Paula declinó una invitación de la madre de Pedro para unirse a ellos en la cena del domingo. Todavía se sentía confusa por lo que había ocurrido en la barca, por la inesperada visita de la familia y por las cosas que él le había dicho en la cocina. Tenía la inquietante sensación de que estaba enamorándose perdidamente de un hombre al que apenas conocía. Y, hasta que no comprendiera plenamente su relación, no quería arriesgarse a enamorarse también de su familia.
—No lo entiendo —dijo Juana, cuando Paula trató de explicárselo—. Estás loca por él. Él está loco por tí. ¿Cuál es el problema?
—Es demasiado pronto —dijo ella sombríamente—. ¿Cómo puedo estar segura de lo que siento? Pedro no lo está. Me dijo claramente que yo ni siquiera sabía lo que sucedía en mi cabeza.
Juana se echó a reír.
—¿Y cómo reaccionaste tú?
—Me puse furiosa.
—Me lo imagino.
Paula la miró, con aflicción.
—Pero ¿Y si tiene razón? ¿Y si me hubiera enamorado de cualquier hombre que me hubiera sacado de entre los escombros? Es una posibilidad.
—¿Te has enamorado de Sergio?
Paula frunció el ceño ante aquella absurda pregunta.
—No, claro que no.
—Él también estaba allí —añadió Juana.
—Pero no fue él quien me rescató.
—Pero, si lo hubiera sido, ¿Te habrías enamorado de él? —preguntó la anciana, escéptica.
Paula trató de imaginarse a sí misma enamorada del simpático y gigantesco amigo de Pedro. Había pasado algún rato con él desde el temporal y no había sentido el más leve atisbo de atracción, aunque era más guapo, en un sentido clásico, que Pedro.
—No —admitió lentamente—. Es un hombre muy agradable, pero no me dice nada.
—Bueno, parece que estamos llegando a alguna conclusión —dijo Juana, mirándola con expresión astuta—. ¿Tú eres la única mujer a la que Pedro ha rescatado?
—No —contestó Paula.
—¿Ya las demás las ha invitado a vivir con él?
— Yo no vivo con él —arguyó Paula—. Esto es solo temporal.
Juana hizo girar los ojos.
—Como quieras. ¿Pedro ha hecho esto alguna vez?
—No creo.
—Entonces, ¿Por qué crees que te lo sugirió?
Paula frunció el ceño.
— Si lo supiera, todo sería mucho menos complicado.
—A veces, el amor solo es complicado si nosotros lo complicamos.
—¿Qué significa eso?
—Significa, cariño, que el amor es sencillo. Resistirse a él es lo que lo complica. Tú estás buscando excusas para no enamorarte, en vez de aceptarlo como el maravilloso regalo que es.
—¿No se supone que para eso hacen falta dos personas?
Juana sonrió.
—Es verdad —dijo—. Tal vez deba explicárselo a Pedro cuando me lleve a casa esta tarde.
—No te atreverás. No quiero que piense que nos hemos pasado el día hablando de él.
—Pero eso es justamente lo que hemos hecho —dijo Juana.
—Entonces, será mejor que cambiemos de tema. ¿Qué tal te va con tu hermana? —dijo, sabiendo que la pregunta distraería a Juana—. No puede irte tan mal, porque tienes muy buen aspecto. Hasta te has hecho un corte de pelo distinto. Muy juvenil. Pareces diez años más joven.
—Sé lo que intentas —respondió Juana, aunque parecía complacida por el cumplido—. Pero no se me va a olvidar lo de Pedro.
—Entonces, supongo que tendré que acompañarlos cuando te lleve a casa. Para proteger mis intereses.
—Si quieres... —dijo Juana con desenfado—. En cuanto a mi hermana, está completamente chiflada. ¿Sabes lo que ha hecho ahora?
Paula se recostó en la silla, aliviada por no tener que seguir hablando sobre sus sentimientos hacia Pedro. Tal vez las cosas mejorarían a partir del lunes, cuando volviera al trabajo. Así no pasarían tanto tiempo juntos. Y pronto se mudaría. Esa sería la auténtica prueba, concluyó. Si había algo entre ellos, el hecho de que ella se mudara no pondría fin a su relación. Decidió empezar a buscar un apartamento en alquiler en cuanto saliera del trabajo el lunes.
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