Pedro se quedó pensativo y luego pareció llegar a una conclusión.
—Yo creo que sería muy divertido.
—Pues no —declaró su tío.
—Pero tú la rescataste, ¿Verdad? Eres un héroe. Todos mis amigos lo dicen. Tengo muchas ganas de que vengas a mi concierto el jueves, para que te vean.
—Basta ya —dijo Pedro, avergonzado de hablar de sus heroicidades.
—No te preocupes —le dijo Paula, y sonrió a Joaquín—. Me imagino que debe de parecerte muy divertido, pero no lo fue, créeme. Yo estaba muy asustada hasta que tu tío vino a salvarme. Es realmente un héroe.
—¡Lo sabía! —gritó Joaquín, exultante, y salió corriendo, sin duda para repetir la historia.
Mateo y Ramiro se marcharon corriendo tras él.
—Parece que has hecho una conquista — dijo Pedro—. ¿Por qué no me habías contado lo de la música?
—Porque no ha salido la conversación — dijo ella, encogiéndose de hombros—. Además, procuro no pensar mucho en ello.
—Lo siento. Renunciar a algo a lo que querías dedicar tu vida debe de ser muy duro.
—Lo fue —dijo ella en un tono que indicaba que deseaba zanjar la cuestión.
Pedro captó la indirecta y la condujo hacia las gradas. Paula notó que gran cantidad de miradas especulativas se posaban sobre ellos mientras subían hacia donde se encontraba Sonia. Pedro trató de colocarla junto a su hermana, pero esta sacudió la cabeza.
—Ah, no, Pedro. Tú te sientas aquí, a mi lado, para que pueda taparte la bocaza, por si se te olvida —dirigió a Paula una mirada de disculpa—. No es que no quiera sentarme contigo.
—Lo comprendo —dijo Paula con una sonrisa—. Perfectamente.
—Entonces ya te habrá puesto al corriente de su abominable comportamiento.
—Jura que se ha reformado —dijo Paula en tono confidencial.
—¡Ja! Eso lo creeré cuando lo vea.
—Vale. Cuando acaben de burlarse de mí, me gustaría concentrarme en el partido — dijo Pedro.
Sonia chasqueó la lengua con desaprobación.
—Ese es el problema: la concentración. Estamos aquí para divertirnos. Nada más.
—No hay nada malo en querer ganar — dijo él, poniéndose a la defensiva.
—Sí, si quieres ganar a toda costa. Ahora pórtate bien. Le estás dando una mala impresión a Paula.
Él frunció el ceño.
—¿Y a tí qué te importa si...?
—Me importa porque ella me gusta —dijo su hermana, guiñándole un ojo a la joven.
Pedro abrazó a Paula por el hombro.
—A mí también me gusta —dijo, mirándola a los ojos.
La cálida aceptación de Sonia y el destello de deseo de la mirada de Pedro se combinaron para hacer que Paula se sintiera aturdida. Aquello era lo que siempre había anhelado: cariño y sentimiento de pertenencia. Si el huracán había sido una pesadilla, aquello... aquello era un sueño.Suspiró y al instante Pedro la tomó de la barbilla y observó su cara.
—¿Estás bien? ¿Tienes calor? ¿Estás cansada? ¿Quieres que te traiga algo de beber? ¿Una tónica?
Aquella lluvia de solícitas preguntas la hizo sonreír.
—Estoy bien. Deja de preocuparte. Ya te lo diré, si necesito algo o quiero irme a casa. Te lo prometo.
Paula observó la sonrisa de satisfacción de Sonia y sintió ganas de devolvérsela.
—Bueno, Pedro—empezó a decir su hermana, con expresión inocente—, ¿Irán mañana a cenar a casa de mamá?
Paula contuvo el aliento mientras esperaba que Pedro contestara. ¿Estaría listo para someterse al escrutinio del resto de su familia? ¿Y ella, lo estaba?
—¿Qué dices tú, Pau? —preguntó él, con expresión neutra.
—Lo que tú decidas. Es tu familia. Tal vez podríamos hablarlo cuando lleguemos a casa.
La cara de él se iluminó.
—Buena idea.
—En fin, espero que vayas, Pau—dijo Sonia—. Todo el mundo está deseando conocerte.
—Ya me lo imagino —murmuró Pedro en voz demasiado baja para que su hermana lo oyera.
Pero Paula le leyó los labios y le sonrió.
—Sonia no te ha oído —dijo—. Pero yo sí.
—¿Es que no es ya bastante malo tener una madre con ojos en el cogote? ¿También tengo que conocer a una mujer que puede leerme el pensamiento?
—No te he leído el pensamiento —dijo ella—, sino los labios.
—Me da igual —dijo él con fastidio—. Estoy condenado.
Sonia se volvió hacia él con mirada maliciosa.
—Sí, hermanito, es posible que realmente lo estés.
Al final, Paula decidió no ir a la cena de los Alfonso. Empezaba a pensar que Pedro estaba asustado por lo rápido que estaban sucediendo las cosas entre ellos. Lo cierto era que ella no estaba menos confundida, y decidió que un día separados les iría bien a los dos.
—Pero estarás sola —protestó él.
—No, si llamas a Juana y la traes aquí.
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