lunes, 30 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 41

Pero no estaba tan seguro como intentaba aparentar. La miradaque les dirigió su madre mientras se acercaba al coche no parecía tranquilizadora. Pedro había visto esa mirada  otras  veces,  dirigida  a  los  hombres  que  luego  se  habían  convertido  en  sus cuñados. Su madre se dirigió directamente a Paula.

—Tú debes de ser Paula—dijo, casi sacándola del coche para abrazarla—. Yo soy la  madre  de  Pedro.  Tenía  muchas  ganas  de  conocerte,  pero  mi  hijo  no  dejaba  de  decirme  que  tenía  que  esperar  hasta  que  te  recuperaras.  Pero  cuando  estás  mal  es  precisamente   cuando   más   necesitas   a   la   familia,   ¿No crees?   Los hombres  no  comprenden estas cosas.

Paula lanzó a Pedro una mirada desesperada.

— Supongo que no —murmuró, sin saber qué decirle a aquella desconocida que la trataba como si formara parte de su familia.

—Vamos,  ven  a  conocer  a  los  otros  —le  ordenó  la  mujer,  llevándola  hacia  la  entrada.Las  dos  desaparecieron  dentro  de  la  casa,  y  Pedro suspiró  aliviado.

 Salió  del  coche  lentamente.  De  todas  formas,  ya  no  podía  hacer  nada  por  salvar  a  Paula.  Si  conseguía escabullirse hasta el jardín, podría ocultarse hasta que pasara lo peor.

—Perdona,  hermanito  —dijo  Sonia ,  apareciendo  a  su  lado  cuando  doblaba  la  esquina  —. Entra. Paula te necesita.

—En realidad, creo que está un poco enfadada conmigo en este momento.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué?

—Es  una  larga  historia  y  no  tengo  ganas  de  contártela.  Basta  con  decir  que  no  han elegido un buen momento para venir.

Sonia se echó a reír.

—Puede  que  sí.  Cuando  mamá  acabe  de  exponer  todas  tus  virtudes,  Paula ya  no  podrá resistírsete.

Por  supuesto,  los  motivos  del  enfado  de  Paula  nada  tenían  que  ver  con  los  que  suponía su hermana. Pero Pedro no la sacó de su error.

—¿Han venido todos? —le preguntó.

—Absolutamente todos, incluidos los niños —dijo Sonia—. Pero no te preocupes. Mamá ha traído comida suficiente para un regimiento.

—¿Se van a quedar a cenar?

—Bueno, claro. Mamá no va a perderse la oportunidad de conocer a una nuera en potencia. Lleva demasiado tiempo esperando este momento.

Pedro se preguntó si todavía podría escapar. Pero suspiró y abandonó la idea. Paula nunca lo perdonaría si la dejaba sola. Tal vez no comprendiera a las mujeres, pero eso lo sabía con absoluta certeza. Se volvió hacia su hermana.

—Una hora —declaró con firmeza—. Dentro de una hora te los llevarás a todos. Allie necesita descansar.

Sonia se rió.

—Qué bonito. Toda esa preocupación es muy conmovedora, pero algo me dice que no es Paula quien te preocupa. Quieres que nos marchemos antes de que empecemos a planear tu boda.

—Muérdete la lengua —le dijo él, y entró en la casa.

Encontró  a  Paula sentada  en  el  sofá,  entre  su  madre  y  su  padre.  Sus  hermanas  habían ocupado el resto de las sillas, y sus maridos permanecían de pie, contemplando incómodamente  la  escena,  tal  vez  recordando  cuando  se  habían  visto  en  similares  circunstancias. Nueve  niños,  todos  menores  de  diez  años,  corrían  de  habitación  en  habitación,  perseguidos alegremente por Apolo. Por una vez, Pedro envidió la sordera de Paula. El bullicio era intolerable.

—¡Apolo,  siéntate!  —le  gritó  al  perro. 

Este  se  tumbó  a  sus  pies,  moviendo  la  cola. Por desgracia, la orden no surtió efecto con los niños. Pedro  los miró con el ceño fruncido y señaló hacia la puerta—. ¡Fuera!

Gabriel, el marido de Sonia, le guiñó un ojo.

—Me los llevaré al patio. Sé que querrás quedarte aquí.

—No especialmente —dijo Pedro, viendo cómo se escabullía su cuñado.

Volvió a mirar a Paula. Parecía un poco aturdida por la lluvia de preguntas que caía sobre ella.

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