viernes, 18 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 7

Menos mal que tenía las dos manos en el volante. Así pudo agarrarse a algo. El tráfico le impedía hacer lo que de verdad quería hacer, que era parar el coche, agarrarlo por la pechera y preguntarle qué demonios pretendía. Esa clase de cosas no se podían tomar y dejar así como así.

—Dejarlo fue un error —dijo él, presintiendo su resistencia—. Cuando me dijiste que no podías venir conmigo, debí rechazar la oferta y quedarme en Australia.

Nada más pronunciar aquellas palabras, supo que esa era la verdadera razón por la que estaba allí. A Paula  le dolía el corazón. Diecinueve meses antes, oírle pronunciar aquellas palabras lo habría supuesto todo para ella... aunque no habrían podido salvar a su hijo. Nada podría haberlo hecho. Pero para ella lo habría significado todo poder contar con su apoyo durante la pesadilla de perder al niño y tener que seguir viviendo después. Al mismo tiempo, no habría tenido que ocultarle el embarazo. El dolor espoleó su rabia.

—Así que has tomado por tu cuenta la decisión de volver y reclamar lo que es tuyo, ¿No? ¿Es que no se te ha ocurrido pensar que puede que yo no quiera que me reclames?

Él se rió con tristeza.

—Los retos nunca me han asustado.

—Yo no soy un reto, Pedro. Soy parte de tu pasado, que es lo que supongo que debes haberle dicho al periodista.

—Lo único que le he dicho es que la presentación era solo cosa tuya y que yo estaba allí como mero observador.

—¿Ah, sí? —preguntó, sorprendida.

—No soy el enemigo, Paula. Sé que lo piensas por mis artículos, pero por ahora tu fundación no me parece de las que se ayudan más a sí misma que a los demás.

Era más de lo que esperaba de él.

—Gracias.

—No me las des todavía —contestó—. Hasta que tenga suficiente material para escribir mi columna.

Sintió que el pulso se le alteraba. La idea de que pudiera investigarla era casi insoportable, pero no quiso que él se diera cuenta.

—Entonces, será mejor que te consigas un coche —dijo entre dientes—. No suelo llevar a casa a los asistentes a mis presentaciones.

—Gira a la izquierda. Al final de la calle, está la entrada dé mi edificio.

No estaba muy segura de si se alegraba o no de que hubiesen llegado ya. La calle era bastante empinada y desembocaba en el puerto. Entre el agua, que brillaba como un terciopelo negro salpicado de brillantes, y ellos había una pequeña zona ajardinada. Pedro le explicó que su apartamento ocupaba toda la planta baja del edificio que antes fuera la Federación de Vela. La vista debía ser sensacional, pensó.

—Un sitio bonito —comentó.

—Venía con el trabajo nuevo —dijo—. ¿Quieres entrar y ver las vistas?

—Las veo perfectamente bien desde aquí.

—¿Tienes miedo, Paula?

Su reto la molestó. No tenía miedo de él, ni dudaba de su capacidad para enfrentarse a cualquier situación. En comparación con lo que había tenido que afrontar desde que él se había marchado, Pedro Alfonso era pan comido.

—Está bien, pero no voy a quedarme mucho. Estoy empezando a escribir un libro, y el único momento que tengo para trabajar en él es por la mañana temprano.

—¿Es sobre la fundación? —preguntó, y Paula asintió—. Siempre habías dicho que querías escribir, pero pensé que ibas a probar suerte con un tórrido romance.

—Cambié de opinión —contestó.

—Qué pena, pero me alegro de que intentes alcanzar tus sueños.

Podría decir lo mismo de él. Según los mismos cotilleos por los que se había enterado de su matrimonio, la columna de Pedro se publicaba en una docena de países y en varios idiomas. También colaboraba con un programa de ámbito nacional que se emitía por las mañanas. Lo había visto por primera vez mientras aún estaba en el hospital, y había estado a punto de echarse a llorar. Pero después de un año o más de ver su imagen por todas partes se había inmunizado, o al menos eso se decía a sí misma.

Mentirosa, se dijo en silencio. Nunca sería indiferente a la imagen de Pedro, ni en televisión ni en ningún otro sitio. Solo tenía que mirar a su alrededor para recordarse hasta qué punto era vulnerable. Carisma era una palabra casi desprovista de significado de tanto usarla, pero él lo tenía a espuertas. Eres como una mariposa ante la llama, se dijo, obligándose a recordar lo que les ocurría a las mariposas que volaban demasiado cerca de la llama. Pero no por ello dejó de bajarse del coche y seguirlo al interior de la casa. Debería haberse imaginado que su apartamento iba a ser espectacular. Nunca se conformaba con medias tintas. Desde un atrio lleno de plantas, la condujo a un impresionante salón amueblado con unos sillones y un sofá de Le Corbusier, separados por una mesa de centro de espejo. Sus tacones sonaban como agujas sobre el suelo de cerámica italiana. Un poco más al fondo, el comedor contenía una mesa de madera de raíz y una docena de sillas con el asiento de enea. Un barco de madera hecho a mano lucía sobre una mesa dispuesta en un rincón y sobre ella, un espejo de bronce reflejaba todo el comedor. Kilims turcos, macetones de terracota y cestas con plantas suavizaban la frialdad de los suelos blancos.

—Es precioso —admitió, impresionada. La decoración no le interesaba cuando estaban juntos y su apartamento anterior, sin dejar de ser bonito, estaba amueblado de un modo impersonal, sacado de una tienda de decoración, pero aquel lugar era distinto. Desprendía una sensación de hogar que no estaba acostumbrada a asociar con Pedro—. ¿Contrataste a un decorador, o es cosa tuya?

—Un poco de las dos cosas —admitió—. He recibido buenos consejos, pero sabía lo que quería.

Como en casi todo lo demás. Aceptó el vaso de agua con gas que le ofreció, absurdamente complacida porque recordase que nunca bebía alcohol si tenía que conducir. Se tensó al sentir que estaba detrás de ella, pero él lo hizo solo para animarla a acercarse y disfrutar del espectacular panorama.

—No te podrías creer lo mucho que he echado esto de menos.

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