lunes, 23 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 27

Pedro pareció  aliviado  por  su  decisión.  Y  Juana se  mostró  encantada  ante  la  idea  de pasar una tarde lejos de su hermana. Se presentó con una cesta de picnic llena de comida.

—Pero si había planeado preparar algo de cena —dijo Paula al verla.

—Tú  tienes  que  descansar,  y  no  estar  de  pie  delante  del  fogón.  Además,  no  he  traído casi nada.

Paula se echó a reír cuando empezó a sacar el contenido de la cesta. La idea de «casi  nada»  de  su  antigua  vecina  consistía  en  pollo  frito,  ensalada  campera,  ensalada  de col y tarta de limón casera, su favorita.

—Bueno, ya veo que no se van a morir de hambre —dijo Pedro, mirando la comida con evidente envidia—. Quizá podría...

—Quedarte —lo  invitó Juana—.  Hay  comida  suficiente  y  yo  tengo  algunas preguntas que hacerte.

Él la miró desconcertado.

—¿Sobre qué?

—Sobre tus intenciones hacia esta señorita, por ejemplo.

Pedro le lanzó a Paula una mirada de pánico y retrocedió.

—Creo que esas preguntas ya me las hará mi madre.

Juana lo miró fijamente.

—Sí, pero ella seguro que deja que te escabullas, ¿Verdad?

—Espero que sí —contestó él.

—Bien,  pues  yo  soy  más  dura,  jovencito.  Hoy  puede  que  te  escapes,  pero  te  estaré esperando.

Paula se echó a reír ante la expresión horrorizada de Pedro.

—No  lo  dudo  —dijo  él—.  Volveré  a  tiempo  para  llevarte  a  casa,  Juana.  Ni  se  te  ocurra llamar a un taxi o tomar el autobús.

Ella sonrió.

—¿Bromeas? ¿Pudiendo hacerte todas esas preguntas embarazosas de camino a casa?

—Ahora que lo pienso, será mejor que llaméis a un taxi   —respondió Pedro.

—Demasiado tarde —le dijo Paula mientras lo acompañaba hasta la puerta—. Que te diviertas con tu familia.

—Y  tú  con  Juana.  Volveré  pronto. 

Cuando  desapareció,  Paula se  dió  la  vuelta  y  se  encontró a Juana observándola.

—Te gusta, ¿Verdad? —le preguntó su amiga con preocupación.

—Solo un poco —admitió Paula.

—Ten cuidado —la advirtió Juana—. Ese tiene el diablo en los ojos.

—Pero también tiene el corazón de un ángel —replicó Paula—. Y los brazos de un héroe.

—Oh, pequeña —dijo Juana—. No mezcles el heroísmo con el amor.

—Yo no he dicho nada de amor —declaró Paula.

—No hace falta que lo digas. Lo llevas escrito en la cara.

Si  eso  era  cierto,  Paula solo  podía  rezar  para  que  Pedro no  fuera  tan  diestro  leyendo la cara de la gente como lo era Juana. 

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