lunes, 30 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 42

—Debiste  de  pasar  mucho  miedo  durante  el  temporal  —dijo    Carolina compasivamente—. ¿Ya habías pasado algún huracán en Miami?

 Al mismo tiempo, Luciana decía:

—Tengo entendido que eres maestra. Yo también. Tenemos que comer juntas un día  y  comparar  experiencias  —se  dió  un  golpecito  en  la  enorme  barriga—.  Tendré  mucho tiempo cuando nazcan los niños.

—Eso es lo que tú te crees —dijo Daniela, estremeciéndose visiblemente—. ¡Dos niños al mismo tiempo! No quiero ni pensarlo.

—Pero yo la ayudaré —dijo su madre.

Las hermanas intercambiaron miradas piadosas.

—¿Qué? —preguntó la madre, indignada—. ¿Es que la abuela estorba?

Luciana se puso de pie y le plantó a su madre un beso en la mejilla.

—No, mamá, eres de gran ayuda. No podría arreglármelas sin tí.—Entonces, ¿Por qué me miran así tus hermanas? —preguntó.

—Porque son unas desagradecidas —dijo Luciana—. Saben que soy tu favorita.

Su madre chasqueó la lengua.

—Tú sabes que yo no tengo favoritos.

—¡Aparte de Pedro! —dijeron todas a coro.

Él las miró con el ceño fruncido. La  charla  continuó  a  ritmo  vertiginoso.  Paula,  sentada  en  mitad  del  griterío,  parpadeaba rápidamente, tratando de entender, pero Pedro comprendió por el modo en que giraba la cabeza de una persona a otra que no conseguía hacerlo. Todos hablaban a la vez. Pero,  cosa  rara,  ella  no  parecía  tan  frustrada  como  él  había  supuesto.  En  realidad,  sus  labios  se  habían  curvada  en  una  media  sonrisa  y  sus  ojos  brillaban  alegremente. Cuando sus miradas se encontraron, la sonrisa se desvaneció.

—Oh oh —murmuró Soniadetrás de él—. Es cierto que tienes un problema.

—Ya te lo dije.

—¿Por qué no rescato a Paula y me la llevo a la cocina? Parece un poco agobiada. Nosotras dos podemos sacar la comida, mientras tú luchas contra todas estas mentes inquisidoras.  Mamá  tiene  esa  mirada,  la  que  reserva  para  los  pretendientes  incautos.  Mi Gabriel todavía tiembla cuando la ve. Dice que nunca había pasado tanto miedo en toda su vida. Y creo Paula no está preparada para afrontarla.

—Fantástica idea —dijo Pedro, agradecido—. O mejor, ¿Por qué no la sacas por la puerta  de  atrás  y  te  la  llevas  a  cenar  a  algún  restaurante  bonito  y  tranquilo?  Puedes  traerla de vuelta cuando todo el mundo se haya ido.

—¿Y aguantar los reproches de mamá un mes entero? Ni lo sueñes.

Sonia   cruzó  la  habitación  y  se  inclinó  para  hablar  con  Paula.  Esta  asintió  y  se  levantó para seguir a la hermana mayor de Ricky. Cuando también la madre hizo amago de levantarse, Sonia le lanzó una mirada de advertencia que la dejó clavada en el sitio.Después de que Paula y Sonia salieran, la atención del grupo se centró en Pedro.

—No tengo nada que decir sobre el tema — anunció él antes de que empezaran. Miró  directamente  a  su  padre—.  ¿Qué  tal  van  los  Dolphins?  ¿Crees  que  este  año  tienen alguna posibilidad en la Super Bowl?

—¡Fútbol! —dijo  su  madre  desdeñosamente—.  Si  crees  que  hemos  venido  aquí  para hablar de fútbol, estás muy equivocado.

Pedro le plantó un beso en la mejilla.

—Ya sé a lo que habéis venido, pero dejen  en paz a Paula. La han asustado.

—Eso no es verdad —dijo su madre.

—Pues la aturden, entonces. ¿Es que no se dan cuenta de que, si hablan todos al mismo  tiempo,  no  puede  entenderlos?  Solo  puede  leer  los  labios  de  una  persona.  ¿Por  qué creen que no ha contestado a ninguna pregunta?

Su madre puso una expresión compungida.

—Oh,  lo  siento  mucho.  No  lo  había  pensado —se  levantó  de  un  salto—.  Voy  a  pedirle disculpas.

—Déjala en paz por ahora —le advirtió Pedro—. Que se quede un rato a solas con Sonia.

Su  madre  pareció  vacilar.  Era  evidente  que  le  disgustaba  la  idea  de  haber  ofendido inadvertidamente  a  Paula,  cuando  solo  pretendía  darle  la  bienvenida  a  la  familia.

—Haz  lo  que  te  dice  —dijo  el  padre,  tirando  de  la  mano  de  su  mujer  hasta  que  esta volvió a sentarse.

—Gracias —dijo  Pedro,  algo  sorprendido  por  el  apoyo  de  su  padre,  que  siempre estaba de acuerdo con todo lo que hacía su mujer.

—Bueno —dijo su madre, muy seria—. ¿Qué tal van los Dolphins?

 Sus hijas rompieron a reír.

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