viernes, 6 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 3

—Eso es por los ojos oscuros y la sangre caliente de los latinos —respondió Sergio sin rencor—. ¿Cómo voy a competir con eso?

—No puedes, así que déjalo —replicó Pedro, como siempre hacía—. Tampoco puedes competir con mis hoyuelos. Mis hermanas dicen que son irresistibles.

—Tus  hermanas  no  son  precisamente  imparciales.  Además,  es  una  vergüenza  cómo  miman  a  su  hermanito  pequeño  —respondió  Sergio—.  No  me  extraña  que  no  te  hayas casado. ¿Para qué, si tienes cuatro mujeres que te tratan a cuerpo de rey? No sé cómo lo permiten sus maridos.

—Sus maridos sabían que yo era parte del trato cuando les dejé que salieran con mis hermanas —dijo Pedro—. Y son cinco mujeres, no cuatro. Te olvidas de mi madre.

—Que el cielo me perdone, sí. Mamá Ana pertenece a la vieja escuela cubana, donde  el  marido  es  el  rey  y  el  hijo  el  príncipe.  Ella  también  tiene  parte  de  culpa  por  haberte  convertido  en  un  canalla. 

Pedro sonrió  con  ironía. 

—Eso  no  te  atreves  a  decírselo a la cara.

Sergio se puso pálido.

—Pues claro que no. La última vez que ofendí a su hijito, salió detrás de mí con un machete.

—Era  un  cuchillo  de  mantequilla  —dijo Pedro meneando  la  cabeza  ante  tamaña  exageración.

Su madre podía defender apasionadamente a su vástago, pero no estaba loca.  Además,  consideraba  a  Sergio como  un  segundo  hijo,  lo  que  según  ella  le  daba  el  derecho  a  reprenderlo  con  el  mismo  entusiasmo  con  que  reprendía  a  Pedro y  a  las  hermanas  de  este.  Todavía  lo  sermoneaba  por  su  divorcio,  aunque  ya  hacía  tres  años  que había tenido lugar. Si hubiera dependido de ella, Sergio habría vuelto con su mujer hacía mucho tiempo.

—Eh,  chicos,  corten  el  rollo  —gritó  el  teniente  con  expresión  sombría  mientras  colgaba  el  teléfono—.  Tenemos  que  largarnos.  Han  dado  aviso  de  que  se  han  derrumbado unas casas.

—¿Hay víctimas? —preguntó Pedro, acercándose ya a recoger su equipo.

—No se sabe, pero ha sido en plena noche. Es posible que algunas personas hayan ido  a  los  refugios,  pero,  fuera  de  las  zonas  de  inundación  donde  se  había  dado  orden  de evacuar, la mayoría debe de haberse quedado en casa para proteger sus bienes. En el  peor  de  los  casos,  podríamos  tener  a  docenas  de  familias  cuyos  techos  se  han  derrumbado sobre ellas mientras dormían.

—¿Eran casas adosadas? —preguntó Pedro—. Ya me parecía que hasta ahora ha-bíamos  tenido  mucha  suerte.  Sabía  que  esto  no  había  hecho  más  que  empezar.  ¿Ha  sido el huracán o un tornado de los que ha levantado la tormenta?

—No está confirmado. De todas formas, parece que es grave —dijo el teniente.

Al cabo de unos minutos los camiones estaban ya en la carretera, avanzando con mucha más lentitud de la que Pedro hubiera deseado. La calle principal en la que estaba situado el parque de bomberos estaba inundada hasta la altura de la rodilla y llena de lodo y residuos. La lluvia todavía caía en ráfagas y el viento combaba las palmeras casi hasta el suelo. Otros árboles habían sido arrancados de cuajo, y sus ramas rotas esta-ban dispersas como garrotes gigantescos sobre el pavimento. Las  señales  de  tráfico  habían  sido  descuajadas de  las  esquinas,  haciendo  el  trayecto  todavía  más  difícil.  Sin  señales  ni  indicadores,  les  haría  falta  mucho  suerte  para  llegar  a  tiempo  a  su  destino.  Pedro rezó  en  silencio  una  plegaria  para  que  alcanzaran la calle siniestrada antes de que alguien muriera.Como en respuesta a sus oraciones, la lluvia y el viento comenzaron a amainar. La inundación habría remitido al cabo de unas horas, pero eso no les servía de mucho en ese momento.La escena que contemplaron, cuando por fin llegaron al vecindario de clase media de  Miami,  se  parecía  a  una  zona  de  guerra.  Los  postes  de  la  luz  se  habían  caído,  dejando  los  cables  pelados  sobre  la  calzada..  Aquí  y  allá  alguna  casa  había  escapado  milagrosamente  a  la  furia  huracanada.  Pero  la  mayoría  de  las  edificaciones  de  dos pisos habían sido arrasadas por el viento del huracán o por algún tomado. Las que no se habían  derrumbado  completamente  estaban  severamente  dañadas.  Las  vigas  de  los  tejados  se  habían  desplomado,  los  cristales  estaban  rotos  y  las  puertas  habían  sido  arrancadas  de  sus  goznes.  Otra  muestra  de  inspección  chapucera  y  construcción  de  pacotilla,  pensó sombríamente  mientras  observaba  los  daños.  ¿Es  que  la  ciudad  no había aprendido nada del huracán Andrew? Pero  no  era  momento  de  lamentarse  por  lo  que  ya  no  podía  cambiarse.  Con  la  compenetración  de  un  equipo  formado  hacía  largo  tiempo,  los  bomberos  evaluaron  la  situación  y  luego  se  desplegaron.  Llamaron  a  la  compañía  eléctrica  para  que  mandara  una  cuadrilla  a  la  zona.  Mientras  tanto,  levantaron  barricadas  para  impedir  que  la  gente se acercara a los cables desnudos. Algunas  personas  vagaban  aturdidas  y  sangrando,  ajenas  a  la  ligera  llovizna  que  era  ya  lo  único  que  quedaba  del  huracán  Gwen. 


Varios  bomberos  instalaron  una  estación  de  primeros  auxilios  y  empezaron  a  atender  a  los  heridos  menos  graves,  mientras otros tomaban sus perros entrenados y comenzaban a buscar signos de vida entre los escombros.Una  mujer  de  unos  setenta  años,  cubierta  apenas  con  una  bata,  se  acercó  cojeando a Pedro. Parecía completamente ajena a la brecha sangrante que tenía en la frente, pero tenía una expresión frenética.

—Tiene que encontrar a Pau—lo apremió.

—¿Su hija, señora?

—No,  no.  Es  mi  vecina  —señaló  hacia  una  casa  muy  dañada. Cuando  Pedro y  Sergio avanzaron  en  aquella  dirección,  ella  los  siguió—.  Es  una  joven  maravillosa  y  ha  pasado por tantas cosas... Esa casa era su orgullo y su alegría. La compró hace solo unos meses y  ha  pasado  mucho  tiempo  arreglándola,  plantando  flores...  —las  lágrimas  brillaron  en  sus ojos—. Pero eso no importa, claro. Las casas pueden reconstruirse. Las flores pueden volver a plantarse.

—¿Dice que se llama Pau? —preguntó Pedro.

—Paula, en realidad. Paula Chaves.

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