viernes, 6 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 5

Paula salía y entraba de un estado de inconsciencia. O tal vez solo dormía. Únicamente sabía que, de vez en cuando, sus ojos parecían cerrarse y el dolor se desvanecía. Cuando se despertaba, el latido del dolor era más intenso que nunca.

—¡Socorro! —gritó  de  nuevo.  Seguramente  ya  habría  equipos  de  rescate  en  la  zona.  Si  la  oían,  podrían  encontrarla.  Gimiendo  por  el  dolor,  tomó  fuerzas  y  gritó  de  nuevo—. ¡Socorro!

Pero  sus  gritos  sólo  hallaron  el  mismo  silencio.  Se  sentía  como  si  clamara  en  medio de un inmenso vacío. Sus gritos seguían sin respuesta y comenzaba a perder la esperanza.  ¿Y  si  nunca  la  encontraban?  ¿Cuánto  tiempo  podría  mantenerse  viva  con  aquel  calor  implacable  y  sin  agua?  La  desesperación  empezó  a  apoderarse  de  su  espíritu.Luego,  de  pronto,  justo  cuando  iba  a  abandonar,  creyó  ver  un  ligero  movimiento  por  encima  de  ella.  ¿Era  posible?  Pero  en  aquella  oscuridad  impenetrable,  no  podía  estar segura. ¿Había visto un destello de luz?

—¡Aquí! —gritó  por  si  acaso  no  había  sido  producto  de  su  imaginación  —.  ¡Estoy  aquí abajo!

Un cascote de lo que antes había sido su tejado fue apartado, permitiéndole ver un primer retazo de cielo. Irónicamente, teniendo en cuenta la tormenta que se había desatado  hacía  tan  poco  tiempo,  el  cielo  estaba  de  un  azul  brillante  y  tan  bello  que  nadie habría podido imaginar que había provocado semejante destrucción apenas unas horas antes. Aliviada por conservar todavía la vista, Paula deseó mirar y mirar aquella luz, pero tuvo que cerrar los ojos por el resplandor del sol, aunque sintió su deliciosa tibieza en las mejillas y prometió que nunca más se quejaría del clima sofocante de Miami. En ese momento, le pareció maravilloso. Cuando por fin se atrevió a abrir los ojos otra vez, había una cara observándola, la  cara  más  atractiva  que  había  visto  nunca.  Por  supuesto,  en  ese  momento  habría  caído rendida a los pies de un hombre con una barba hasta las rodillas y el pelo con la consistencia de  la  estopa,  con  tal  de  que  hubiera  ido  a  salvarla.  Pero  aquel  hombre  nada tenía que ver con esa imagen. A pesar de que llevaba el casco puesto, podía ver que tenía el pelo negro y un  poco  largo.  Tenía  los  ojos  muy  oscuros  y  una  complexión  que  sugería  ascendencia  hispana, y unos hoyuelos que podían hacer suspirar a una mujer. A Paula casi le dió un vahído y murmuró:

—Madre mía...

Él  estaba  demasiado  lejos  para  que  pudiera  leer  sus  labios,  pero  Paula pudo  ver  que  su  boca  se  curvaba  lentamente  en  una  sonrisa  reconfortante  y  devastadora.  Se  aferró  a  la  visión  de  aquella  sonrisa.  Era  un  recordatorio  de  que  la  vida  merecía  la  pena. Ningún hombre le había sonreído así desde hacía mucho tiempo. Tal vez, nunca.O  tal  vez  ella  no  lo  había  notado,  admitió  cándidamente.  Desde  el  momento  en  que había perdido el oído, su vida se había concentrado en un único objetivo: aprender a adaptarse, aprender a salir adelante, a abrir esa nueva puerta... y había olvidado la vida social que antaño la había absorbido. Además, había descubierto que había pocos hombres  interesados  en  una  mujer  que  no  estuviera  pendiente  de  cada  una  de  sus  palabras.En  los  últimos  quince  años  había  habido  hombres  entre  sus  compañeros  de  trabajo.  Incluso  algunos  se  contaban  entre  sus  amigos,  pero  ni  uno  solo  había  hecho  bullir  su  sangre  como  aquel  que  le  sonreía.  Paula pensó  que  debía  de  ser  una  reacción  normal  ante  las  circunstancias.  Después  de  todo,  aquel  no  parecía  un  momento  adecuado  para  que  sus  hormonas  despertaran  después  de  más  de  una  década  de  letargo. El tiempo pasaba y ella seguía mirando aquella cara increíble. Por el modo en que los  escombros  eran  apartados  lentamente  sobre  ella,  comprendió  que  había  alguien  más intentado liberarla, pero que aquel hombre se había quedado allí para que pudiera verlo y que, centímetro a centímetro, iba acercándose a ella.

—Hola, Paula—dijo.

Ya estaba lo bastante cerca para poder leer sus labios. Y Paula comprendió, por el modo en que le había hablado y por la forma insistente en que la miraba, que sabía que era sorda.

—Hola —dijo, dando un gemido, aunque se sentía inundada por el alivio.

—¿Puedes  leer  en  mis  labios?  —mirándolo  fijamente,  ella  asintió—.  Bien  —él estiró un brazo—. ¿Puedes darme la mano?

Paula trató  de  mover  un  brazo,  pero  sintió como  si  también  lo  tuviera  atrapado  por un gran peso, al igual que la pierna. Casi se echó a llorar de frustración.

—Está bien —dijo él—. Aguanta ahí un poco más. Estás siendo muy valiente y, si nos das un poco más de tiempo, podré alcanzarte y toda esta pesadilla habrá pasado —ella asintió—. ¿Te duele algo?

—Todo —dijo Paula.

Él sonrió.

—Sí, una pregunta estúpida, ¿Eh?

Desvió la cabeza. Paula pudo ver un cambio en su expresión y supuso que estaba hablando con alguien a quien no podía ver. Los cascotes seguían desapareciendo y sobre ella llovían pedazos de yeso. Gimió, llamando la atención del hombre.

—¿Estás  bien?  —preguntó  él,  preocupado.  Ella  asintió,  con  la  mirada  clavada  en  sus ojos oscuros—. Bien. Vamos a hacer una cosa, Paula. Supongo que querrás saber lo que estamos haciendo aquí arriba, ¿Verdad?

—  Sí —ella  quería  saberlo  todo,  aunque  no  le  gustara. 

Había  aprendido  hacía  mucho tiempo que podía hacerse cargo de casi cualquier situación, siempre que supiera a qué se enfrentaba.

—Bien.  Yo  voy  a  irme  solo  un  minuto.  No  nos  gusta  este  acercamiento,  así  que  vamos  a  intentarlo  por  otro  lado.  Llevará  un  poco  más  de  tiempo,  pero  es  menos  arriesgado. ¿Te parece bien?

Ella quiso protestar, pero al fin y al cabo él sabía lo que hacía. Debía confiar en él.  Mirándolo  a  los  ojos,  comprendió  que  podía  hacerlo.  Y  aunque  no  quería  que  se  fuera, aunque no quería perderlo de vista, asintió otra vez.

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