viernes, 11 de mayo de 2018

Mi Salvador: Epílogo Parte 2

Después  volvió  su  atención  hacia  la  entrada  de  la  iglesia,  mientras  el  organista  atacaba las notas de Aquí llega la novia. Nadia avanzó primero por el pasillo, llevando un largo y sencillo vestido de satén blanco  y  un   ramo   de   orquídeas. Luego apareció  Paula en el arco del ábside,  resplandeciente con su sencillo vestido de seda blanca con diminutas perlas alrededor del escote redondo. La estrecha falda caía hasta el suelo y luego se abría por detrás en una corta cola. En lugar de diadema y velo, había decidido llevar un cordón de perlas prendido en el pelo recogido. Pedro esbozó una sonrisa al ver los rizos rebeldes que se le habían escapado del peinado para acariciar sus mejillas.

—No  puedo  oír  las  palabras,  así  que  quiero  verlo  todo  con  mucha  claridad  —le había dicho Paula—. El velo solo me estorbaría.

Pedro la vió alzar la mirada hacia su padre, quien le acarició suavemente la mano con que se agarraba a su brazo. Luego, Paula concentró toda su atención en la cadencia de los pasos de Nadia. Pedro vió que movía los labios y comprendió que iba tarareando la  música  mientras  empezaba  a  avanzar  por  el  pasillo,  del  brazo de su  padre,  sosteniendo  en  una  mano  un  fragante  ramo  de  rosas  y  camelias.  Con  los  ojos  empañados, su padre la besó en la mejilla antes de entregársela a Pedro. Éste no le había dicho de antemano cuáles eran sus intenciones, pero vió en sus ojos un destello de alegría cuando el sacerdote acompañó con el lenguaje para sordos las  palabras  de  la  ceremonia.  Él también  formuló  sus  votos  acompañándose  de signos.

—Así los oirás todos —le dijo—. Y los guardarás para siempre en tu corazón.

—Junto con el amor que siento por tí — dijo ella.

Luego,  la  voz  de  Paula resonó  con  toda  claridad  en  la  vieja  iglesia  de  estilo  español,  prometiéndole  amor,  respeto  y  fidelidad  «todos  los  días  de  nuestras  vidas.  Sean muchos o pocos, daré gracias por cada uno de ellos». Pronunció sus votos con tal amor en la mirada, con tan solemne tono de voz, que Pedro comprendió que nunca podría decepcionarla.

—Estaremos juntos toda la eternidad — susurró suavemente, y vió que los labios de Paula se curvaban en una sonrisa.

Una sonrisa más expresiva que un millar de palabras. Sergio y Nadia se los llevaron aparte durante el banquete que siguió a la ceremonia. Sergio parecía conmocionado.

—Tenemos que decirles una cosa —les dijo Nadia, radiante—. Acabo de decírselo a Sergio, así que tendrán que perdonarlo si está un poco aturdido.

—¿Qué? —preguntó Paula, mirando intensamente a su amiga.

Nadia sonrió.

—Estoy embarazada.

—Oh,  cielos  —dijo  Paula,  mientras  una  sonrisa  se  extendía  por  su  cara—.  Debes  de estar encantada.

—Sí —dijo  Nadia.  Su  expresión  se  hizo  un  poco  más  seria  cuando  miró  a  su  marido—. Pero no sé si Sergio está igual de contento.

—Todavía intento asumirlo —dijo él—. ¿Yo, padre? No puedo creérmelo. Supongo que eso significa que estoy a punto de cambiar de trabajo —ante la mirada asombrada de Pedro, se encogió de hombros—. Le prometí que lo dejaría cuando tuviéramos familia. Pero parece que nos hemos adelantado un poco...

—Pues no parece que te importe mucho —le hizo notar Pedro.

Sergio se quedó pensativo.

—Sabes, la verdad es que no puedo decir que me importe. Después de lo que te ocurrió en el último viaje, comencé a comprender por qué Nadia se asustaba tanto cada vez  que  me  iba  de  casa.  A  mí  también  me  diste  un  buen  susto.  Durante  las  últimas  semanas,  he  estado  pensando  que  ya  he  asumido  muchos  riesgos  y  he  vivido  para  contarlo. No hay necesidad de tentar a la suerte, teniendo tanto por lo que vivir.

Pedro le dió un beso a Nadia y luego abrazó a su amigo.

—Felicidades a los dos. Estoy muy contento, de veras. Aunque voy a echarte de menos  en  el  trabajo.  Cuesta  mucho  encontrar  a  alguien  a  quien  puedas  confiarle  tu  vida.

Pedro miró a Paula y comprendió que el anuncio de Sergio había multiplicado sus dudas. Cuando la otra pareja se alejó, le puso un dedo bajo la barbilla.

—Eh, no te preocupes tanto. Te hice una promesa. Y voy a cumplirla.

—Más te vale —dijo ella enérgicamente—, porque espero pasar muchos años contigo.  Además,  nos  hace falta tiempo para  tener  todos  esos  niños  de  los  que  hemos  hablado.

Él sonrió.

—¿Quieres  que  no  escabullamos  de  aquí  y  nos  pongamos  manos  a  la  obra  ahora  mismo?

Ella señaló la tarta, que todavía no habían cortado, y la banda de música, que se preparaba para empezar a tocar.

—Creo  que  nos  echarían  en  falta.  Además,  prometiste  enseñarme  a  bailar  el  tango esta noche.

—El tango es un baile muy seductor — dijo él—. Sería mejor que te lo enseñara en la intimidad de la suite nupcial.

—Pero allí no hay músicos.

Él la rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí.

—No los necesitamos.

—Eh, ya es suficientemente malo que uno de nosotros no pueda oír la música —bromeó ella.

—No —dijo  él,  mirándola  a  los  ojos—.  La  música  está  aquí,  cariño  —se  dió  un  golpecito en el pecho—. Y yo la oigo fuerte y clara.

Ella sonrió ligeramente e inclinó la cabeza como si escuchara con atención.

—Ahora que lo pienso, yo también la oigo.


FIN

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