miércoles, 18 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 24

—Es  bonita  la  vista,  ¿Verdad?  Mira  hacia  atrás,  hacia  la  ciudad  —sugirió, señalando la silueta de Miami por encima de su hombro izquierdo.

Paula asintió.

—Sí, lo sé. Este es mi paseo preferido. Vengo a Cayo Vizcaíno casi todos los fines de semana.

—¿Conoces el restaurante del parque?

—¿El del faro?

 Él sacudió la cabeza.

—No, el otro.

El semblante de Paula se iluminó.

—No sabía que hubiera otro.

—Te va a encantar —prometió él.

Después de atravesar el pueblecito de Cayo Vizcaíno, con su hilera de casitas y hoteles frente al mar a un lado y de mansiones al otro, llegaron al parque municipal que había  en  el  extremo  de  la  isla.  Pedro pagó  la  entrada,  luego  giró a  la derecha y  entraron en una ensenada en la que había un pequeño embarcadero. Construido  sobre  pilotes, de  modo  que  quedaba  suspendido  sobre  el  agua,  había  un  pequeño  y  discreto  restaurante  con  una  terraza  que  miraba  hacia  el  sudoeste.  La  vista era mejor al atardecer, pero, incluso a mediodía, estar allí era como encontrarse en  una  isla  desierta,  en  lugar  de  a  pocos  minutos  del  centro  de  Miami.  Unos  cuantos  botes se balanceaban anclados en el muelle. Había algunas personas sentadas, cenando pescado  fresco  y  disfrutando  de  la  suave  brisa  que  aplacaba  el  sofocante  calor  de  principios de octubre.

—¿Te gusta? —le preguntó Pedro a Paula.

—Es precioso —dijo ella.

—Un poco rústico, pero el pescado es estupendo. Cualquiera diría que acaban de pescarlo.

Después  de  pedir  dos  platos  de  pescado  y  bebidas,  una  soda  para  ella  y  una  cerveza para él, Pedro se recostó en la silla dando un suspiro. Al cabo de un momento, sintió la mirada de Paula posada en él. Ella le dirigió una lenta sonrisa.

—Ya tienes mejor aspecto —dijo.

—Me siento mejor. Perdona por lo de antes.

—¿Quieres contarme por qué estabas tan tenso?

—No.

—Pero era por mí, ¿Verdad? Pedro, si nuestro acuerdo no te gusta, dímelo. Puedo encontrar  otro  sitio  donde  quedarme.  No  quiero  aprovecharme  de  un  ofrecimiento  impulsivo que a lo mejor preferirías no haber hecho.

—No es eso —protestó él—. Es solo que no había contado con...

—¿Qué? Dímelo. Tenemos que ser capaces de comunicarnos.

Paula tenía una mirada tan confiada, tan expectante, que Pedro comprendió que no sería capaz de mentirle a la cara solo para evitarse una situación incómoda.

— De acuerdo, ¿Quieres saber la verdad pura y dura?

—Por supuesto.

Él pensó en media docena de formas de expresarlo, antes de decidirse a soltarlo a bocajarro.                                                       

—Me  siento  atraído  por  tí. 

Para  sorpresa  suya,  ella  dejó  escapar  un  exagerado suspiro de alivio.

—Gracias a Dios —dijo—. Creía que solo eran imaginaciones mías.

—Esto no tiene gracia, Paula.

Ella puso una mano sobre la suya.

—Pedro, somos adultos. No voy a meterme en la cama con un hombre solo porque me sienta atraída por él, pero eso no significa que no admita lo evidente.

Él entrecerró los ojos.

—¿Y qué es lo evidente?

—Que yo también me siento atraída por tí.

Pedro ignoraba  si  debía  sentirse  aliviado  o  atemorizado  por  aquella  declaración.  Desde luego, aquello complicaba las cosas.

—Solo  quiero  que  sepas  que  no  voy  a  hacer  nada  para  aprovecharme  de  la  situación —dijo.

Ella lo miró, divertida.

—Bien, porque yo no lo permitiría aunque lo intentaras.

Lo  dijo  con  absoluta  confianza,  como  si  tuviera  muchísima  experiencia  en  defenderse de hombres como él. Pedro dudaba de que así fuera, pero su confianza le pareció admirable. O quizá fuera que Paula dudaba de sus dotes de persuasión. Tomó la mano que había estado descansando sobre la suya.

—Ten cuidado, cariño. Algunos hombres podrían considerar eso como un desafío.

—¿Y tú eres uno de ellos? —le preguntó ella, con más curiosidad que temor.

—A veces —admitió él—. Normalmente no soy de los que dejan pasar un reto.

Para  sorpresa  suya,  los  labios  de  Paula se  curvaron  en  una  lenta  y  provocativa  sonrisa.

—Entonces será muy interesante ver cómo te las apañas con este, ¿No crees?

Él  gruñó.  Paula Chaves no  dejaba  de  sorprenderlo.  Algo  le  decía  que,  por  primera vez en su vida, había encontrado la horma de su zapato.

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