—¿No has tenido que marcharte al final?
Él sacudió la cabeza.
—La tormenta se debilitó y giró hacia el mar. Parece que Luisiana está a salvo.
—Eso es fantástico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario