—Es mi turno —murmuró con voz ronca deslizándose entre sus piernas.
—¿Puedes?
-Ahora lo averiguaremos, ¿No crees?
Se movió con cuidado y ella abrió más las piernas para permitirle el acceso con facilidad. Entonces lo acarició con delicadeza y lo llevó una vez más a casa. Después durmieron. Se despertaron, se besaron y retozaron aún más. Pedro la retó a que le enseñara más avances de Collierville y ella respondió con un entusiasmo que los encantó y sorprendió a los dos.
—Pensé que eras una inocente. Que no te habían despertado.
Algo brilló en sus ojos un instante poniéndolo tenso. Pero entonces Paula sonrió y se acurrucó entre sus brazos apoyando la cabeza en su pecho y dándole un beso en la clavícula.
—Lo era —admitió—. Estaba completamente dormida.
Debía ser la mitad de la noche cuando por fin Paula se durmió en sus labios. Pedro se recostó y apretó su cuerpo contra el de ella deslizando un dedo por la curva de su barbilla antes de enterrar los dedos en sus rizos dorados. Ella apretó los labios, murmuró algo y sonrió un poco. Pedro se inclinó y le dio un beso. Entonces se quedó dormido sonriendo también. El teléfono los despertó. Paula respondió antes de que Pedro le dijera que no se molestara y que lo tapara con una almohada.
—¿Qué? —dijo ella.
De repente se quedó sin color en la cara. Pedro se incorporó para apoyarse contra la cabecera de la cama.
—¿Qué pasa? —preguntó adormilado.
Paula se mojó los labios resecos.
—Por... por supuesto —dijo con voz hueca—. Envíelo arriba.
—¿Nos sube alguien el desayuno? ¿No nos da tiempo a hacerlo rápido?
Pedro sonrió, pero Paula estaba sacudiendo la cabeza y saltando de la cama.
—¡David está aquí!
Era lo último que él había esperado.
—¿Qué?
—Ya me has oído. ¡Vístete! —ordenó mientras ella salía de la habitación para vestirse también.
Pedro se había puesto los pantalones cortos cuando sonó la primera llamada ruidosa en la puerta. Paula estaba todavía abrochándose la camisa mientras salía a abrir.
—Yo no abriría... —empezó Pedro—. Pero ella ya lo había hecho. Y entonces irrumpió el granjero.
Echó un vistazo a Pedro, otro a Paula y aparentemente vio todo lo que necesitaba ver. Su mandíbula se tensó, su cara se enrojeció y apretó los puños.
—¡David! ¡No! —empezó Paula.
Pero David lo hizo.Sólo un puñetazo. Pedro lo vió llegar, pero no retrocedió. Reconoció que se lo merecía mientras caía hacia atrás.
—¡Dios mío! —Paula se lanzó hacia él para acercarse a su labio partido—. ¡Oh, Pedro! —le dirigió una fiera mirada a David—. ¿Cómo has podido?
—¿Y qué otra cosa iba a hacer? —contestó David jadeando de pie sobre Pedro con la mandíbula tensa.
Pedro apartó a Paula a un lado.
—No. Estoy bien.
—Pero...
Ella parecía devastada, atrapada entre ellos dos. Una posición en la que él la había puesto.
—Lo siento —dijo al mirarla antes de mirar a David—. Nunca pretendí... nunca quise...
No era verdad. Por supuesto que había pretendido... que había querido.Pero una mirada a la cara congestionada de Paula y supo que por nada en el mundo podría disculparse. Él había tomado su inocencia. Con determinación, con deliberación y egoísmo. La había usado y había carlo y juntos avanzaron hacia la habitación. Ella miró a la cama revuelta y recordó la noche en que había dormido allí abrazada a su almohada. ¿Y ahora? Ahora él estaba ante ella, conteniendo el aliento, expectante. Pedro la miró, dejó las muletas a un lado y saltando sobre una pierna se sentó en el borde de la cama. Alzó la vista entonces y sonrió. Paula le devolvió la sonrisa y rozó su boca con un dedo. Los labios de Pedro se entreabrieron para besarle y chuparle la punta del dedo. Entonces alargó las manos.
—Vete, Paula—murmuró con la poca fuerza que le quedaba—. Sólo vete.
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