viernes, 18 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 8

—¿La vista del puerto? —le preguntó casi sin voz.

La hizo volverse para mirarla directamente a los ojos.

—Esta vista.

La emoción sin adulterar que percibió en su mirada le confirmó que nada tenía que ver con el puerto. Casi lo esperaba, se dijo, obligándose a no moverse. Era la prueba que se había impuesto a sí misma al acceder a acompañarlo. Como no contestaba, Pedro comenzó a masajearle los hombros con movimientos lentos pero persuasivos, hasta que Paula quiso derretirse.

—¿Sin comentarios, Paula?

Ella negó con la cabeza.

—Es la frase perfecta.

Él frunció el ceño.

—Por experiencia te digo que es la frase utilizada por la gente que tiene algo que ocultar.

Se apartó de él como si sus manos la quemaran. No podía saber su secreto, pero aquello la hizo reaccionar. O a lo mejor, el efecto de su proximidad. O ambos.

—¿Qué pasa, Paula? —le preguntó él, mirándola con atención—. ¿He dicho algo malo?

Ella resistió el deseo de cruzarse de brazos para protegerse, y se acercó al ventanal que daba a la enorme terraza. La vista podría haber sido un cuadro, porque toda su atención estaba centrada en él.

—No ha sido buena idea venir aquí.

—Todo lo contrario. Es la única idea buena que he tenido en mucho tiempo.

«Date la vuelta y enfréntate a él, o nunca podrás hacerlo», se ordenó, pero le
resultó imposible.

—No puede ser. Pedro Alfonso es una verdadera fuente de buenas ideas.

—Ya sabes que estoy hablando del terreno personal.

—No es un aspecto en el que yo tenga derecho a entrar.

Su mirada se endureció.

—¿Porque no sientes nada por mí, o porque sí lo sientes?

¿Cómo dar respuesta a lo que no la tenía? Recogió el bolso y se dirigió a la puerta, pero él se interpuso.

—Aún no puedes marcharte. Te he hecho una pregunta.

—Puedo marcharme cuando quiera —dijo, aunque no sabía si era cierto.

Y él también se dio cuenta, así que intentó sacarle ventaja.

—Mándame al diablo ahora mismo, y sabré que estoy perdiendo el tiempo. No volveré a molestarte nunca.

—¿Dejarás de investigar a la fundación?

—No hasta que averigüe lo que he venido a saber, pero te garantizo que seré un observador modélico. Ni siquiera te darás cuenta de que estoy.

Y el sol no volvería a salir por las mañanas. Mientras que Pedro siguiese caminando sobre la tierra, no podría pasar desapercibido para ella.

—No funcionará —dijo, moviendo la cabeza—. Encontrarías el modo de hacerte notar.

—Cualquiera diría que soy uno de esos cazadores de gloria —se quejó, herido—. Pero en el fondo, puede que tengas razón. Sin embargo, hay otra solución.

—¿Cuál?

—Podemos hacer el amor aquí y ahora, y dejar luego de pensar en ello.

La solución era tan típica de él que casi se echó a reír.

—¿Y qué te hace pensar que eso puede solucionar algo?

Su sonrisa le resultó insufrible.

—Puede que no, pero es mucho más divertido que quedarnos en la puerta discutiendo toda la noche.

Entonces recordó, cuando ya era demasiado tarde, que según Pedro todos los problemas podían solucionarse en la cama. Desgraciadamente, había tenido razón en más ocasiones de las que a ella le gustaría reconocer. Pero eso había sido en el pasado.

—Lo siento, Pedro. Tengo otros compromisos.

—¿Te refieres a un compromiso con otro hombre? ¿El que te impidió venirte conmigo a Estados Unidos?

—No hubo nadie más entonces, y no lo hay ahora —suspiró—. Simplemente he decidido seguir sola, teniendo en cuenta las complicaciones que acompañan al amor.

No tenía sentido decirle que sola había estado desde que él se marchó. El embarazo había impuesto sus propias limitaciones, pero es que en realidad ningún otro hombre le había interesado. Para él no había sido así. Poco había esperado para lanzarse a otra relación. El dolor creció. Los celos. La ira. Otras emociones que se negó a identificar. Todos ellos en un nivel que solo Pedro sabía activar. Tenía que salir de allí cuanto antes.

Y él detectó su prisa por marcharse en lo brusco de sus movimientos.

—¿Qué es tan importante para que tengas tanta prisa por marcharte?

—Mi vida.

—¿Tu libro y tu preciosa fundación?

Ella asintió y él la miró con escepticismo.

—¿Pueden darte calor por las noches, Paula? ¿Pueden rodearte de amor y calor como mis brazos?

Antes de que tuviera tiempo de defenderse, él la tomó en sus brazos, y aunque ella intentó resistirse, fue inútil. Pedro sabía bien cómo hacer para que se derritiera. Como por voluntad propia, sus brazos lo abrazaron, y nada más sentir sus musculosos contornos, supo que estaba perdida. Llevaba dieciocho meses soñando con estar así, la cabeza apoyada en el hueco de su hombro, acunada por el latido de su corazón. Pero sus latidos no eran precisamente estables, sino tan rápidos como los de ella.

—Dime otra vez que prefieres el celibato —susurró él, tras dibujar con besos la línea de su pelo antes de capturar su boca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario