viernes, 11 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 68

—Eso  es  todo  un  incentivo  —dijo  Pedro.  Después  miró  seriamente  a  su  viejo  amigo—.  Estoy  en  deuda  contigo,  compañero.  Sé  que  removiste  cielo  y  tierra,  literalmente, para sacarme de allí. No estaría aquí si no fuera por tí.

—Todo el equipo ayudó. Eres uno de los nuestros. No íbamos a perderte. Ahora vete a casa y ponte en forma para que no tenga que rescatarte la próxima vez que nos llamen.

Poco  después  de  que  Sergio abandonara  el  avión,  la  enfermera  le  llevó  a  Pedro los  calmantes  que  se  había  negado  a  tomar  durante  los  días  anteriores  y  consiguió  persuadirlo para que se los tomara, recordándole que el vuelo sería largo y que debía estar descansado cuando llegaran a Florida.

—No querrá que su familia se asuste al verlo, ¿Verdad?

Pedro se tomó las pastillas. El efecto de un par de calmantes se le habría pasado mucho  antes  de  llegar  a  casa.  Quería  estar  completamente  despejado  cuando  viera  a  Paula. Quería recordar cada segundo de su reencuentro. Pasó dormido la mayor parte del interminable vuelo, pero en cuanto el piloto les informó de que estaban a una hora de Miami, llamó a la enfermera.

—¿Puede ayudarme a afeitarme?

—¿Quiere estar guapo para su esposa? — le preguntó ella, sonriendo.

—Espero que acepte serlo. 

La enfermera sonrió.

—Entonces, sí que necesita adecentarse un poco. Veamos qué podemos hacer.

No  podía  hacerse  gran  cosa  debido  a  los  vendajes,  pero  Pedro pensó  que  una  gorra de brillante azul turquesa le daría un aspecto alegre.En cuanto el avión aterrizó, vió a toda su familia en la pista, esperándolo, junto con una ambulancia lista para llevarlo al hospital de Miami, donde le harían una revisión antes de permitir que se fuera a casa, a su cama, donde tanto deseaba estar. Su mirada buscó frenéticamente entre la gente reunida hasta que finalmente se posó  en  Paula.  Estaba tan guapa que  se  quedó  sin  aliento.  Ella era  la  razón por la  que  había sobrevivido, lo que lo había hecho luchar por mantenerse con vida. Sus palabras al  teléfono  le  habían  dado  esperanza  no  solo  porque  hubiera  admitido  que  lo  quería,  sino por la promesa que había en su voz de que no volvería a rechazarlo otra vez. Pero, en cuanto lo viera lleno de vendajes, tal vez se lo pensaría mejor. Se volvió hacia la enfermera.

—¿Usted qué cree? ¿Puedo conseguir a la chica con este aspecto?

—Caerá de rodillas ante usted. Pero intente que se le quiten los moratones antes de la boda. Van fatal con el esmoquin.

Pedro deseaba poder bajar del avión por su propio pie, pero eso era imposible. Lo sacaron en camilla y lo dejaron al pie de la escalera para que su familia lo rodeara. Sus hermanas lo abrazaron bulliciosamente, mojándole las mejillas con sus lágrimas.

—Eh, ya vale de llantos —les ordenó—. No estoy muerto, y me están arruinando el maquillaje.

—Dejenme  paso  —gritó  su  madre,  apartando  a  sus  hijas  para  inclinarse  y  depositar un beso en su mejilla. Le murmuró algo al oído y luego se santiguó y añadió una rápida plegaria.

—Me pondré bien, mamá.

Ella le guiñó un ojo.

—Nunca lo he dudado. Tienes una buena razón para vivir, ¿No?

Pedro miró a Paula y asintió lentamente.

—Sí, definitivamente tengo una buena razón para vivir.

—Ahora  te  dejaremos  con  Paula y  te  veremos  luego  en  el  hospital  —le  prometió  su  madre  y  después  se  inclinó  para  susurrarle—.  No  pierdas  ni  un  minuto,  niño.  Creo  que está lista para decir que sí.

Pedro sonrió.

—Espero que tengas razón, mamá.

Paula lo miró a él y luego a su madre.

—¿Razón sobre qué?

La mujer le dió un golpecito en la mejilla.

—Cotillear es de mala educación.

Después de que los otros se hubieran ido, Pedro miró a los ojos a Paula.

—Ven aquí —le ordenó suavemente.

Ella dió un paso adelante, con los ojos brillantes por las lágrimas, y lo tomó de la mano.

—Tenías que irte y demostrarme que tenía razón, ¿Verdad?

—musitó.—Yo tenía razón —la contradijo él—. Te dije que siempre volvería, pasara lo que pasara.

—Entonces, supongo que tú ganas —dijo ella.

—¿Qué?

— Si es que todavía me quieres...

El  dolor,  temporalmente  amortiguado  por  los  calmantes,  volvió  con  toda  su  fuerza, pero  Pedro lo  reprimió.  El  momento era  demasiado dulce  para  permitir  que  lo  arruinara.  Respiró hondo para intentar relajarse y concentrarse en ella.

—¿Me estás diciendo que sí?

 —Creía que la sorda era yo —bromeó ella.

Él le tocó la mejilla suavemente.

—¿Oyes lo que está diciendo mi corazón? —dijo, mirándola fijamente.

Ella puso una mano sobre su pecho y sintió el latido de su corazón.

—Creo que sí —dijo.—Late  porque  yo  sabía  que  volvería  contigo,  porque  te  lo  prometí.  Tú  me  has  salvado la vida. Ahora, estamos en paz.

Ella empezó a llorar.

—Estaba muy asustada —murmuró.

—No  puedo  prometerte  que  esto  no  volverá  a  ocurrir  —dijo  él  sinceramente—. Pero  te  quiero,  Pau.  Quiero  que  pasemos  muchos  años  juntos  y  que  nuestros  hijos  sean tan listos y valientes como su madre.

Ella sonrió.

—Listos, puede, pero ¿Valientes? Yo no soy valiente. El valiente eres tú.

 Él le puso un dedo bajo la barbilla.

— No. Siempre es más duro quedarse atrás, esperando. Lo sé.

—Y yo sé que no me sentiría mejor si te dejara ahora. Siempre tendría miedo. Tú eres mi amor, Pedro Alfonso, para bien o para mal.

—Sergio quiere que hagamos una boda doble —dijo él—. ¿Tú qué crees?

—Me parece muy bien —dijo ella—. No quiero perder ni un minuto más —y, como si quisiera demostrárselo, lo besó en los labios—. Pedro—musitó cuando se apartó, con aire un poco aturdido—. Creo que me has devuelto la música.

—¿Hmm?

Una sonrisa se extendió por la cara de Paula.

—Me parece estar oyendo campanas.

Él se echó a reír.

—Sabía que lo conseguiría, querida. Sabía que lo conseguiría.

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