lunes, 7 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 57

Pedro comprendió que estaba al límite de su resistencia, al igual que él. Se quitó la camisa y luego los pantalones. La mirada ávida de Paula se posó sobre su sexo erecto. Ella alargó una mano y pasó tentativamente un dedo por su miembro duro. Él pensó que  iba  a  estallar.  Dudaba  de  que  ella comprendiera  el  peligro,  así  que  guió  su  mano  hacia  territorio  más  seguro.  Pero  hasta  en  el  pecho  su  caricia  lo  hizo  tensarse  de  deseo. Una vez más, Pedro empezó a explorar su cuerpo, en parte para distraerla de su propia exploración, en parte para iniciar la última y lenta ascensión hacia la cima que le había negado una y otra vez aquella noche. Cuando comprendió que ella se hallaba en la cumbre, al filo del precipicio, se arrodilló entre sus piernas y la penetró con una única, rápida y urgente embestida. El placer de Paula estalló  por  fin,  con  contracciones  fuertes  y  profundas.  Pedro esperó,  perfectamente  quieto,  hasta  que  se  redujeron,  y  luego  inició  el  ancestral  ritmo  que  los  llevaría  de  nuevo  a  la  cumbre  simultáneamente.  Ella  gritó  cuando  el placer volvió a atravesarla, y esa vez, con los gritos de Paula resonando en su cabeza, él se le unió en un éxtasis estremecedor. Poco  a  poco,  él recuperó  el  aliento.  Los  latidos  de  su  corazón  volvieron  a  su  ritmo  normal.  Pero  no  se sentía  capaz  de  moverse.  Algo  le  había  ocurrido  esa  noche,  algo  que  no  esperaba,  que  nunca  había  imaginado.  Había  hecho  el  amor,  en  el  pleno  sentido  de  la  expresión.  Tenía  mucha  experiencia  con  el  sexo,  pero  ninguna  con  el  amor. Y podía apreciar la diferencia. Aquello, aquello había sido algo especial, algo de lo que nunca se cansaría, algo cuyo final no deseaba. Rodó  sobre  la  cama,  abrazandola,  todavía  unidos  en  el  más  íntimo  de  los  sentidos, todavía ligados por ese inexplicable vínculo de cuya existencia siempre había dudado.Ella  suspiró  pesadamente  y  se  estiró.  Cuando  hizo  intento  de  apartarse,  él  la  apretó más fuerte.

Pedro no quería hablar, no se atrevía a mirarla a los ojos para ver si ella sentía lo mismo. Era capaz de arriesgar su vida sin pensárselo dos veces, pero no quería poner en peligro aquel momento, aquella magia. Maldición, Paula lo hacía pensar como un condenado poeta. Y aquel no era su estilo. El compromiso duradero no era su estilo.Pero  eso  era  justamente  lo  que  deseaba.  Para  siempre.  Finalmente  se  atrevió  a  mirarla  a  la  cara  y  vio  en  ella  satisfacción,  quizás  incluso  alegría,  pero  también  le  pareció detectar un destello de determinación. Ignoraba a qué se debía, pero algo le decía que a nada bueno.

—¿En qué estas pensando? —dijo.

—¿La verdad?

—Claro.

—Eres tan bueno en esto y yo... Bueno, yo no soy lo que se dice una experta.

Él  se  quedó  boquiabierto. Paula,  la  mujer  que  lo  había  vencido,  ¿Se  sentía  insegura?

—¿Estás buscando un cumplido? —le preguntó.

—Por supuesto que no —protestó ella—. Solo trato de ser sincera.

—Pau, si fueras un poco mejor en esto, nos moriríamos de agotamiento.

Ella esbozó una sonrisa que se desvaneció antes de florecer.

—Pero todas las otras mujeres...

—No hay otras mujeres. No como tú.

Ella siguió mirándolo, vacilante. A Pedro no se le ocurrió otro modo de persuadirla salvo demostrárselo con todo detalle. Cuando acabó, ella estaba demasiado cansada para discutir. Por fortuna, pues él necesitaba  algún  tiempo  para  pensar  en  lo  que  acababa  de  descubrir:  que  se  había  enamorado de Paula Chaves.

Paula estaba  convencida  de  que  debía  de  haberle  faltado  oxígeno  en  el  cerebro  mientras  estaba  bajo  los  escombros.  No solo se había  ido  a  vivir  con  un  completo  extraño, sino que además, unas pocas semanas después, estaba compartiendo su cama. Tal  vez  Pedro tuviera  razón  después  de  todo,  y  ella  fuera  incapaz  de  pensar  con  claridad.  Lo  cierto  era  que  se  estaba  comportando  de  forma  más  impetuosa  que  de  costumbre. ¿La  prueba?  Aquella  noche  habían  hecho  el  amor  después  de  que  hubiera  decidido firmemente que Pedro Alfonso no era la clase de hombre que le convenía. Ella quería alguien sólido y fiable, alguien que no tuviera un largo historial de conquistas a sus espaldas. De  acuerdo,  no  podía  acusarlo  exactamente de  no  ser  sólido  y  fiable.  Después  de  todo,  le  había  salvado  la  vida.  Pero  también  era  un  donjuán  impenitente,  hecho  que  confirmaban  todos  los  que  lo  conocían  y  que  él  mismo  nunca  se  había  molestado  en  negar.  A  pesar  de  que  le  había  dicho  que  ella  superaba  a  las  demás  mujeres  de  su  vida, no  le  había  dado  ninguna  razón  para  creer  que  su  relación  sería más duradera que las otras.

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