lunes, 9 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 6

—De acuerdo.

Volvió la cabeza para ocultar las lágrimas. De pronto, sintió un puñadito de polvo que  parecían  haberle  arrojado  a  la  cara  deliberadamente.  Miró  hacia  arriba  y  se  lo  encontró mirándola ansiosamente.

—Perdona —se  disculpó  él—.  Tenía  que  llamar  tu  atención.  Te  prometo  que  volverás a verme enseguida. Yo nunca dejo a una mujer bonita en apuros.

Ella  estuvo  a  punto  de  reírse.  Nadie  en  los  últimos  años  le  había  dicho  que  era  bonita.  Y  pensó  que  debía  de  tener  un  aspecto  horrible.  Estaba  a  punto  de  irse  a  ¡a  cama cuando la había sorprendido el desastre, y solo llevaba puesta una camiseta vieja. Al  final  del  día,  su  pelo  era  siempre  una  maraña  de  rizos  castaños,  gracias  a  la  perpetua  humedad  de  Miami.  Pensó  que  debía  de  estar  tan  bonita  como  una  fregona  polvorienta.

—Vete —le dijo—. Estaré aquí cuando vuelvas.

Él sonrió.

—Eso quería oír.

Y luego desapareció, dejando a Paula preguntándose si era posible que los ángeles tuvieran ojos traviesos... y se parecieran tanto al pecado. Paula todavía sonreía cuando salió del montón de escombros. Paula Chaves era valiente, desde luego. Estaba muy asustada, pero hacía lo posible por no demostrarlo. Él había percibido un destello de pánico en sus impresionantes ojos azules, pero ella no se  había  quejado  ni  una  sola  vez.  Tenía  que  dolerle,  pero,  aparte  de  su  broma  al  admitirlo, no había vuelto a mencionar las heridas.

—¿Qué  te  hace  tanta  gracia?  —le  preguntó  Sergio,  mirándolo  con  curiosidad  mientras saltaba al suelo junto a él.

— Tenías que haberla visto —contestó Pedro.

—¿Está bien?

—Tiene  el  sentido  del  humor  intacto,  pero  no  puede  moverse.  No  hay  forma  de  saber  si  es  porque  está  arrapada  o  porque  tiene  alguna  herida.  Pero  es  la  mujer  más  valiente  que  he  visto  nunca.  No  está  histérica,  aunque  en  sus  increíbles  ojos,  azules  como el océano, brillan lágrimas que intenta reprimir. Tom sacudió la cabeza.

—Te parecerá bonito ponerte poético en medio de un rescate.

—Solo  quería  motivarte  —dijo Pedro,  aunque  la  idea  de  que  Sergio se  interesara  por Paula lo molestaba más de lo que se hubiera atrevido a admitir. Era una estupidez tener  celos  de  una  mujer  a  la  que  ni  siquiera  le  habían presentado.  Miró  hacia  los  escombros  con  preocupación—.  ¿Alguna  idea  de  cómo  podemos  llegar  hasta  ella  sin  hacer que todo se derrumbe a su alrededor?

Se  quedaron  mirando  el  amasijo  informe  de  cascotes.  No  era  de  lo  peor  que  habían  visto.  Pero  Pedro nunca  había  sentido  tanta  urgencia.  Algo  en  el  ánimo  y  la  valentía de Paula había captado su atención como pocas mujeres podían hacerlo. En solo unos minutos, había percibido algo de la fortaleza y el coraje del que le había hablado la anciana vecina.

Durante  las  horas  siguientes,  Pedro,  Sergio y  los  demás  bomberos  trabajaron  con  minuciosa  paciencia  para  llegar  hasta  Paula.  Cuando  finalmente  pudieron  verla  con  claridad  a  través  de  un  túnel  que  parecía  suficientemente  seguro,  Pedro se  arrastró  sobre  el  vientre,  despejando  los  cascotes  poco  a  poco  hasta  que  pudo  estirarse  y  tocar  su  mano.  De  nuevo  aquellos  inmensos  y  luminosos  ojos  azules  lo  atraparon  y  lo  cautivaron.Le pasó una botella de agua, pero ella no pudo llevársela a la boca y contempló su mano atrapada con evidente frustración.

—Está bien —dijo él suavemente—. Yo te la acercaré. Aguanta ahí.

Se  acercó  muy  despacio,  esperando  entre  cada  movimiento  para  asegurarse  de  que el precario montón de cascotes no se tambaleaba. Por fin estuvo lo bastante cerca para acercarle a los labios la boca de la botella de plástico. Ella bebió ávidamente, sin dejar de mirarlo a la cara.

—¿Juana está bien? —le preguntó cuando hubo aplacado su sed.

—¿Juana?

—Mi  vecina,  la  señora  Baker. 

Él  recordó  a  la  mujer  que  los  había  llevado  hasta Paula.

—¿De unos setenta y cinco años? ¿Metro cincuenta? ¿Delgada?

—Sí, sí, es ella. Está bien, ¿Verdad?

—Tiene  un  corte  en  la  frente  y  posiblemente  un  esguince  en  el  tobillo,  pero  tú  eres  lo  único  que  parece  preocuparla  —dijo  él—.  No  se  ha  movido  de  aquí  desde  que  empezamos  a  buscarte.  Encontró  una  silla  entre  los  escombros,  se  ha  plantado  ahí  enfrente y no nos quita la vista de encima.

Paula sonrió.

—Así es ella. ¿Y los demás vecinos? ¿Cómo están?

—Estamos  comprobándolo  ahora  mismo  —dijo  él,  sintiéndose  incapaz  de  decirle  que  había  al  menos  un  muerto  y  algunos  desaparecidos.  Por  suerte,  ella  pareció  creerlo.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—No mucho. Unas horas. Recibimos el aviso poco antes de las seis de la mañana. Ahora es casi mediodía —le dijo—. Pero a tí debe de haberte parecido una eternidad — ella asintió—. Bueno, ya casi ha terminado. Tú quédate muy quieta, cariño. Te sacaré en  seguida — le prometió.

—No  podría  moverme  aunque  quisiera  —dijo  ella  mientras  una  lágrima  se  deslizaba  por  su  mejilla—.  Yo...  —se  le  quebró  la  voz—  creo  que  podría  estar  paralizada.

—Vamos, no digas tonterías. Debe de ser por cómo estás enterrada ahí abajo —le aseguró él—. No tengas miedo. Cuando estés fuera, te llevaré a bailar.La broma le arrancó a Paula una sonrisa desvaída.

—Te  arrepentirás.  Antes  de  esto,  ya  bailaba  como  un  pato.  Además,  no  oigo  la  música.

—Te llevaré a un sitio donde lo único que importa es que muevas las caderas.

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