lunes, 21 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 15

El problema era que, precisamente por eso, había quedado incapacitada para cualquier otro amante porque, una vez que se conocía lo mejor, no podía conformarse con menos. Y a pesar de que nunca había ocultado que deseaba un compromiso profundo y duradero, se había contentado con lo que Pedro estaba dispuesto a ofrecerle porque su pasión era tan adictiva que ya no podía pasar sin ella. Y no iba a permitir que volviese a ocurrir.

—Antes no confiabas lo suficiente en mí, y ahora es obvio que sigues pensando lo mismo.

—Soy periodista, y como tal me interesan los hechos —dijo—. La confianza es algo intangible.

—Lo mismo que el amor —le recordó—, pero ambas cosas son necesarias para hacer funcionar una relación.

Pedro estuvo mirándola hasta que ella sintió que la piel le ardía.

—Nos iba muy bien con lo que teníamos.

Paula apoyó las palmas en la mesa.

—No nos iba tan bien, si rompimos.

—No fue por falta de confianza; al menos no por mi parte.

La sangre se le heló al recordar la historia en la que sabía que estaba trabajando. ¿Estaría intentando decirle que conocía su secreto? No podía ser. Era demasiado pronto. Temía que llegase el momento en que conociera la verdad, pero esperaba disponer de un poco más de tiempo para prepararse.

—¿Qué estás diciendo?

—Que toda esta conversación sobre el amor y la confianza no es más que una cortina de humo. Tú querías encontrar una excusa para dejar de verme y yo te la proporcioné, tonto de mí, aceptando un trabajo en el extranjero. Si hubiese rechazado la oferta, te habrías inventado alguna otra razón para dejarme.

Paula sabía que su confusión debía vérsele en la mirada.

—Tal y como lo cuentas, parece que la decisión fue solo mía.

—¿Y no lo fue? —preguntó, y de pronto creyó oír el ruido de una trampa al cerrarse—. ¿Es que vas a negar que ya estabas embarazada cuando te pedí que te vinieras conmigo?

Sintió que la espalda se le doblaba y solo años de preparación como modelo la ayudaron a mantenerse erguida, a pesar de que la habitación había empezado a girar.

—Yo..., no...

Al ver cómo su rostro adquiría un tono ceniciento supo que acababa de confirmarle lo que solo había sido una sospecha.

—Entonces, es cierto —su voz sonó como una galera de invierno azotando un paisaje helado—. Estoy investigando una red de tráfico de niños en un hospital. Un empleado me facilitó el acceso a sus historiales en el ordenador y encontré tu nombre en la lista de mujeres que habían sido admitidas en la maternidad durante el periodo que estoy investigando. Nos interrumpieron antes de que pudiera enterarme de todo, así que no sabía qué pensar. En un principio supuse que se trataba de un error, o de otra persona con el mismo nombre, pero ya veo que no. Tuviste un hijo, ¿Verdad?

Paula dudó. Llevaba un año imaginándose cómo sería él momento en que Pedro se enterase de la verdad, y por mucho que lo deseara, nunca había podido imaginar que en ese momento le ofreciera sus brazos como consuelo y comprensión. Y estaba claro que no iba a ser así. Tenía los puños apretados y parecía costarle trabajo mantener los brazos pegados al cuerpo.

—Dios del cielo —murmuró entre dientes, el rostro lleno de angustia—. Todos estos meses pasados he estado torturándome, preguntándome si debería haberme quedado, cuando tú ya estabas embarazada de otro hombre.

Saber que en algún momento había dudado de si había hecho bien en marcharse fue un efímero consuelo para Paula.

—Ya vuelves a hacerlo.

—¿El qué?

—Apartar una emoción buena y sincera convirtiéndola en otra cosa.

—Eso no tiene ningún sentido.

—Yo creo que sí. Tú nunca has querido intimar, Pedro; ni conmigo, ni con nadie. La intimidad hace que te sientas amenazado, vulnerable. Cuanto más tiempo pasábamos juntos, más me convencía de ello. Lo sé porque tú no eras el único que sentía esa intimidad, ese deseo de vivir algo duradero. Pero eso nunca ocurrirá mientras respondas a la intimidad apartándome de tu lado. Acusándome de estar viéndome con otro hombre.

—¡No soy yo quien te acusa, maldita sea! Acabas de admitir que estabas embarazada cuando me marché.

—Y lo estaba —dijo con una voz que era poco más que un susurro.

Por fin había conseguido llegar hasta él y vió que la dureza de su expresión se derrumbaba. Si en algún momento había llegado a pensar que el bebé podía ser suyo, debía haberlo descartado inmediatamente.

—¿El bebé era hijo mío? ¿Cómo es posible? Tomábamos precauciones.

—El médico me dijo que fallaron por la gripe aquella que tuve. No fue culpa de nadie. Solo una de esas cosas que pasan.

—Un niño no es una de esas cosas —dijo en un tono glacial.

—No me refería a eso. El bebé lo habría sido todo para mí. Tienes que creerme.

Pedro tardó un segundo en reaccionar.

—Lo siento —dijo sin más—. Conociéndote no debería haberlo pensado. Será mejor que me lo cuentes todo.

A pesar del daño que le había causado, deseó que hubiese un modo de ahorrarle el dolor que sabía que iba a infligirle.

—Era niño. Lo llamé Bautista. Nació... muerto.

Le vió mantener el control a duras penas y el corazón se le encogió.

—¿Qué salió mal?

—El cordón umbilical se le enrolló alrededor del cuello y no podía respirar. Simplemente, no estaba destinado a vivir.

—He tenido un hijo.

Aquella frase tan simple fue como un cuchillo clavado en el corazón de Paula.

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