Suspiró pesadamente, alzó la vista y, de pronto, se dio cuenta de que estaba rodeado por media docena de sonrientes bomberos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Es por una mujer, no hay duda —dijo uno de ellos con expresión comprensiva.
—Tiene que serlo —dijo otro.
—La bella Paula —los informó Sergio—. Tiene a nuestro pobre Pedro danzando a su son.
Pedro frunció el ceño.
—Yo no...
—¿Estabas o no estabas tan distraído que no te has dado cuenta de que llevamos aquí diez minutos? —le preguntó Sergio.
—Sí, pero...
—¿Estabas o no estabas pensando en tu encantadora huésped?
—No tengo que contestar a esa pregunta.
Sergio hizo una reverencia burlona y los demás rompieron a reír.
— Señorías, he terminado con el testigo.
—¿Quieres que hablemos de mujeres? — le preguntó Pedro, irritado—. ¿Quieres que hablemos de tu ex mujer, en la que piensas constantemente? ¿Debo mencionar el hecho de que has estado rondando por su casa y espiando a sus pretendientes?
—No es cierto —comenzó a decir Sergio, con la cara colorada por la indignación—. Bueno, está bien, he ido por allí de vez en cuando.
—He acabado con mi testigo —dijo Pedro, burlón.
—Somos un par de necios —concluyó Sergio sombríamente.
—Habla por tí —replicó Pedro—. Tú ya has pasado por esto. Deberías estar escarmentado. Yo todavía puedo salvarme.
—Una conversación muy interesante — dijo uno de sus compañeros—. ¿Qué se supone que quieren decir con todo esto, chicos?
—Eh, vayanse al infierno —murmuró Pedro.
-No es una buena sugerencia, teniendo en cuenta que estamos en un parque de bomberos — señaló Sergio, y luego suspiró—. Pero la comparto.
—¿Qué crees que debo hacer? —le preguntó Pedro.
—¿Y cómo quieres que yo lo sepa? —respondió tristemente.
—Entonces, déjame en paz para que piense —le suplicó—. Tengo que encontrar una solución.
¿Qué le pasaba con Paula? No se parecía a las mujeres que por regla general lo atraían. Estaba acostumbrado a coquetear frívolamente. Sus bromas hacían que ella se mostrara encantadoramente turbada.Y, además, Pedro había descubierto, por la forma en que lo miraba con reproche cuando él evitaba la cuestión o le contestaba con evasivas, que, a su manera intensa y callada, ella esperaba más. Y Paulaparecía siempre consciente de ello, lo que resultaba desconcertante y, al mismo tiempo, halagüeño.Por otra parte, estaba su familia, que la había acogido como si fuera una de los suyos. Todas sus hermanas lo habían llamado para expresarle su aprobación.
El domingo, su madre le había hecho mil y una preguntas sobre su relación con ella. Hasta su padre había comentado durante la cena que consideraba a Paula una auténtica luchadora.
—Esa chica tiene una buena cabeza sobre los hombros —le había comentado.
Incluso sus sobrinos le habían dicho que Paula era «un bombón». Él había mirado, ceñudo, a los niños.
—¿Qué saben ustedes de «bombones»?
—Eh, que nosotros también somos chicos —le contestó Ramiro.
—Y mamá dice que, si no tenemos cuidado, nos volveremos como tú —añadió el hijo mayor de Sonia—. Y lo dice como si fuera algo malo.
Pedro miró a su hermana.
—¿Algo malo?
—Si lo único que haces es flirtear y nunca te tomas a las mujeres en serio, cuando seas viejo acabarás solo —dijo ella.
—¿No crees que es un poco pronto para preocuparme por eso? —preguntó él.
—Tienes treinta años, hermanito —señaló Carolina.
—Ya deberías tener dos o tres niños —declaró su madre—. Es responsabilidad tuya que el apellido de tu padre perdure.
—No lo presionen—dijo su padre—. El matrimonio es un paso muy importante. No debería darlo hasta que no esté preparado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario