miércoles, 9 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 64

—Llevas diciéndome eso toda la vida, cada vez que hago algo que te molesta. Ya no me lo tomo en serio.

Su  madre  murmuró  una  serie  de  calificativos  que  Pedro ni  siquiera  se  hubiera  imaginado que sabía. La miró, asombrado. Ella le sostuvo la mirada.

—Bueno,  ¿Qué  esperas?  —exclamó—.  Tu  padre  y  yo  pensamos  que  Paula es  lo  mejor  que  te  ha  pasado  y  tú  dejas  que  se  vaya.  ¿Has  intentando  siquiera  retenerla?  ¿Le has dicho lo que sientes?

—No sé cómo decírselo más claro.

Su madre lo miró entrecerrando los ojos.

—Entonces, ¿Reconoces que la quieres?

—Por supuesto —respondió él—. Lo que no sé son las palabras. Las palabras que la convenzan.

—¿Qué palabras? ¿Que lo es todo para tí, que quieres cuidar de ella y amarla y tener hijos con ella?

—Sí, esas palabras.

 Su madre hizo girar los ojos.

—¿Y qué hay de las que acabas de decir?

—Las has dicho tú —dijo él—. Yo solo he dicho que sí.

Ella lo miró fijamente, visiblemente exasperada.

—Que el cielo me proteja, ¿También tengo que ser yo quien se las diga?

—Si quieres que haya boda, no es mala idea.

Ella le dió un golpe suave en la cabeza.

—Tú  eres  un  hombre.  Tonto,  pero  hombre  al  fin  y  al  cabo.  Dile  lo  que  sientes.  Ella te entenderá.

Pedro se  pasó  la  noche  pensando  en  lo  que  su  madre  le  había  dicho.  ¿Aquellas  palabras  marcarían  alguna  diferencia?  ¿No  había  intentando  ya  pronunciarlas,  solo  para  ser  rechazado?  Pero  decidió  que,  teniendo  en  cuenta  lo  que  se  jugaba,  un  solo  intento  no  bastaba.  Su  madre  tenía  razón.  Ambos  merecían  que  volviera  a  intentarlo  otra vez... y otra, si era necesario.

El  sábado  por  la  mañana  decidió  someterse  a  las  burlas  de  su  hermana,  a  las  interferencias de sus sobrinos y a las bromas de su cuñado. Llegó a casa de Sonia y se encontró  a  toda  la  familia  reunida  alrededor  de  la  mesa  del  desayuno,  Paula incluida.  Ramiro y ella estaban enzarzados en una acalorada discusión sobre fútbol y béisbol.

—Siéntate —le  ofreció  su  cuñado—.  Creo  que  quedan  algunos  panecillos. Sonia estaba convencida de que vendrías.

—¿Ah, sí? —preguntó Pedro, mirando ceñudamente a su hermana.

—Soy  una  mujer  optimista —dijo  esta  con  una  sonrisa.  Dió  unas  palmadas  para  llamar la atención de sus hijos—. Niños, fuera. Dejen a los mayores un poco de paz y tranquilidad.

Los niños salieron corriendo inmediatamente. Si fuera tan fácil librarse de Sonia y  de  su  marido,  pensó  Pedro  sombríamente.  Por  desgracia,  se  sirvieron  una  segunda  taza  de  café  y  se  recostaron  en  las  sillas,  mirándolo  comer  su  panecillo  y  esperando  ver  qué  pasaba  entre  Paula y  él. 

Paula,  por  su  parte,  parecía  querer  salir  corriendo  detrás de los niños. Pedro la  observó.  Tenía  aspecto  de  cansancio.  Su  serenidad parecía  haberla  abandonado.

—¿Qué tal te va aquí? —le preguntó.

—Sonia y su familia están siendo muy cariñosos conmigo —dijo.

—Eso está bien. ¿Qué tal el trabajo?

—Bien.

—¿Y Juana?

—Bien. Me sorprende que no hayas hablado con ella.

—Pensaba verla mañana. En realidad, la he invitado a la cena del domingo en casa de mi madre.

Eso la hizo reaccionar.

—¿Ah, sí?

—Tal vez tú también quieras venir.

Ella pareció tentada por la idea, pero luego sacudió la cabeza.

—No, gracias.

Sonia dejó escapar un suspiro de impaciencia y luego se volvió hacia su marido.

—Está  claro  que  no  van  a  decir  nada  interesante  mientras  estemos  aquí.  ¿Quieres que nos llevemos a los niños a la playa?

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