—De acuerdo.
Volvió la cabeza para ocultar las lágrimas. De pronto, sintió un puñadito de polvo que parecían haberle arrojado a la cara deliberadamente. Miró hacia arriba y se lo encontró mirándola ansiosamente.
—Perdona —se disculpó él—. Tenía que llamar tu atención. Te prometo que volverás a verme enseguida. Yo nunca dejo a una mujer bonita en apuros.
Ella estuvo a punto de reírse. Nadie en los últimos años le había dicho que era bonita. Y pensó que debía de tener un aspecto horrible. Estaba a punto de irse a ¡a cama cuando la había sorprendido el desastre, y solo llevaba puesta una camiseta vieja. Al final del día, su pelo era siempre una maraña de rizos castaños, gracias a la perpetua humedad de Miami. Pensó que debía de estar tan bonita como una fregona polvorienta.
—Vete —le dijo—. Estaré aquí cuando vuelvas.
Él sonrió.
—Eso quería oír.
Y luego desapareció, dejando a Paula preguntándose si era posible que los ángeles tuvieran ojos traviesos... y se parecieran tanto al pecado. Paula todavía sonreía cuando salió del montón de escombros. Paula Chaves era valiente, desde luego. Estaba muy asustada, pero hacía lo posible por no demostrarlo. Él había percibido un destello de pánico en sus impresionantes ojos azules, pero ella no se había quejado ni una sola vez. Tenía que dolerle, pero, aparte de su broma al admitirlo, no había vuelto a mencionar las heridas.
—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó Sergio, mirándolo con curiosidad mientras saltaba al suelo junto a él.
— Tenías que haberla visto —contestó Pedro.
—¿Está bien?
—Tiene el sentido del humor intacto, pero no puede moverse. No hay forma de saber si es porque está arrapada o porque tiene alguna herida. Pero es la mujer más valiente que he visto nunca. No está histérica, aunque en sus increíbles ojos, azules como el océano, brillan lágrimas que intenta reprimir. Tom sacudió la cabeza.
—Te parecerá bonito ponerte poético en medio de un rescate.
—Solo quería motivarte —dijo Pedro, aunque la idea de que Sergio se interesara por Paula lo molestaba más de lo que se hubiera atrevido a admitir. Era una estupidez tener celos de una mujer a la que ni siquiera le habían presentado. Miró hacia los escombros con preocupación—. ¿Alguna idea de cómo podemos llegar hasta ella sin hacer que todo se derrumbe a su alrededor?
Se quedaron mirando el amasijo informe de cascotes. No era de lo peor que habían visto. Pero Pedro nunca había sentido tanta urgencia. Algo en el ánimo y la valentía de Paula había captado su atención como pocas mujeres podían hacerlo. En solo unos minutos, había percibido algo de la fortaleza y el coraje del que le había hablado la anciana vecina.
Durante las horas siguientes, Pedro, Sergio y los demás bomberos trabajaron con minuciosa paciencia para llegar hasta Paula. Cuando finalmente pudieron verla con claridad a través de un túnel que parecía suficientemente seguro, Pedro se arrastró sobre el vientre, despejando los cascotes poco a poco hasta que pudo estirarse y tocar su mano. De nuevo aquellos inmensos y luminosos ojos azules lo atraparon y lo cautivaron.Le pasó una botella de agua, pero ella no pudo llevársela a la boca y contempló su mano atrapada con evidente frustración.
—Está bien —dijo él suavemente—. Yo te la acercaré. Aguanta ahí.
Se acercó muy despacio, esperando entre cada movimiento para asegurarse de que el precario montón de cascotes no se tambaleaba. Por fin estuvo lo bastante cerca para acercarle a los labios la boca de la botella de plástico. Ella bebió ávidamente, sin dejar de mirarlo a la cara.
—¿Juana está bien? —le preguntó cuando hubo aplacado su sed.
—¿Juana?
—Mi vecina, la señora Baker.
Él recordó a la mujer que los había llevado hasta Paula.
—¿De unos setenta y cinco años? ¿Metro cincuenta? ¿Delgada?
—Sí, sí, es ella. Está bien, ¿Verdad?
—Tiene un corte en la frente y posiblemente un esguince en el tobillo, pero tú eres lo único que parece preocuparla —dijo él—. No se ha movido de aquí desde que empezamos a buscarte. Encontró una silla entre los escombros, se ha plantado ahí enfrente y no nos quita la vista de encima.
Paula sonrió.
—Así es ella. ¿Y los demás vecinos? ¿Cómo están?
—Estamos comprobándolo ahora mismo —dijo él, sintiéndose incapaz de decirle que había al menos un muerto y algunos desaparecidos. Por suerte, ella pareció creerlo.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—No mucho. Unas horas. Recibimos el aviso poco antes de las seis de la mañana. Ahora es casi mediodía —le dijo—. Pero a tí debe de haberte parecido una eternidad — ella asintió—. Bueno, ya casi ha terminado. Tú quédate muy quieta, cariño. Te sacaré en seguida — le prometió.
—No podría moverme aunque quisiera —dijo ella mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla—. Yo... —se le quebró la voz— creo que podría estar paralizada.
—Vamos, no digas tonterías. Debe de ser por cómo estás enterrada ahí abajo —le aseguró él—. No tengas miedo. Cuando estés fuera, te llevaré a bailar.La broma le arrancó a Paula una sonrisa desvaída.
—Te arrepentirás. Antes de esto, ya bailaba como un pato. Además, no oigo la música.
—Te llevaré a un sitio donde lo único que importa es que muevas las caderas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario