lunes, 21 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 11

—Espero que Pedro piense como tú —suspiró—. Ya sabes que quieren que escriba un libro sobre el trabajo de la fundación, así que debe pensar que se trata de algo gordo.

Laura apoyó los codos en la encimera.

—¿Y por qué permites que Pedro  mine tu confianza?

A Paula casi la molestó que fuese tan fácil adivinar su estado de ánimo. Sabía que interpretar el lenguaje corporal formaba parte de la formación de un buen abogado, pero aun así...

—¿Cómo puedo ser el portavoz de una organización dedicada a la infancia cuando la prueba de mi propia incapacidad como madre estaba entre los asistentes el lunes por la mañana?

Ya está. Ya lo había dicho. Apenas había articulado el pensamiento, supo que era lo que la había estado molestando desde que había visto a Pedro entre la audiencia.

—Perder al niño no fue culpa tuya, como tampoco lo fue de Pedro—contestó Laura con firmeza; luego sacó una jarra de limonada de la nevera y, junto con dos vasos, la colocó al lado de los sándwiches, sobre la bandeja—. Vamos fuera. Me parece que tú y yo tenemos mucho que hablar.

Y salieron al jardín para acomodarse a las sombra de las ramas de un mirto.

—Qué precioso está esto —comentó Paula.

A lo lejos, se oía el canto de los pájaros.

—No intentes cambiar de tema.

—¿Puedo hablar en mi propia defensa, abogado?

—Solo si no te incriminas.

Paula llenó de limonada los dos vasos.

—Pues todo lo que se me ocurre me temo que entra en esa categoría.

—Porque no has superado lo de  Pedro Alfonso, a pesar de lo que tú piensas.

—Se suponía que ibas a estar de mi parte, ¿No? —protestó.

—A veces, defender a un cliente implica hacer que se enfrente a los hechos que no quiere ver —Laura le entregó un plato—. Come. Cuando acabes, hablaremos de Pedro.

Paula pensó en negarse, pero era más fácil comer que discutir con una profesional de la discusión, así que tomó un bocado del sándwich con poca gana.

—Lo que Pedro y yo tuvimos terminó —dijo con firmeza—. Lo que pueda oír ahora son solo ecos del pasado.

Laura no parecía convencida.

—Si tú lo dices.

Ella tampoco estaba muy segura, pero mejor no darle más vueltas. Agradecía el apoyo de su hermano y de su cuñada, pero ellos no podían hacer ya nada. Tendría que aprender por sí sola a enfrentarse con un mundo que incluía a Pedro, y aquel momento era tan bueno para comenzar como cualquier otro.

—No me has contado cómo ha terminado el juicio —dijo, eligiendo el modo más fácil de distraer a su cuñada.

—Hemos ganado. Mi cliente ha quedado totalmente exonerado. ¿No has leído hoy los periódicos? Hemos salido en las portadas y en los editoriales.

No había querido leer el periódico y se contuvo para no hacer una mueca cuando Laura  fue a buscarlo. Saber que allí estaba la columna de Pedro, tan cerca, la ponía nerviosa.

—Lee los titulares y el editorial —le dijo Laura, abriéndolo delante de ella—. Me mencionan en los dos sitios.

Paula obedeció. Se sentía orgullosa de su cuñada.

—Así que el caso no era tan imposible como todo el mundo decía —dijo.

Laura asintió.

—Eso dice también el editorial.

Paula pasó páginas hasta llegar a la de los editoriales. En ella había un retrato a plumilla de Laura, e iba a felicitarla cuando sin querer reparó en la foto que encabezaba la columna de la siguiente página. Era Pedro, sentado a una mesa, con todo el poder y la energía que ella conocía tan bien. Como alguien que siente la necesidad de tocar un horno para convencerse de que quema, comenzó a leer y la sangre se le heló en las venas.

—¿Cómo puede decir algo así? —explotó tras un par de párrafos.

Laura parecía sorprendida.

—Pues a mí me ha parecido incluso halagador —se acercó a ella y entonces descubrió qué estaba leyendo—. Vaya. No pretendía ponerte su artículo delante de las narices. Lo siento. Es que esta mañana no he tenido tiempo de leer nada más que los editoriales.

—Lo habría visto tarde o temprano.

En el artículo, Pedro animaba a sus lectores a considerar con cuidado a qué organizaciones donaban el dinero que tanto trabajo les costaba ganar, ya que algunas de ellas se dedicaban más a ayudar a sus miembros que a los verdaderos necesitados.

—¿Cómo se atreve a sugerir que yo me quedo con parte del dinero de la organización? —preguntó, acalorada.

Laura leyó brevemente el artículo y frunció el ceño.

—No menciona tu nombre, ni el de la fundación.

—No es necesario. Cuando Australian Life publique sus notas y Pedro Alfonso aparezca en nuestra presentación, todo el mundo sumará dos y dos.

Laura siguió leyendo.

—¿Estás segura de que no lo estás sacando de quicio? Pedro no alaba la labor de algunas organizaciones benéficas, pero tampoco dice nada que pudiera dar lugar a acciones legales.

—Solo sugiere que estamos en esto por nuestro propio beneficio.

Laura se encogió de hombros.

—Nadie en su sano juicio pensará que se refiere a tí. Tú precisamente renunciaste a la fortuna que podrías haber ganado trabajando como modelo para dedicarte a organizar y dirigir la fundación.

—Precisamente porque quiero que todo el dinero les llegue a los niños. Eso es algo que él no menciona por ninguna parte.

—Puede que no lo sepa —sugirió Laura.

Paula se levantó.

—Entonces ya es hora de que lo sepa, abogado. Puede que yo no tenga conocimientos legales para atacarlo, pero desde luego va a tener que escuchar un par de cosas.

—¿No sería mejor que te calmases antes un poco? .

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