—Debiste de pasar mucho miedo durante el temporal —dijo Carolina compasivamente—. ¿Ya habías pasado algún huracán en Miami?
Al mismo tiempo, Luciana decía:
—Tengo entendido que eres maestra. Yo también. Tenemos que comer juntas un día y comparar experiencias —se dió un golpecito en la enorme barriga—. Tendré mucho tiempo cuando nazcan los niños.
—Eso es lo que tú te crees —dijo Daniela, estremeciéndose visiblemente—. ¡Dos niños al mismo tiempo! No quiero ni pensarlo.
—Pero yo la ayudaré —dijo su madre.
Las hermanas intercambiaron miradas piadosas.
—¿Qué? —preguntó la madre, indignada—. ¿Es que la abuela estorba?
Luciana se puso de pie y le plantó a su madre un beso en la mejilla.
—No, mamá, eres de gran ayuda. No podría arreglármelas sin tí.—Entonces, ¿Por qué me miran así tus hermanas? —preguntó.
—Porque son unas desagradecidas —dijo Luciana—. Saben que soy tu favorita.
Su madre chasqueó la lengua.
—Tú sabes que yo no tengo favoritos.
—¡Aparte de Pedro! —dijeron todas a coro.
Él las miró con el ceño fruncido. La charla continuó a ritmo vertiginoso. Paula, sentada en mitad del griterío, parpadeaba rápidamente, tratando de entender, pero Pedro comprendió por el modo en que giraba la cabeza de una persona a otra que no conseguía hacerlo. Todos hablaban a la vez. Pero, cosa rara, ella no parecía tan frustrada como él había supuesto. En realidad, sus labios se habían curvada en una media sonrisa y sus ojos brillaban alegremente. Cuando sus miradas se encontraron, la sonrisa se desvaneció.
—Oh oh —murmuró Soniadetrás de él—. Es cierto que tienes un problema.
—Ya te lo dije.
—¿Por qué no rescato a Paula y me la llevo a la cocina? Parece un poco agobiada. Nosotras dos podemos sacar la comida, mientras tú luchas contra todas estas mentes inquisidoras. Mamá tiene esa mirada, la que reserva para los pretendientes incautos. Mi Gabriel todavía tiembla cuando la ve. Dice que nunca había pasado tanto miedo en toda su vida. Y creo Paula no está preparada para afrontarla.
—Fantástica idea —dijo Pedro, agradecido—. O mejor, ¿Por qué no la sacas por la puerta de atrás y te la llevas a cenar a algún restaurante bonito y tranquilo? Puedes traerla de vuelta cuando todo el mundo se haya ido.
—¿Y aguantar los reproches de mamá un mes entero? Ni lo sueñes.
Sonia cruzó la habitación y se inclinó para hablar con Paula. Esta asintió y se levantó para seguir a la hermana mayor de Ricky. Cuando también la madre hizo amago de levantarse, Sonia le lanzó una mirada de advertencia que la dejó clavada en el sitio.Después de que Paula y Sonia salieran, la atención del grupo se centró en Pedro.
—No tengo nada que decir sobre el tema — anunció él antes de que empezaran. Miró directamente a su padre—. ¿Qué tal van los Dolphins? ¿Crees que este año tienen alguna posibilidad en la Super Bowl?
—¡Fútbol! —dijo su madre desdeñosamente—. Si crees que hemos venido aquí para hablar de fútbol, estás muy equivocado.
Pedro le plantó un beso en la mejilla.
—Ya sé a lo que habéis venido, pero dejen en paz a Paula. La han asustado.
—Eso no es verdad —dijo su madre.
—Pues la aturden, entonces. ¿Es que no se dan cuenta de que, si hablan todos al mismo tiempo, no puede entenderlos? Solo puede leer los labios de una persona. ¿Por qué creen que no ha contestado a ninguna pregunta?
Su madre puso una expresión compungida.
—Oh, lo siento mucho. No lo había pensado —se levantó de un salto—. Voy a pedirle disculpas.
—Déjala en paz por ahora —le advirtió Pedro—. Que se quede un rato a solas con Sonia.
Su madre pareció vacilar. Era evidente que le disgustaba la idea de haber ofendido inadvertidamente a Paula, cuando solo pretendía darle la bienvenida a la familia.
—Haz lo que te dice —dijo el padre, tirando de la mano de su mujer hasta que esta volvió a sentarse.
—Gracias —dijo Pedro, algo sorprendido por el apoyo de su padre, que siempre estaba de acuerdo con todo lo que hacía su mujer.
—Bueno —dijo su madre, muy seria—. ¿Qué tal van los Dolphins?
Sus hijas rompieron a reír.
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