—¿Podrías repetirlo? —preguntó Sonia cuando Pedro la llamó y le contó brevemente la situación de Paula.
—¿Qué parte de «necesita ropa» no entiendes? —le contestó él.
—Olvídate de la ropa. Me he quedado en la parte en la que le ofreces a una completa desconocida que se instale en tu casa.
—Temporalmente —le recordó él.
—Debe de ser muy guapa.
No tenía sentido negar lo evidente, pues su hermana la vería por sí misma al día siguiente. Pedro recordó la cara de duende de Paula, sus rizos desordenados y sus hermosos ojos azules.
—Lo es, aunque muy americana.
—¿Así que no es una de tus morenitas larguiruchas de siempre?
Pedro no sabía que sus gustos fueran tan predecibles que hasta su hermana mayor los conociera.
—No —admitió.
—¿Pero te gusta?
—Eso no importa.
—¿Y qué es lo que importa?
—Que está sola y no tiene adonde ir. Yo tengo una habitación libre. No es para tanto, Sonia. Haría lo mismo por cualquiera.
— ¿Es que no rescataste a nadie más el otro día?
Pedro vió exactamente adonde quería ir a parar su hermana.
—Sí —contestó enérgicamente—. Pero no es lo mismo. Casi todas esas personas tenían familia.
—¿Y Paula no?
Todavía le hervía la sangre cuando pensaba en los padres de Paula.
—En Miami, no —dijo, crispado.
—Oh oh —murmuró su hermana.
—Oh oh, ¿Qué?
—Te pones muy protector con ella, ¿No?Lo noto en tu voz.
—¿Y qué si lo hago? Alguien tiene que cuidar de ella.
—¿No crees que estás llevando demasiado lejos esa tendencia tuya a hacerte el héroe?
—No, no lo creo.
—¿Cuántos años tiene?
—No lo sé. Puede que veintinueve o treinta.
—Ah —dijo ella secamente —. Qué mayorcita para tí. ¿No crees que ya puede cuidar de sí misma?
Pedro ignoró la insinuación de que solía salir con mujeres poco maduras. Trató de imaginar cómo reaccionaría Allie si alguien le insinuara que no podía arreglárselas sola.
—Bueno, claro que podría, pero ¿Por qué iba a hacerlo, si yo puedo ayudarla durante algún tiempo?
Su hermana murmuró algo sobre que era un embustero y luego añadió:
—Estaré ahí dentro de una hora.
—No vengas esta noche —contestó él—. Ven por la mañana. Ahora está muy cansada.
—Ya estás otra vez poniéndote protector.
—Órdenes del médico —replicó él—. Dice que necesita reposo.
—Claro —dijo Sonia, riéndose—. Me preguntó cuánto reposará en tu cama.
—Maldita sea, Sonia, no está en mi cama. Está en el cuarto de invitados.
—¿Por cuánto tiempo?
Pedro reprimió una maldición.
— Tal vez sea mejor que lo olvides —dijo—. Llamaré a otra de mis hermanas que se muestre más comprensiva.
—Cuando se trata de tu vida amorosa, niño, nadie es más comprensiva que yo. Estaré ahí a primera hora de la mañana.
—Y compórtate —añadió él.
—No te pondré en evidencia —prometió.
—¿Y llamarás a las demás? —preguntó Pedro.
No estaba seguro de poder soportar tres interrogatorios más, y mucho menos el de su madre cuando se enterara de la existencia de Paula.
—Lo haré encantada —dijo Sonia.
Pedro podía imaginarse perfectamente la sonrisa de su hermana.
—No las traigas a todas mañana —le advirtió—. Trae solo la ropa.
— Oh, Pepe, Pepe, —exclamó ella—. ¿De veras crees que sería capaz de llevarlas?
—Ni lo intentes —dijo él—. Paula no está preparada.
—¿Paula o tú? —preguntó ella.
—Ninguno de los dos, de acuerdo. Sonia, ven sola y te estaré eternamente agradecido.
—¿De veras? —mostrándose más comprensiva de repente—. Y, a cambio, ¿Te quedarás con los niños un fin de semana? ¿Con todos?
Él suspiró, sabiendo que aquello podría disuadirla de llevar a sus otras hermanas.
—Sí —dijo— . Dos fines de semana, si consigues mantener a mamá alejada de aquí.
Sonia se rió.
—Eso, hermanito, está fuera de mis poderes de persuasión.
—Inténtalo, por lo menos —le pidió él de nuevo—. Incluso iré a los tres próximos conciertos de Joaquín.
Toda la familia temía aquellos conciertos, porque Joaquín, de siete años, y sus compañeros de clase tenían más entusiasmo que talento musical. Los conciertos eran una tortura y las excusas para no asistir sumamente imaginativas. Y el pobre Joaquín empezaba a desilusionarse. Pero la presencia de su heroico tío Pedro aumentaría su categoría entre sus compañeros de clase. Y Sonia lo sabía.
—Haré que mamá se quede en casa mañana aunque tenga que atarla a una silla —dijo ella con determinación—. Y el próximo concierto es el jueves. Recuérdalo.
Pedro sonrió.
—Tú cumple tu parte y yo lo marcaré en el calendario —prometió sin entusiasmo.
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