miércoles, 4 de abril de 2018

Inevitable: Capítulo 61

—Por supuesto que tienes que detenerla —dijo Isabel—. No veo que tengas otra opción.

Y Franco estuvo de acuerdo.

—La verdad es que la nobleza no es lo más importante en esta vida.


Pedro estaba empezando a captar la idea. Cuando llegó a casa, abrió el armario de par en par, sacó una bolsa de viaje y empezó a hacer el equipaje. Collierville. Todo estaba como lo recordaba; varios cientos de casas de ladrillo y pizarra, un número igual de jardines bien conservados y calles bordeadas de árboles con niños y bicicletas  en  todas  direcciones.  Lo  reconoció  todo  como  si  lo  hubiera  abandonado  el  día anterior. Era la primera vez que volvía en doce años.En otro tiempo, aquél había sido el hogar de su corazón. Después se había negado a tener corazón.¿Y ahora?«El que tuvo, retuvo», recordó el refrán. Dios, eso esperaba.Estaba  sólo  a  mitad  del  camino  en  el  jardín  de  su  hermana  cuando  se  abrió  la  puerta principal y Sonia salió mirándolo, primero asombrada y luego deleitada.

—¡Pedro! —gritó antes de bajar los escalones y arrojarse a sus brazos—. ¡Oh, Pedro! Por fin. ¡Has vuelto a casa! ¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no me lo dijiste? —lo agarró  del  brazo  para  arrastrarlo  hacia  la  casa—.  ¿Pero  por  qué...?  ¡No!  ¡No  te  haré  más preguntas! ¡No me importa! Sólo estoy encantada de que estés aquí.

—No lo estarás cuando sepas por qué —dijo Pedro.

Ella se detuvo en el porche un instante para mirarlo a la cara.

—¿De qué estás hablando?

—He venido a detener la boda.

Sonia no parpadeó, sólo lo miró asombrada.

—¿Boda? ¿Qué boda?

—¡La boda de Paula! ¿Cuál va a ser?

Sonia sacudió la cabeza.

—No va a haber ninguna boda.

Ahora fue el turno de Pedro de poner cara de asombro.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir con que no va a haber boda?

—La han suspendido.

Pedro no  se  atrevió  a  tener  esperanzas.  ¿Habría  sido  idea  de  Paula o  la  habría  dejado David después de haberlos sorprendido en Nueva York?

—¿Quién la suspendió?

Pero su hermana no tenía ni idea.

—¡Necesito  hablar  con  Paula!  —Pedro se  estaba  dando  la  vuelta  ya—.  ¿Dónde  está?

—No lo sé. Se ha tomado unas vacaciones. Se ha ido.

—¿Ido? ¿Adonde?

Sonia se encogió de hombros.

—David debe saberlo.

¿Y se  suponía  que  iba  a  preguntarle  a  David  dónde  estaba  Paula?  Se  estaría  buscando otro labio roto. O un ojo morado.Era un pequeño precio a pagar, decidió. Necesitaba encontrarla.

—¿Dónde está David?

Encontró al ex novio de Paula trabajando en un tractor. David no se alegró más de verlo que él.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó el otro hombre con tono hosco.

Pedro no podía culparlo.

—No quiero otro labio roto —dijo—. Aunque me merecía el primero.

—Desde luego. ¿Qué es lo que buscas ahora?

—Necesito  encontrar  a  Paula.  Mi  hermana  me  dijo  que  no  está  por  aquí  y  que  tú podrías saber dónde se encontraba.

—Puede que lo sepa.

David empezó a maniobrar la palanca de las marchas. Pedro  esperó  con  los  puños  levemente  apretados.  Comprendía  que  por  David ya  podía esperar lo que le diera la gana.

—¿Me lo dirás? Por favor...

David lo miró a los ojos

-Y por qué debería?

—Porque la quiero.

Pedro había luchado contra aquello todo el tiempo que había podido, pero ya no podía más. Pedro Alfonso amaba a Paula Chaves. Ésa era la verdad pura y simple. Inclinó la cabeza y cerró los ojos esperando.

—Hay una cabaña —dijo David despacio. Cerca del monasterio. No estoy seguro de que esté allí, pero apuesto a que sí.

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