lunes, 2 de abril de 2018

Inevitable: Capítulo 57

No era la vuelta a casa que Paula había planeado. Su madre estaba casi con un ataque  de  apoplejía,  su  padre  asombrado  y  sus  hermanas  se  miraban  unas  a  otras  y  sacudían la cabeza.

—¿Qué  ha  pasado?  —le  preguntó  todo  el  mundo. 

Paula no  podía  decir  nada.  ¿Cómo  explicar  que  en  vez  de  regresar  centrada  y  enfocada,  lista  para  atar  el  nudo,  había  descubierto  que  el  amor  que  sentía  por  David  no  era  suficiente,  que  no  le  llegaba ni a la suela de las zapatillas al que sentía por otro hombre? Eso le haría daño a David. Y no la ayudaría a ella.Y no conseguía hacer acopio de valor para hablar del otro hombre. Ni  siquiera  con  Sonia,  que  la  miró  con  los  ojos  entrecerrados  cuando  Paula volvió al trabajo.

—¿No vas a casarte con David? —preguntó.

—No.

Todo  Collierville  sabía  la  noticia  a  la  hora  de  llegar  ellos.  Dos  días  más  tarde,  cuando  Paula se  fue  a  la  Gaceta  por  primera  vez,  Sonia esperaba  una  explicación.  Paula no le dió  ninguna. Pero Sonia no quedó satisfecha.

—No haría nada Pedro, ¿Verdad?

Paula sacudió la cabeza.

—¡No, por supuesto que no!

Hubo un silencio.

—¿Se portó como un caballero?

—Siempre —aseguró Paula con firmeza.

Sonia suspiró. A Paula le sonó casi como un suspiro de desmayo y la miró con extrañeza.

—Casi  me  hubiera  gustado  que  no  se  hubiera  portado  —Sonia explicó  su  consternación  con  torpeza—.  Que  hubiera  hecho  algo.  Que  se  hubiera  involucrado.  Que hubiera encontrado a una chica agradable y se hubiera asentado.

Paula la miró aún más asombrada. Sonia se sonrojó.

—¡Oh, no quiero decir que te mandara allí para que rompieras tu compromiso, pero...  Había  albergado  la  esperanza  de  que  te  viera  y  volviera  a  pensar  en  el  matrimonio  de  nuevo. 

En  un  tiempo  creyó  que  el  amor  y  el  matrimonio  serían  suficientes para llenar su vida. Paula sacudió la cabeza despacio.

—No, no lo creo. Pedro no.

Pedro era  un  buen  compañero  de  cama,  inventivo  y  atento,  tierno  y  ansioso.  Recordaría  para  el  resto  de  su  vida  la  dulzura  y  la  pasión  con  que  la  había  amado,  pero nunca había dicho que la quería. No la quería.Y Paula sabía que nunca lo haría.


La ruptura del compromiso de Paula y David hubiera quedado en los anales de la historia de Collierville para toda la eternidad si no hubiera sido porque un camión volcó y toda su carga de troncos se derramó con gran peligro de haber producido un accidente aún mayor en la carretera.Habían  pasado  tres  semanas  y  Paula empezó  a  respirar  con  más  facilidad,  aunque no dormía mucho mejor.Y entonces, cuando salía de la Gaceta el viernes después del Día del Trabajo, se topó de bruces con David. Era la primera vez que lo había visto desde que habían vuelto de Nueva York.Había   deseado llamarlo  una  docena  de  veces  para suavizar las  cosas   y   disculparse, pero no había sabido qué decir.  Ni tenía ni idea en ese momento. Pero  con  la  señora  Timmerman  y  la  señora  Vogt  avanzando  hacia  ellos  por  la  calle y con Leonardo  McCarthy desde la ventana de la ferretería, no podía pasar ante él sin decirle una sola palabra.En cualquier caso, no quería hacerlo. Seguía siendo David, una de las personas a las que más quería en el mundo. Deseaba que fueran amigos aunque ya nunca fueran a ser marido y mujer.Lo miró y aventuró una sonrisa.

—Hola.

Para  su  sorpresa,  él  se  la  devolvió.  Era  la  primera  sonrisa  que  le  veía  desde  su  partida para Nueva York en junio.

—¿Qué tal te ha ido?

—Bien, ¿y a tí?

—Voy estando mejor.

Lo cierto era que sonaba mejor. Como si se estuviera recuperando con rapidez. Como si ella no le hubiera roto el corazón.

—Me alegro —dijo con fervor—. Quería llamarte... verte, pero...

—Mejor que no lo hicieras.

Se  miraron  el  uno  al  otro.  Una  larga  mirada,  como  si  se  estuviera  viendo  con  claridad por primera vez desde que eran adultos.

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