viernes, 25 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 21

Paula seguía dándole vueltas a las palabras de su madre cuando volvió a casa, cargada con una bolsa de cosas y fotografías que su madre se había empeñado en que conservara. Sujetó la puerta con el pie, metió la bolsa y guardó la llave en el bolsillo antes de entrar y cerrar. Inmediatamente un sexto sentido le dijo que no estaba sola.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó con un escalofrío.

Moviéndose con cuidado de no hacer ruido, sacó del paragüero el palo de golf que se había dejado una amiga que se quedó a dormir en su casa. De pronto, la silueta de un hombre quedó dibujada a contraluz al fondo del pasillo y contuvo la respiración hasta que lo reconoció;

—Paula, no pasa nada. Soy yo.

—Menos mal, porque un paso más y te hubiera sacudido con esto —dijo, enseñándole el arma.

—Menos mal que no disparas primero y preguntas después —bromeó—. No me hace falta un agujero más en la cabeza.

—Ya me imagino. ¿Qué haces aquí? Creía que me habías devuelto la llave que te dí.

—Y te la devolví, pero me acordé de la copia que guardabas en el jardín debajo de esa piedra. Una medida de seguridad muy convincente, por cierto.

Tendría que buscar un nuevo escondite.

—Lo era hasta que llegaste tú —contestó; muchas cosas estaban bien antes de su vuelta—. ¿Y tenías que darme un susto de muerte?

—Lo siento. No era mi intención.

Entonces reparó más en él. Parecía tenso.

—¿Qué haces aquí? —repitió, cansada.

—Créeme, Paula. A mí me hace tan poca gracia como a tí.

Habría querido entrar en el salón y sentarse, pero no quería tener que pasar tan cerca de Pedro.

—Entonces, no lo hagas. Hay una cosa que se llama teléfono. Y también fax, y correo electrónico. Yo tengo de las tres, y el número sigue siendo el mismo de antes de que te marcharas.

—Lo mismo digo.

Podía haberse puesto en contacto con él en Estados Unidos si hubiera querido, sí. Dejó el palo de nuevo en el paragüero.

—Lo sé. Muchas cosas podrían haberse hecho de otro modo, pero ahora ya es demasiado tarde —levantó la mirada—. No sé si vas a creerme, pero siempre lamentaré no haberte dicho que estaba embarazada. Si hubiera algún modo de cambiar ese hecho, lo haría.

—¿Ah, sí? —preguntó con incredulidad.

—Sí, así que no necesito que me des la charla.

—No he venido para eso.

Su cuerpo reaccionó antes de que lo hiciera su sentido común para protegerla. Era una idiota, pero la primitiva respuesta de su cuerpo no se alteró.

—¿Vamos al salón? —sugirió. Necesitaba alejarse un poco de él.
—Detrás de tí—contestó él, pegándose a la pared del recibidor.

Demonios... Paula dió un paso y el pie se le enganchó en la pesada bolsa que había traído de casa de su madre. Pedro reaccionó rápidamente, sujetándola antes de que pudiera caer al suelo. Había temido rozarse con él y supo que sus temores eran más que justificados. Al sentir cómo la sujetaba, una llamarada recorrió su cuerpo y tuvo que hacer el mayor de los esfuerzos por no colgarse de su cuello y besarlo hasta que no pudieran respirar. Vio su necesidad reflejada en los ojos de Pedro mientras la ayudaba a recuperar el equilibrio sujetándola por las caderas. Con la respiración entrecortada, Paula puso sus manos sobre las de él.

—Pedro...

—Paula, ha pasado tanto tiempo —dijo, apretando sus caderas contra ella.

—No deberíamos.

Su mirada era oscura como la miel y seductora como la de una sirena. Resultaba difícil sustraerse a ella.

—Necesito saberlo —dijo él en voz baja.

Ella echó la cabeza hacia atrás. Sus manos le habían arrebatado la capacidad de resistir.

—¿Es que no lo sabes ya?

Él asintió. Aquello era tan duro para él como para ella, y Paula sintió cierta satisfacción al descubrirlo.

—Aun así quiero oírtelo decir.

Lo que quería era asegurarse de que ella no fuese a lamentarlo después, lo cual seguramente ocurriría, pero nunca podría acusarlo de no haberle dado la posibilidad de dar marcha atrás.

—Está bien, lo diré: te deseo, Pedro. Si te vas sin hacerme el amor, me volveré loca. ¿Eso te basta?

—Si me bastara, me iría.

Parecía tan ansioso como ella, y supo por el modo en que la abrazaba y besaba su boca, que no iba a ir a ninguna parte durante un buen rato.

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