lunes, 30 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 44

Paula declinó una invitación de la madre de Pedro para unirse a ellos en la cena del  domingo.  Todavía  se  sentía  confusa  por  lo  que  había  ocurrido  en  la  barca,  por  la  inesperada  visita  de  la  familia  y  por  las  cosas  que  él le  había  dicho  en  la  cocina.  Tenía  la  inquietante  sensación  de  que  estaba  enamorándose  perdidamente  de  un  hombre  al  que  apenas  conocía.  Y,  hasta  que  no  comprendiera  plenamente  su  relación,  no quería arriesgarse a enamorarse también de su familia.

—No lo entiendo —dijo Juana, cuando Paula trató de explicárselo—. Estás loca por él. Él está loco por tí. ¿Cuál es el problema?

—Es demasiado pronto —dijo ella sombríamente—. ¿Cómo puedo estar segura de lo que siento? Pedro no lo está. Me dijo claramente que yo ni siquiera sabía lo que sucedía en mi cabeza.

Juana se echó a reír.

—¿Y cómo reaccionaste tú?

—Me puse furiosa.

—Me lo imagino.

Paula la miró, con aflicción.

—Pero  ¿Y si tiene  razón?  ¿Y  si  me  hubiera  enamorado  de  cualquier  hombre  que  me hubiera sacado de entre los escombros? Es una posibilidad.

—¿Te has enamorado de Sergio?

Paula frunció el ceño ante aquella absurda pregunta.

—No, claro que no.

—Él también estaba allí —añadió Juana.

—Pero no fue él quien me rescató.

—Pero,  si  lo  hubiera  sido,  ¿Te habrías  enamorado de  él?  —preguntó  la  anciana,  escéptica.

Paula trató de imaginarse a sí misma enamorada del simpático y gigantesco amigo de Pedro. Había pasado algún rato con él desde el temporal y no había sentido el más leve atisbo de atracción, aunque era más guapo, en un sentido clásico, que Pedro.

—No —admitió lentamente—. Es un hombre muy agradable, pero no me dice nada.

—Bueno, parece que estamos llegando a alguna conclusión —dijo Juana, mirándola con expresión astuta—. ¿Tú eres la única mujer a la que Pedro ha rescatado?

—No —contestó Paula.

—¿Ya las demás las ha invitado a vivir con él?

— Yo no vivo con él —arguyó Paula—. Esto es solo temporal.

Juana hizo girar los ojos.

—Como quieras. ¿Pedro ha hecho esto alguna vez?

—No creo.

—Entonces, ¿Por qué crees que te lo sugirió?

Paula frunció el ceño.

— Si lo supiera, todo sería mucho menos complicado.

—A veces, el amor solo es complicado si nosotros lo complicamos.

—¿Qué significa eso?

—Significa, cariño, que el amor es sencillo. Resistirse a él es lo que lo complica. Tú  estás  buscando  excusas  para  no  enamorarte,  en  vez  de  aceptarlo  como  el  maravilloso regalo que es.

—¿No se supone que para eso hacen falta dos personas?

Juana sonrió.

—Es verdad  —dijo—.  Tal  vez  deba  explicárselo  a  Pedro cuando  me  lleve  a  casa  esta tarde.

—No te atreverás. No quiero que piense que nos hemos pasado el día hablando de él.   

—Pero eso es justamente lo que hemos hecho —dijo Juana.

—Entonces, será mejor que cambiemos de tema. ¿Qué tal te va con tu hermana? —dijo,  sabiendo  que  la  pregunta  distraería  a  Juana—.  No  puede  irte  tan  mal,  porque  tienes  muy  buen  aspecto.  Hasta te has  hecho  un  corte  de  pelo  distinto.  Muy  juvenil.  Pareces diez años más joven.

—Sé lo que intentas —respondió Juana, aunque parecía complacida por el cumplido—. Pero no se me va a olvidar lo de Pedro.

—Entonces,  supongo  que  tendré  que  acompañarlos  cuando  te  lleve  a  casa.  Para  proteger mis intereses.

—Si  quieres...  —dijo Juana con  desenfado—.  En  cuanto  a  mi  hermana,  está  completamente chiflada. ¿Sabes lo que ha hecho ahora?

Paula se  recostó  en  la  silla,  aliviada  por  no  tener  que  seguir  hablando  sobre  sus  sentimientos  hacia  Pedro.  Tal  vez  las  cosas  mejorarían  a  partir  del  lunes,  cuando  volviera al trabajo. Así no pasarían tanto tiempo juntos. Y pronto se mudaría. Esa sería la auténtica prueba, concluyó. Si había algo entre ellos, el hecho de que ella se mudara no pondría fin a su relación. Decidió empezar a buscar un apartamento en alquiler en cuanto saliera del trabajo el lunes.

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