Después volvió su atención hacia la entrada de la iglesia, mientras el organista atacaba las notas de Aquí llega la novia. Nadia avanzó primero por el pasillo, llevando un largo y sencillo vestido de satén blanco y un ramo de orquídeas. Luego apareció Paula en el arco del ábside, resplandeciente con su sencillo vestido de seda blanca con diminutas perlas alrededor del escote redondo. La estrecha falda caía hasta el suelo y luego se abría por detrás en una corta cola. En lugar de diadema y velo, había decidido llevar un cordón de perlas prendido en el pelo recogido. Pedro esbozó una sonrisa al ver los rizos rebeldes que se le habían escapado del peinado para acariciar sus mejillas.
—No puedo oír las palabras, así que quiero verlo todo con mucha claridad —le había dicho Paula—. El velo solo me estorbaría.
Pedro la vió alzar la mirada hacia su padre, quien le acarició suavemente la mano con que se agarraba a su brazo. Luego, Paula concentró toda su atención en la cadencia de los pasos de Nadia. Pedro vió que movía los labios y comprendió que iba tarareando la música mientras empezaba a avanzar por el pasillo, del brazo de su padre, sosteniendo en una mano un fragante ramo de rosas y camelias. Con los ojos empañados, su padre la besó en la mejilla antes de entregársela a Pedro. Éste no le había dicho de antemano cuáles eran sus intenciones, pero vió en sus ojos un destello de alegría cuando el sacerdote acompañó con el lenguaje para sordos las palabras de la ceremonia. Él también formuló sus votos acompañándose de signos.
—Así los oirás todos —le dijo—. Y los guardarás para siempre en tu corazón.
—Junto con el amor que siento por tí — dijo ella.
Luego, la voz de Paula resonó con toda claridad en la vieja iglesia de estilo español, prometiéndole amor, respeto y fidelidad «todos los días de nuestras vidas. Sean muchos o pocos, daré gracias por cada uno de ellos». Pronunció sus votos con tal amor en la mirada, con tan solemne tono de voz, que Pedro comprendió que nunca podría decepcionarla.
—Estaremos juntos toda la eternidad — susurró suavemente, y vió que los labios de Paula se curvaban en una sonrisa.
Una sonrisa más expresiva que un millar de palabras. Sergio y Nadia se los llevaron aparte durante el banquete que siguió a la ceremonia. Sergio parecía conmocionado.
—Tenemos que decirles una cosa —les dijo Nadia, radiante—. Acabo de decírselo a Sergio, así que tendrán que perdonarlo si está un poco aturdido.
—¿Qué? —preguntó Paula, mirando intensamente a su amiga.
Nadia sonrió.
—Estoy embarazada.
—Oh, cielos —dijo Paula, mientras una sonrisa se extendía por su cara—. Debes de estar encantada.
—Sí —dijo Nadia. Su expresión se hizo un poco más seria cuando miró a su marido—. Pero no sé si Sergio está igual de contento.
—Todavía intento asumirlo —dijo él—. ¿Yo, padre? No puedo creérmelo. Supongo que eso significa que estoy a punto de cambiar de trabajo —ante la mirada asombrada de Pedro, se encogió de hombros—. Le prometí que lo dejaría cuando tuviéramos familia. Pero parece que nos hemos adelantado un poco...
—Pues no parece que te importe mucho —le hizo notar Pedro.
Sergio se quedó pensativo.
—Sabes, la verdad es que no puedo decir que me importe. Después de lo que te ocurrió en el último viaje, comencé a comprender por qué Nadia se asustaba tanto cada vez que me iba de casa. A mí también me diste un buen susto. Durante las últimas semanas, he estado pensando que ya he asumido muchos riesgos y he vivido para contarlo. No hay necesidad de tentar a la suerte, teniendo tanto por lo que vivir.
Pedro le dió un beso a Nadia y luego abrazó a su amigo.
—Felicidades a los dos. Estoy muy contento, de veras. Aunque voy a echarte de menos en el trabajo. Cuesta mucho encontrar a alguien a quien puedas confiarle tu vida.
Pedro miró a Paula y comprendió que el anuncio de Sergio había multiplicado sus dudas. Cuando la otra pareja se alejó, le puso un dedo bajo la barbilla.
—Eh, no te preocupes tanto. Te hice una promesa. Y voy a cumplirla.
—Más te vale —dijo ella enérgicamente—, porque espero pasar muchos años contigo. Además, nos hace falta tiempo para tener todos esos niños de los que hemos hablado.
Él sonrió.
—¿Quieres que no escabullamos de aquí y nos pongamos manos a la obra ahora mismo?
Ella señaló la tarta, que todavía no habían cortado, y la banda de música, que se preparaba para empezar a tocar.
—Creo que nos echarían en falta. Además, prometiste enseñarme a bailar el tango esta noche.
—El tango es un baile muy seductor — dijo él—. Sería mejor que te lo enseñara en la intimidad de la suite nupcial.
—Pero allí no hay músicos.
Él la rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí.
—No los necesitamos.
—Eh, ya es suficientemente malo que uno de nosotros no pueda oír la música —bromeó ella.
—No —dijo él, mirándola a los ojos—. La música está aquí, cariño —se dió un golpecito en el pecho—. Y yo la oigo fuerte y clara.
Ella sonrió ligeramente e inclinó la cabeza como si escuchara con atención.
—Ahora que lo pienso, yo también la oigo.
FIN
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