lunes, 7 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 56

Pedro había asumido un gran riesgo al admitir ante Paula que intentaba seducirla. Casi había temido que saliera huyendo de la habitación. Y, durante un instante, le había parecido que lo haría.Pero luego vió, con asombro y alivio, que ella lo miraba tranquilamente. Después, no había podido saborear ni un solo bocado más de la cena. Sin  embargo,  estaba decidido  a no presionarla.  Quería  darle  un  poco  de  tiempo  para  que  se  acostumbrara  a  la  idea.  Incluso  quería  darle  tiempo  para  que  pudiera  cambiar de idea, aunque estaba seguro de que moriría si eso ocurría. Por fin, después de que hubieron recogido meticulosamente la mesa, fregado los platos y recogido la cocina, ella lo miró intensamente y le preguntó:

—¿Tienes intención de seducirme esta noche?

Pedro carraspeó, luchando contra el deseo de atraerla hacia sí.

—Si no te molesta...

Esperó hasta que ella asintió ligeramente y luego la besó en los labios. Durante la hora anterior se había repetido una y otra vez que debía ir despacio. Pero el sabor de Paula le hizo cambiar de idea. El deseo se desató dentro de él, cálido  y  urgente.   Sin embargo,  la   besó   ligeramente, de forma persuasiva  y  acariciadora, más que exigente. Ella gimió, pidiéndole más. Pedro sintió el palpito de la sangre en los oídos, diciéndole que hiciera lo que ella le pedía.Pero  reprimió  el  impulso  y  prefirió  entregarse  al  dulce  tormento  de  un  fuego  lento.  Ardía por ella. Nunca había conocido a nadie como Paula, a una mujer que lo diera todo. Su completa entrega era tan inesperada como perturbadora, y despejó todas las dudas  que  lo  habían  mantenido  alejado  de  ella  durante  semanas.  Se  prometió  a  sí  mismo que se aseguraría de que ella no se arrepintiera de su decisión, ni esa noche ni nunca.Todavía seguía besándola cuando la levantó en brazos y la acunó contra su pecho. Aunque la casa era pequeña, pareció pasar una eternidad antes de que llegaran a su dormitorio, tras pararse un momento a apagar todas las velas. Luego, cerró la puerta y dejó suavemente a Paula sobre la cama.

—Pau, ¿Estás segura? —le preguntó una vez más mientras la miraba, todavía de pie.

Ella lo miró con los ojos empañados, soñadores.

—¿De qué?

—De esto —dijo él—. De que quieres hacer el amor.

Ella  se  estiró  lánguidamente,  luego  se  puso  de  rodillas  sobre  la  cama  y  puso  las  manos a ambos lados de la cara de Ricky. Su mirada era clara; su expresión, decidida.

—Muy segura —dijo, y lo besó en los labios, metiendo la lengua dentro de su boca de una forma que no dejaba lugar a dudas.

Pedro sintió  que  algo  estallaba  en  su  interior.  Más tarde  tendría  tiempo  de  pensar  en  lo  que  sentía,  pero  por  el  momento  solo  sabía  que  tocar a Paula era  lo  más  excitante  que  había  experimentado,  dentro  y  fuera  de  la  cama.  Parecía  no  poder  saciarse del suave contacto de su piel mientras le quitaba primero la blusa y luego el sujetador. Después se deleitó contemplando sus pechos desnudos, sus areolas oscuras, sus pezones duros. Le bajó la cremallera de los pantalones y la acarició suavemente hasta encontrar la satinada barrera de las bragas. Se detuvo y, al cabo de un instante, continuó. Paula lo miró con asombro y, luego, con placer cuando él tocó el cálido y húmedo centro de su ser;  y gimió  cuando  le  bajó  las  bragas  y se lo acarició  con  la  lengua.  Sus  caderas  se  alzaron  sobre  la  cama  al  combarse  hacia  la  caricia  de  Pedro y  hacia  su  elusiva  culminación.

—Todavía  no,  cariño,  todavía  no  —musitó  él,  volviendo  su  atención  hacia  sus  pechos,  erguidos  por  la  excitación.

Los  gritos  de  Paula le  gustaban,  pero  quería  más.  Quería darle una experiencia que nunca pudiera olvida.  Ella se agitó,  inquieta,  cuando  la  soltó.  Alargó  las  manos  hacia  él,  pero  Pedro se  puso  fuera  de  su  alcance,  dejando  que  su  placer  se  extinguieran antes  de  volver  a  despertarlo  de  nuevo  con  una  lenta  caricia,  un  tierno beso, un  deliberado  roce  de  dedos  expertos  en  lo  más  profundo  de  su  ser.  Paula se  tensó otra  vez,  rogándole  de  nuevo la liberación que él le negaba. Una fina película de sudor cubría su cuerpo y sus músculos  estaban  visiblemente  tensos.  Él sintió  que  esa  tensión  era  idéntica  a  la  que  él  mismo  experimentaba,  pues  su  cuerpo  estaba  duro  y  adolorido  por  la  larga  demora del éxtasis.

—Por favor —musitó ella, con la voz ronca por el deseo.

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