miércoles, 2 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 47

Suspiró  pesadamente,  alzó  la  vista  y,  de  pronto,  se  dio  cuenta  de  que  estaba rodeado por media docena de sonrientes bomberos.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Es por una mujer, no hay duda —dijo uno de ellos con expresión comprensiva.

—Tiene que serlo —dijo otro.

—La  bella Paula  —los  informó  Sergio—.  Tiene  a  nuestro  pobre  Pedro danzando  a  su son.

Pedro frunció el ceño.

—Yo no...

—¿Estabas o no estabas tan distraído que no te has dado cuenta de que llevamos aquí diez minutos? —le preguntó Sergio.

—Sí, pero...

—¿Estabas o no estabas pensando en tu encantadora huésped?

—No tengo que contestar a esa pregunta.

Sergio hizo una reverencia burlona y los demás rompieron a reír.

— Señorías, he terminado con el testigo.

—¿Quieres que hablemos de mujeres? — le preguntó Pedro, irritado—. ¿Quieres que hablemos de tu ex mujer, en la que piensas constantemente? ¿Debo mencionar el hecho de que has estado rondando por su casa y espiando a sus pretendientes?

—No es cierto —comenzó a decir Sergio, con la cara colorada por la indignación—. Bueno, está bien, he ido por allí de vez en cuando.

—He acabado con mi testigo —dijo Pedro, burlón.

—Somos un par de necios —concluyó Sergio sombríamente.

—Habla  por  tí  —replicó  Pedro—.  Tú  ya  has  pasado  por  esto.  Deberías  estar  escarmentado. Yo todavía puedo salvarme.

—Una  conversación  muy  interesante  —  dijo  uno  de  sus  compañeros—.  ¿Qué  se  supone que quieren decir con todo esto, chicos?

—Eh, vayanse al infierno —murmuró Pedro.

-No es una buena sugerencia, teniendo en cuenta que estamos en un parque de bomberos — señaló Sergio, y luego suspiró—. Pero la comparto.

—¿Qué crees que debo hacer? —le preguntó Pedro.

—¿Y cómo quieres que yo lo sepa? —respondió tristemente.

—Entonces,  déjame  en  paz  para  que  piense —le  suplicó—.  Tengo  que  encontrar  una solución.

¿Qué  le  pasaba  con  Paula?  No  se  parecía  a  las  mujeres  que  por  regla  general  lo  atraían.  Estaba  acostumbrado  a  coquetear  frívolamente.  Sus  bromas  hacían  que  ella se mostrara encantadoramente turbada.Y, además, Pedro había descubierto, por la forma en que lo miraba con reproche cuando él evitaba la cuestión o le contestaba con evasivas, que, a su manera intensa y callada, ella esperaba más. Y Paulaparecía siempre consciente de ello, lo que resultaba desconcertante y, al mismo tiempo, halagüeño.Por otra parte, estaba su familia, que la había acogido como si fuera una de los suyos.  Todas  sus  hermanas  lo  habían  llamado  para  expresarle  su  aprobación. 

El  domingo, su madre le había hecho mil y una preguntas sobre su relación con ella. Hasta su  padre  había  comentado  durante  la  cena  que  consideraba  a  Paula una  auténtica  luchadora.

—Esa chica tiene una buena cabeza sobre los hombros —le había comentado.

Incluso sus sobrinos le habían dicho que Paula era «un bombón». Él había mirado, ceñudo, a los niños.

—¿Qué saben ustedes de «bombones»?

—Eh, que nosotros también somos chicos —le contestó Ramiro.

—Y  mamá  dice  que,  si  no  tenemos  cuidado,  nos  volveremos  como  tú  —añadió  el  hijo mayor de Sonia—. Y lo dice como si fuera algo malo.

Pedro miró a su hermana.

—¿Algo malo?

—Si  lo  único  que  haces  es  flirtear  y  nunca  te  tomas  a  las  mujeres  en  serio,  cuando seas viejo acabarás solo —dijo ella.

—¿No crees que es un poco pronto para preocuparme por eso? —preguntó él.

—Tienes treinta años, hermanito —señaló Carolina.

—Ya  deberías  tener  dos  o  tres  niños  —declaró  su  madre—.  Es  responsabilidad  tuya que el apellido de tu padre perdure.

—No  lo  presionen—dijo  su  padre—.  El  matrimonio  es  un  paso  muy  importante.  No debería darlo hasta que no esté preparado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario