lunes, 23 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 26

Pedro se quedó pensativo y luego pareció llegar a una conclusión.

—Yo creo que sería muy divertido.

 —Pues no —declaró su tío.

—Pero  tú  la  rescataste,  ¿Verdad?  Eres  un  héroe.  Todos  mis  amigos  lo  dicen.  Tengo muchas ganas de que vengas a mi concierto el jueves, para que te vean.

—Basta ya —dijo Pedro, avergonzado de hablar de sus heroicidades.

—No  te  preocupes  —le  dijo  Paula,  y  sonrió  a  Joaquín—.  Me  imagino  que  debe  de  parecerte muy divertido, pero no lo fue, créeme. Yo estaba muy asustada hasta que tu tío vino a salvarme. Es realmente un héroe.

—¡Lo  sabía!  —gritó  Joaquín,  exultante,  y  salió  corriendo,  sin  duda  para  repetir  la  historia.

Mateo y Ramiro se marcharon corriendo tras él.

—Parece  que  has  hecho  una  conquista  —  dijo  Pedro—.  ¿Por qué no me habías  contado lo de la música?

—Porque no ha salido  la  conversación  —  dijo  ella,  encogiéndose  de  hombros—. Además, procuro no pensar mucho en ello.

—Lo  siento.  Renunciar  a  algo  a  lo  que  querías  dedicar  tu  vida  debe  de  ser  muy  duro.

—Lo fue —dijo ella en un tono que indicaba que deseaba zanjar la cuestión.

Pedro captó  la  indirecta  y  la  condujo  hacia  las  gradas.  Paula notó  que  gran  cantidad de miradas especulativas se posaban sobre ellos mientras subían hacia donde se encontraba Sonia. Pedro trató de colocarla junto a su hermana, pero esta sacudió la cabeza.

—Ah, no, Pedro. Tú te sientas aquí, a mi lado, para que pueda taparte la bocaza, por  si  se  te olvida  —dirigió  a  Paula una  mirada  de  disculpa—.  No  es  que  no  quiera  sentarme contigo.

—Lo comprendo —dijo Paula con una sonrisa—. Perfectamente.

—Entonces ya te habrá puesto al corriente de su abominable comportamiento.

—Jura que se ha reformado —dijo Paula en tono confidencial.

—¡Ja! Eso lo creeré cuando lo vea.

—Vale.  Cuando  acaben de  burlarse  de  mí,  me  gustaría  concentrarme  en  el  partido — dijo Pedro.

Sonia chasqueó la lengua con desaprobación.

—Ese es el problema: la concentración. Estamos aquí para divertirnos. Nada más.

—No hay nada malo en querer ganar — dijo él, poniéndose a la defensiva.

—Sí, si quieres ganar a toda costa. Ahora pórtate bien. Le estás dando una mala impresión a Paula.

Él frunció el ceño.

—¿Y a tí qué te importa si...?

—Me  importa  porque  ella  me  gusta  —dijo  su  hermana,  guiñándole  un  ojo  a  la  joven.

Pedro abrazó a Paula por el hombro.

—A mí también me gusta —dijo, mirándola a los ojos.

La  cálida  aceptación  de  Sonia y  el  destello  de  deseo  de  la  mirada  de  Pedro se  combinaron para hacer que Paula se sintiera aturdida. Aquello era lo que siempre había anhelado: cariño y sentimiento de pertenencia. Si el huracán había sido una pesadilla, aquello... aquello era un sueño.Suspiró y al instante Pedro la tomó de la barbilla y observó su cara.

—¿Estás bien?  ¿Tienes calor?  ¿Estás cansada?  ¿Quieres que  te  traiga  algo  de  beber? ¿Una tónica?

Aquella lluvia de solícitas preguntas la hizo sonreír.

—Estoy bien. Deja de preocuparte. Ya te lo diré, si necesito algo o quiero irme a casa. Te lo prometo.

Paula observó la sonrisa de satisfacción de Sonia y sintió ganas de devolvérsela.

—Bueno,  Pedro—empezó  a  decir  su  hermana,  con  expresión  inocente—,  ¿Irán  mañana a cenar a casa de mamá?

Paula contuvo  el  aliento  mientras  esperaba  que  Pedro contestara.  ¿Estaría  listo  para someterse al escrutinio del resto de su familia? ¿Y ella, lo estaba?

—¿Qué dices tú, Pau? —preguntó él, con expresión neutra.

—Lo que tú decidas. Es tu familia. Tal vez podríamos hablarlo cuando lleguemos a casa.

La cara de él se iluminó.

—Buena idea.

—En  fin,  espero  que  vayas,  Pau—dijo  Sonia—.  Todo  el  mundo  está  deseando  conocerte.

—Ya me lo imagino —murmuró Pedro en voz demasiado baja para que su hermana lo oyera.

Pero Paula le leyó los labios y le sonrió.

—Sonia no te ha oído —dijo—. Pero yo sí.

—¿Es  que  no  es  ya  bastante  malo  tener  una  madre  con  ojos  en  el  cogote?  ¿También tengo que conocer a una mujer que puede leerme el pensamiento?

—No te he leído el pensamiento —dijo ella—, sino los labios.

—Me da igual —dijo él con fastidio—. Estoy condenado.

Sonia se volvió hacia él con mirada maliciosa.

—Sí, hermanito, es posible que realmente lo estés.

Al final, Paula decidió no ir a la cena de los Alfonso. Empezaba a pensar que Pedro estaba asustado por lo rápido que estaban sucediendo las cosas entre ellos. Lo cierto era que ella no estaba menos confundida, y decidió que un día separados les iría bien a los dos.

—Pero estarás sola —protestó él.

—No, si llamas a Juana y la traes aquí.

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