miércoles, 18 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 21

Durante todo el camino de vuelta al parque de bomberos estuvo pensando en las últimas palabras de Paula. «Ten cuidado». Las había dicho como si se preocupara por él. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien se había preocupado por él? Por supuesto, su familia lo hacía, pero ya se habían acostumbrado a sus idas y venidas y a los riesgos de  su  trabajo.  Paula era  la  primera  mujer  a  la  que  le  había  permitido  acercarse  lo  bastante a su vida como para que se preocupara por su bienestar.Se dijo a sí mismo que aquello no debía importarle. Si pensaba en ella, perdería su concentración en el trabajo. Por desgracia, era más fácil decirlo que hacerlo.


Paula se quedó despierta mucho rato después de que Pedro se marchara. La había sorprendido  que  hubiera  vuelto  para  decirle  que  tal  vez  tuviera  que  marcharse de la ciudad.Estaba sentada a la mesa de la cocina, poniéndole azúcar al café, cuando alzó la vista y vio a una mujer guapa, de pelo negro y ojos oscuros mirándola intensamente. El aire  de  familia  hubiera  resultado  inconfundible  aunque  no  la  hubiera  visto  la  noche anterior, en una fotografía de los Alfonso.

—Hola —dijo, vacilante—. Eres Sonia, ¿Verdad?

Una sonrisa idéntica a la de Pedro se extendió por la cara de la mujer.

—Y  tú  debes  de  ser  Paula.  Espero  no  haberte  asustado.  No  quería  pillarte  desprevenida.

—Por  desgracia,  ya  estoy  acostumbrada.  Pero  ya  no  me  doy  tantos  sustos  como  antes.

Sonia sonrió y luego miró la cafetera con ansia.

—Gracias  a  Dios.  ¿Puedo  tomarme  un  café?  Esta  mañana  íbamos  con  el  tiempo  justo y tuve que llevar a los niños al colegio sin poder tomarme mi primera taza.

Como  Sonia ya  había  agarrado  una  taza  del  armario,  Paula dedujo  que  no  necesitaba  respuesta.  Y  como  sabía  lo  que  era  necesitar  una  dosis  de  cafeína  para  sentirse civilizado, esperó a que la mujer se sirviera el café y diera el primer sorbo.

—Ah, qué bien —murmuró Sonia, con expresión de alivio. Luego miró a su alrededor—. ¿Dónde está mi hermano?

—Lo llamaron anoche del trabajo. A lo mejor tenía que irse a Luisiana.

—¿Te ha dejado sola en tu primera noche?

Paula  sonrió ante la aparente indignación de Sonia.

—Tenía que irse. No creo que a su jefe le importe que tenga una compañera de casa.

Sonia entornó los ojos.

—Entonces, ¿Esto es solo temporal?

—Claro. Pedro me ofreció quedarme aquí para que pudiera salir del hospital. Los médicos  no  querían  soltarme  hasta  que  tuviera  dónde  quedarme  y  alguien  que  se  asegurara  de  que  reposaba.  Tu  hermano  se  apiadó  de  mí.  En  cuanto  encuentre  un  apartamento, me iré.

Sonia puso una mano sobre la de Paula.

—Hazme un favor, ¿Quieres? No te des mucha prisa.

Paula la miró, confusa.

—¿Por qué?

—Mi hermano no quiere admitirlo, pero necesita a alguien en su vida.

—¿Y  qué  te  hace  pensar  que  yo  podría  ser  ese  alguien?  Tú  no  me  conoces.  Y  él  tampoco, en realidad.

—Te ha invitado a quedarte aquí. Eso ya me dice muchas cosas. En cuanto a mí, puedes pasar la próxima hora satisfaciendo mi curiosidad.

—¿Cómo? —preguntó Paula cautelosamente.

—Quiero saberlo todo de tí, tus secretos más profundos y todas tus esperanzas y sueños.

Asombrada, Paula guardó silencio.

—Oh  oh,  me  parece  que  he  empezado  demasiado  fuerte,  ¿No?  —dijo  Sonia—. Perdona. Es el síndrome de la hermana mayor. Normalmente no tengo oportunidad de conocer  a  las  amigas  de  Pedro,  así  que  mi  curiosidad  nunca  está  saciada.  Es  muy  frustrante.  Supongo  que  en  realidad  no  importa,  porque  enseguida  desaparecen  —sonrió cálidamente—. Pero algo me dice que tú te quedarás.

Paula se quedó sorprendida. ¿Cómo había llegado Sonia a semejante conclusión en menos de quince minutos?

—¿Instinto de hermana mayor? —preguntó.

—Exactamente.  Eres  guapa.  Y  vulnerable  —Paula hizo  amago  de  protestar,  pero  Sonia levantó la mano—. Quizá no de la manera típica y no durante mucho tiempo, pero por  ahora  está  claro  que  necesitas  una  ración  extra  de  mimos  y  cierta  cantidad  de  protección  masculina  —su  sonrisa  se  volvió  picara—.  Y  estás  en  su  casa.  Eso  es  todo,  señoría —hizo una reverencia burlona.

Paula se rió.

—Estás muy segura, ¿No?

—Mucho —su sonrisa se desvaneció—. A no ser que tú no estés interesada en él. Pero encuentras atractivo a nuestro Pedro, ¿Verdad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario