No era la vuelta a casa que Paula había planeado. Su madre estaba casi con un ataque de apoplejía, su padre asombrado y sus hermanas se miraban unas a otras y sacudían la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó todo el mundo.
Paula no podía decir nada. ¿Cómo explicar que en vez de regresar centrada y enfocada, lista para atar el nudo, había descubierto que el amor que sentía por David no era suficiente, que no le llegaba ni a la suela de las zapatillas al que sentía por otro hombre? Eso le haría daño a David. Y no la ayudaría a ella.Y no conseguía hacer acopio de valor para hablar del otro hombre. Ni siquiera con Sonia, que la miró con los ojos entrecerrados cuando Paula volvió al trabajo.
—¿No vas a casarte con David? —preguntó.
—No.
Todo Collierville sabía la noticia a la hora de llegar ellos. Dos días más tarde, cuando Paula se fue a la Gaceta por primera vez, Sonia esperaba una explicación. Paula no le dió ninguna. Pero Sonia no quedó satisfecha.
—No haría nada Pedro, ¿Verdad?
Paula sacudió la cabeza.
—¡No, por supuesto que no!
Hubo un silencio.
—¿Se portó como un caballero?
—Siempre —aseguró Paula con firmeza.
Sonia suspiró. A Paula le sonó casi como un suspiro de desmayo y la miró con extrañeza.
—Casi me hubiera gustado que no se hubiera portado —Sonia explicó su consternación con torpeza—. Que hubiera hecho algo. Que se hubiera involucrado. Que hubiera encontrado a una chica agradable y se hubiera asentado.
Paula la miró aún más asombrada. Sonia se sonrojó.
—¡Oh, no quiero decir que te mandara allí para que rompieras tu compromiso, pero... Había albergado la esperanza de que te viera y volviera a pensar en el matrimonio de nuevo.
En un tiempo creyó que el amor y el matrimonio serían suficientes para llenar su vida. Paula sacudió la cabeza despacio.
—No, no lo creo. Pedro no.
Pedro era un buen compañero de cama, inventivo y atento, tierno y ansioso. Recordaría para el resto de su vida la dulzura y la pasión con que la había amado, pero nunca había dicho que la quería. No la quería.Y Paula sabía que nunca lo haría.
La ruptura del compromiso de Paula y David hubiera quedado en los anales de la historia de Collierville para toda la eternidad si no hubiera sido porque un camión volcó y toda su carga de troncos se derramó con gran peligro de haber producido un accidente aún mayor en la carretera.Habían pasado tres semanas y Paula empezó a respirar con más facilidad, aunque no dormía mucho mejor.Y entonces, cuando salía de la Gaceta el viernes después del Día del Trabajo, se topó de bruces con David. Era la primera vez que lo había visto desde que habían vuelto de Nueva York.Había deseado llamarlo una docena de veces para suavizar las cosas y disculparse, pero no había sabido qué decir. Ni tenía ni idea en ese momento. Pero con la señora Timmerman y la señora Vogt avanzando hacia ellos por la calle y con Leonardo McCarthy desde la ventana de la ferretería, no podía pasar ante él sin decirle una sola palabra.En cualquier caso, no quería hacerlo. Seguía siendo David, una de las personas a las que más quería en el mundo. Deseaba que fueran amigos aunque ya nunca fueran a ser marido y mujer.Lo miró y aventuró una sonrisa.
—Hola.
Para su sorpresa, él se la devolvió. Era la primera sonrisa que le veía desde su partida para Nueva York en junio.
—¿Qué tal te ha ido?
—Bien, ¿y a tí?
—Voy estando mejor.
Lo cierto era que sonaba mejor. Como si se estuviera recuperando con rapidez. Como si ella no le hubiera roto el corazón.
—Me alegro —dijo con fervor—. Quería llamarte... verte, pero...
—Mejor que no lo hicieras.
Se miraron el uno al otro. Una larga mirada, como si se estuviera viendo con claridad por primera vez desde que eran adultos.
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