miércoles, 23 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 17

Todo esto ha sido una sorpresa tremenda.

—Lo sé —apoyó la cabeza en su hombro—. Todos podemos llegar a decir cosas que no sentimos.

—Me siento bien así —dijo con voz grave—, y no puedes negar que tú también.

—Debería.

—Nada de eso.

—¿Ni siquiera después de decirte lo del bebé?

Lo que se merecía era su furia y no su compasión, a pesar de que no le correspondía a él darle castigo ni absolución. Esas dos cosas tendrían que nacer en ella misma. Pedro tenía razón: era demasiado pronto para el perdón; pero demasiado tarde también para la ira.

—Hiciste lo que creías que debías hacer.

La generosidad de él solo sirvió para acrecentar su angustia. Entonces reparó en que le brillaban demasiado los ojos. Pedro nunca había dicho aquello de que los hombres nunca lloran, pero la verdad es que nunca había visto lágrimas en sus ojos, y verlas en aquel momento le produjo un hondo dolor.

—Aun así, duele.

—Más de lo que podría imaginar.

—Ay, Pedro, ojalá no...

—No sigas, por favor.

Y la silenció del modo más fácil para él. Paula le devolvió el beso con toda intensidad, consciente de que en aquel momento lo necesitaba más que nunca. Y ella, también. Cuándo pasó del beso de desesperación al de deseo, no podría decirlo, pero en un instante, él se transformó en el Pedro que tanto había anhelado y temido, porque era el hombre que podía hacerla perder el control. Como un avión cayendo en picado hacia el suelo, sintió que volvía a ocurrir. Y lo peor era que iba a permitirlo. Resistirse les había costado tanto una vez, que ya no estaba en su mano volver a correr ese riesgo aunque hubiera querido. Gimió al sentir sus labios dibujando la línea del pelo de la frente y pasando después por sus párpados cerrados. Aquel leve contacto bastó para provocar una necesidad primitiva en su interior. Instintivamente levantó una pierna para acercarse más a él, pero la falda del traje se lo impedía. Él bajó una mano, la metió por debajo de la falda y la deslizó por su muslo hasta llegar al borde de sus braguitas de encaje, y Paula contuvo la respiración al sentir cómo hundía los dedos en su interior, cada vez más cerca del centro de su ser.

—¿Aún sigues llevando estas frivolidades? —murmuró.

Un calor abrasador crecía en el interior de Paula a medida que sus dedos se acercaban.

—Antes nunca te quejaste.

—Ni ahora. Te he echado tanto de menos, Paula... No te imaginas cuánto. A veces la necesidad que sentía de tí era como una bestia rabiosa que me mordiera el alma. Una presencia incómoda se alzó entonces entre ellos.

—Pero no te impidió buscar consuelo en Micaela.

Pedro mordisqueó un lado de su cuello y sus gemidos se hicieron más intensos, de modo que el espectro quedó reducido a la nada.

—Estaba intentando acallar a la bestia, pero no tardé mucho en darme cuenta de que solo una persona podría conseguirlo.

Paula había tenido que soportar a sus propios fantasmas, que la atormentaban por la noche desde la otra mitad vacía y fría de la cama.

—A mí me ocurrió lo mismo.

Dejó que su mano la llenase, obligándola a arquear la espalda de modo que solo la solidez de la puerta en la que se apoyó evitó que cayera al suelo. La respiración se transformó en un jadeo hondo, y se preguntó hasta cuándo iba a poder soportar aquel tormento; hasta dónde iba a ser capaz de llegar antes de capitular y rogarle que le hiciera el amor. Ahora que ya sabía lo del bebé, no tenía por qué temer que notase los cambios de su cuerpo. Fue a pedirle que le pusiera fin a aquella agonía cuando se dió cuenta de que ya lo había hecho, pero no del modo que ella deseaba. Al apartar él la mano y bajarle la falda, a punto estuvo de gritar de frustración.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —le preguntó.

—Antes has dicho que no quería que usase el sexo para controlarte, y eso era precisamente lo que iba a hacer.

Estaba tan cerca que sintió la caricia de su aliento en la mejilla, pero bien podría haber un océano entre ellos por la frialdad que sintió.

—No es que lo estuvieras haciendo tú solo.

Pedro apoyó una mano en la puerta por encima de su hombro.

—¿Por qué me has dejado besarte? Aunque estaba enfadada, no pudo mentirle.

—Me necesitabas.

Él asintió como si acabara de confirmar una sospecha.

—Eso me imaginaba, y en lugar de aceptar lo que me ofrecías con el espíritu con el que me lo ofrecías, yo quería más.

—¿Y eso ha hecho que te arrepintieras?

—Puede que ahora no, pero después puede que sí, cuando te hubieras dado cuenta de que habías traicionado tus principios con un hombre en el que no confías.

—¿Cómo puedes pensar que no confío en tí? —preguntó, horrorizada.

—Lo sé. Si hubieras confiado en mí, me habrías dicho lo del bebé.

Así que aquel iba a ser su castigo. Puede que comprendiera sus actos, e incluso que la perdonara. Pero no iba a poder olvidarse de lo que aquello había significado en su relación. ¿Y cómo rebatir su lógica? De hecho, incluso debería darle las gracias porque tuviera la fuerza suficiente para detener todo aquello antes de que las cosas se descontrolaran, aunque en el fondo tenía la sospecha de que ya era demasiado tarde. Lo que estaba sintiendo no tenía nada que ver con la gratitud.

—¿Esperas que te dé las gracias por haberme salvado de mí misma? —le preguntó, orgullosa de que apenas se notara que la voz le temblaba.

Él retrocedió. Era obvio que el momento de abandono había pasado.

—No espero nada de tí —dijo con absoluta frialdad, y le entregó la carpeta que el editor había preparado—. Ya hemos terminado aquí —añadió, abriendo la puerta.

¿Cómo podía haberse dejado llevar por sus besos hasta el punto de olvidar por qué estaba enfadada con él?

—No del todo. Había ido a buscarte al periódico.

—¿Por qué será que tengo la impresión de que no vas a alabar mi trabajo?

—Lo que has escrito en la columna de hoy podría haberle costado a Model Children un importante benefactor.

Él frunció el ceño.

—Yo no he hablado de tu organización en particular.

—El donante leyó entre líneas.

—Entonces tendré que elegir mis palabras con más cuidado en el futuro. No pretendía hacerte daño.

El daño ya estaba hecho. Pero no estaba pensando en su organización.

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