lunes, 2 de abril de 2018

Inevitable: Capítulo 56

—Es mi turno —murmuró con voz ronca deslizándose entre sus piernas.

—¿Puedes?

-Ahora  lo  averiguaremos,  ¿No  crees? 

Se  movió  con  cuidado  y  ella  abrió  más  las  piernas para permitirle el acceso con facilidad. Entonces lo acarició con delicadeza y lo llevó una vez más a casa. Después  durmieron.  Se  despertaron,  se  besaron  y  retozaron  aún  más.  Pedro  la  retó  a  que  le  enseñara más  avances  de  Collierville   y   ella   respondió   con   un   entusiasmo que los encantó y sorprendió a los dos.

—Pensé que eras una inocente. Que no te habían despertado.

Algo  brilló  en  sus  ojos  un  instante  poniéndolo  tenso.  Pero  entonces  Paula sonrió y se acurrucó entre sus brazos apoyando la cabeza en su pecho y dándole un beso en la clavícula.

—Lo era —admitió—. Estaba completamente dormida.

Debía ser la mitad de la noche cuando por fin Paula se durmió en sus labios. Pedro  se  recostó  y  apretó  su  cuerpo  contra  el  de  ella  deslizando  un  dedo  por  la  curva de su barbilla antes de enterrar los dedos en sus rizos dorados. Ella apretó los labios, murmuró algo y sonrió un poco. Pedro se inclinó y le dio un beso. Entonces se quedó dormido sonriendo también. El teléfono los despertó. Paula respondió antes de que Pedro le dijera que no se molestara y que lo tapara con una almohada.

—¿Qué? —dijo ella.

De repente se quedó sin color en la cara. Pedro se incorporó para apoyarse contra la cabecera de la cama.

—¿Qué pasa? —preguntó adormilado.

Paula se mojó los labios resecos.

—Por... por supuesto —dijo con voz hueca—. Envíelo arriba.

—¿Nos sube alguien el desayuno? ¿No nos da tiempo a hacerlo rápido?

Pedro sonrió, pero Paula estaba sacudiendo la cabeza y saltando de la cama.

—¡David está aquí!

Era lo último que él había esperado.

—¿Qué?

—Ya  me  has  oído.  ¡Vístete!  —ordenó  mientras  ella  salía  de  la  habitación  para  vestirse también.

Pedro se  había  puesto  los  pantalones  cortos  cuando  sonó  la  primera  llamada  ruidosa  en  la  puerta.  Paula estaba  todavía  abrochándose  la  camisa  mientras  salía  a  abrir.

—Yo  no  abriría...  —empezó  Pedro—. Pero  ella  ya  lo  había  hecho. Y  entonces  irrumpió el granjero.

Echó un vistazo a Pedro, otro a Paula y aparentemente vio todo lo que necesitaba ver. Su mandíbula se tensó, su cara se enrojeció y apretó los puños.

—¡David! ¡No! —empezó Paula.

Pero David lo hizo.Sólo un puñetazo. Pedro lo vió  llegar, pero no retrocedió. Reconoció que se lo merecía mientras caía hacia atrás.

—¡Dios mío! —Paula se lanzó hacia él para acercarse a su labio partido—. ¡Oh, Pedro! —le dirigió una fiera mirada a David—. ¿Cómo has podido?

—¿Y qué otra cosa iba a hacer? —contestó David jadeando de pie sobre Pedro con la mandíbula tensa.

Pedro apartó a Paula a un lado.

—No. Estoy bien.

—Pero...

Ella  parecía  devastada,  atrapada  entre  ellos  dos.  Una  posición  en  la  que  él  la  había puesto.

—Lo siento —dijo al mirarla antes de mirar a David—. Nunca pretendí... nunca quise...

No era verdad. Por supuesto que había pretendido... que había querido.Pero  una  mirada  a  la  cara  congestionada  de  Paula y  supo  que  por  nada  en  el  mundo  podría  disculparse.  Él  había  tomado  su  inocencia.  Con  determinación,  con  deliberación  y  egoísmo.  La  había  usado  y  había  carlo  y  juntos  avanzaron  hacia  la  habitación. Ella  miró  a  la  cama  revuelta  y  recordó  la  noche  en  que  había  dormido  allí  abrazada a su almohada. ¿Y ahora? Ahora él estaba ante ella, conteniendo el aliento, expectante. Pedro la miró, dejó las muletas a un lado y saltando sobre una pierna se sentó en el borde de la cama. Alzó la vista entonces y sonrió. Paula le  devolvió  la  sonrisa  y  rozó  su  boca  con  un  dedo.  Los  labios  de  Pedro se  entreabrieron para besarle y chuparle la punta del dedo. Entonces alargó las manos.

—Vete, Paula—murmuró con la poca fuerza que le quedaba—. Sólo vete.

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