miércoles, 25 de abril de 2018

Mi Salvador: Capítulo 35

Al ver a Paula concentrada en sus papeles, en la mesa de la cocina, Pedro se felicitó  por  su  brillante  idea  de  llamar  a  Jimena.  Después  de  lanzarle  una  última  mirada,  se  quitó la camisa y salió fuera para podar los matorrales que amenazaban con ocultar el patio delantero. Estaba  absorto  en  la  tarea  cuando  sintió  que  no  estaba  solo.  Paula se  había  sentado  en  los  escalones  de  entrada,  con  los  brazos  alrededor  de  las  piernas  y  la  barbilla  sobre  las  rodillas.  Parecía  de  nuevo  completamente  abatida.  Pedro dejó  la  podadora y se sentó a su lado.

—No quería distraerte —dijo ella.

—¿Y entonces qué querías? —se burló él—. ¿Contemplar un poco el panorama? — deliberadamente, miró su pecho sudoroso.

Paula reaccionó con el previsible embarazo.

—Claro que no. Solo estaba... —su voz se desvaneció.

—¿Inquieta otra vez? —preguntó él dulcemente.

— No exactamente —ella lo miró a los ojos—. He estado pensando...

—¿En qué? —dijo él al ver que no continuaba.

—Creo que debo ir a mi casa.

Él la miró con incredulidad.

—¿Qué? ¡De eso nada!

—Tengo  que  hacerlo.  Tu  hermana  lo  mencionó  el  otro  día  y  Jimena me  lo  ha  dicho  hoy.

Él se levantó con frustración y dio unos pasos por el patio.

—Pues las dos son unas inconscientes — declaró—. ¿Cómo se les ocurre sugerirte una cosa así?

Paula lo agarró de las manos y lo hizo detenerse, con expresión frustrada.

—¿Qué dices? —le preguntó.

Él repitió lo que había dicho y luego añadió:

—No es una buena idea.

—Yo creo que sí —dijo ella alzando la barbilla con determinación—. Quizá pueda recuperar  alguna  cosa.  Y,  aunque  no  pueda,  tengo  que  enfrentarme  a  lo  que  ocurrió.  Tengo que superarlo y seguir adelante. ¿Me llevarás?

Él pareció debatirse entre la sensatez de lo que ella le decía y su propio miedo a que no estuviera preparada.

—No lo sé, Paula.

—Encontraré otro modo de ir, si no quieres llevarme.

Pedro comprendió  que  lo  haría.  Iría,  con  o  sin  él.  Y  no  iba  a  permitir  que  pasara  por aquello ella sola.

—Yo te llevaré —dijo finalmente—. ¿Cuándo?

—Ahora —dijo ella, y se puso en pie para enfatizar su resolución.

Pedro suspiró.

—De acuerdo. Dame solo un minuto para lavarme un poco y ponerme una camisa.

—No vamos a una fiesta —protestó ella—. Seguramente nos pondremos perdidos de polvo.

—Dame un minuto —insistió.

Ya en el interior de la casa, hizo una rápida y desesperada llamada a Juana.

—¿Tú crees que está preparada?

—Si ella lo dice, no hay más que hablar. Los veré allí —dijo la anciana con decisión.

—¿Quieres que vaya a recogerte? —le ofreció Pedro.

—No,  porque  entonces  se  enteraría  de  que  me  has  llamado.  Será  mejor  que  aparezca sin más.

—Gracias, Juana. Eres un encanto.

—Luego  puedes  invitarnos  a  comer.  Estoy  deseando  comerme  un  buen  plato  de  pastrami con carne.

—Pues lo tendrás —le prometió Pedro—. Hasta luego.

Para dar tiempo a que Juana llegara a su antiguo vecindario en transporte público, Pedro decidió  darse  una  ducha  en  vez  de  lavarse  rápidamente,  y  se  tomó  su  tiempo  para secarse el pelo, vestirse y afeitarse. Cuando volvió a salir, Paula daba vueltas por el patio con impaciencia.

—Has tardado —gruñó.

—¿Así  es  como  me  agradeces  que  me  ponga  guapo?  —se  acercó  a  ella—.  Mira,  hasta huelo bien..

Ella sonrió de mala gana al oler su loción de afeitar.

—Huele  muy  bien.  Pero  me  temo  que  los  bichos  que  habrá  correteando  por  losescombros no sabrán apreciarlo.

—Mientras tú si sepas... —dijo él.

Cuanto más se acercaban al antiguo vecindario de Paula, más crecía en ella la ansiedad.

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