miércoles, 16 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 5

—¿No te molesta que te utilicen como reclamo para vender coches?

Ella se encogió de hombros con una gracia que él presenciaba por primera vez. ¿No te molesta a tí hablar sobre pollos?

—Una granja experimental de cría de gallinas ponedoras —aclaró, satisfecho a su pesar de que hubiese leído su último artículo—. Es mi trabajo.

—Y por ahora, este es el mío —le tendió la mano—. Soy Paula Chaves.

Sintió su mano fresca y no tuvo deseos de soltarla, de modo que no lo hizo.

—Pedro Alfonso. ¿Quieres que continuemos con la conversación mientras tomamos café?

Sorprendentemente, ella asintió.

—Hay una Cafetería detrás de la carpa. Podemos ir allí. Es más íntimo que hablar de pie junto a la máquina. Íntimo. Genial.

—Mi casa es aún más íntima.

Ella lo miró aparentando turbación.

—Y te he dicho que mi cerebro no es de mosquito.

Y pronto descubrió que era cierto. Aparte de una carrera en el ámbito empresarial, descubrió que poseía una insaciable curiosidad por todo, incluido él. Aún seguía sorprendido del buen equipo que formaban tanto en la cama como fuera de ella. Por eso, su negativa a irse con él a Estados Unidos había sido más dura: porque por fin se había decidido a olvidarse de las precauciones y había empezado a confiar en ella. Incluso había comenzado a soñar con un futuro juntos. Sus recuerdos no guardaban solo los buenos momentos. También los malos. Recordaba haberla cuidado durante una gripe, la primera vez que hacía tal cosa por alguien. Lo preocupaba hacerlo mal, y seguramente se había pasado un poco con la sopa de pollo y los vídeos de risa, para no hablar de vigilarla mientras dormía. Cuando ella se despertó y lo encontró allí, protestó mucho, porque decía que debía estar horrible, y no consiguió convencerla de que le encontraba hermosa aun con la nariz roja como un pimiento y sus maravillosos ojos azules llorando casi constantemente.

Tras la infancia que había vivido, no quería permitir que alguien llegase a ser tan importante para él como Paula. ¿Sería esa la razón por la que había aceptado aquel trabajo en otro país? Una decisión que, por cierto, estaba empezando a parecerle uno de los peores errores de su vida. Cuando se marchó sin que Paula hiciera nada por impedirlo, se convenció de que estaba haciendo lo correcto, aunque cuanto más tiempo estaba con ella en la misma habitación, más dudas le surgían al respecto. En aquel momento era toda fuego y pasión, animando a la audiencia a pensar en el mundo que había fuera del suyo propio, y su cuerpo respondió automáticamente.

Menos mal que tenía una carpeta bajo la que poder ocultar su reacción. El amor era el paraíso de los idiotas. Las relaciones no duraban para siempre. La suya con Micaela era prueba más que suficiente. Entonces, ¿Qué demonios hacía allí, sin perderse ni una sola de las palabras de Paula? ¿Se estaría volviendo masoquista? Seguramente. ¿Por qué habría accedido si no a verse con ella después de la reunión? Su encuentro sería breve, resolvió. Unas cuantas notas para su columna y saldría rápidamente de allí. Aunque, por otra parte, tenían muchas cosas que contarse, solo como amigos. Podían tomar un café en su nuevo apartamento con vistas al puerto de Sidney. Por la noche, la vista era espectacular.

Su cuerpo volvió a despertarse y supo que no tenía nada que ver con la vista del puerto, sino con la que tenía delante en aquel momento. Recordó entonces lo que Paula solía decir: las mujeres modernas quieren algo más que sexo en una relación. Pero Paula y él no tenían ya una relación. Es más: seguramente ella no quería ver nada de él, excepto su espalda cuando se marchara. De hecho, ya había sido feliz una vez viéndolo marchar. Cuando se negó a hablar de irse con él, se había puesto tan furioso que la había dejado sin tan siquiera mirar atrás, convencido de que debía haber otra persona. Pero cuando le preguntó su nombre, ella se limitó a guardar silencio, dejando que él extrajera su propia conclusión.

En parte, había sido ese el motivo de que se acercara a Micaela. Era todo lo que Paula no había sido: maleable, leal, supeditada a él casi en todo. Hasta que se cansó de pensar por ella y le pidió que lo hiciera por sí misma. Entonces Micaela se transformó en una tigresa que nunca estaba satisfecha con nada de lo que él hacía. Provenía de una familia adinerada, y no comprendía bien la necesidad que él sentía de cuidarse solo, ni que su trabajo lo obligara a separarse de ella a horas intempestivas. Su padre podía ocuparse de ambos, decía, y se negaba a aceptar que Pedro  prefiriera andar por su cuenta.

Así que cuando su relación terminó, no lo lamentó demasiado, excepto por el hecho de tener que aceptar su propio fracaso. Lucy se buscó un nuevo novio, que resultó ser la mano derecha de su padre, que no era tan obstinado como Pedro a la hora de negarse a aceptar casa, trabajo y sustento de su papá. Ojalá les fuera bien.

Cuando el periódico lo tentó con la oferta de volver a Australia para escribir una columna diaria de su propia elección, no pretendía volver a ver a Paula, al menos no conscientemente, pero en el fondo debía haberlo estado deseando sin darse cuenta. Y cuando se enteró de aquella reunión, le pareció obra del destino. Ya había empezado con la investigación de las diferentes organizaciones sin ánimo de lucro, con lo cual resultó lógico añadir la de Paula a su lista.

Pero aquella organización le estaba resultando particularmente complicada. Si la  describía como digna de confianza, sabía que podía ser acusado de intentar beneficiar a su antigua novia. Pero tampoco estaba seguro de poder condenar su trabajo. No iba a tener más remedio que investigar a fondo antes de poder decidirse. Antes, eso sí, estaba la charla que habían acordado. ¿Cómo podía estar deseando que llegase ese momento?

No hay comentarios:

Publicar un comentario