viernes, 4 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 55

Paula probó  automáticamente  la  comida,  pero  apenas  se  daba  cuenta  de  lo  que  hacía.  Tenía  que  luchar  contra  el  deseo  de  lanzar  subrepticias  miradas  al  hombre  sentado  frente  a  ella.  Allí  pasaba  algo  que  no  lograba  entender.  El  comportamiento  solícito de Pedro, las velas, la pequeña escena en el pasillo, todo parecía apuntar hacia la  seducción.  Ella  no  tenía  mucha  experiencia  en  ese  sentido,  pero  estaba  segura  que  esa no era la forma en que se comportaban los simples compañeros de piso. Podía  dejar  que  la  velada  siguiera  su  curso  o  podía  hacerle  unas  cuantas  preguntas y tomar las riendas de la situación. Mucho tiempo antes se había prometido a sí misma no dejar que las circunstancias controlaran su vida. Los siguientes minutos podían resultar embarazosos, sobre todo si había interpretado mal la situación, pero al menos sabría a qué atenerse.

—Pedro—él la miró con expresión inquisitiva—. ¿Qué pasa aquí? —le preguntó.

—Que estamos cenando.

—¿Y aparte de eso?

Los  labios  de  él  se  curvaron  ligeramente,  pero  sus  ojos  estaban  muy  serios  cuando la miró.

—¿Qué te hace pensar que pasa algo?

 —Tú —Paula señaló las velas—. Y esto.

—¿Te disgusta el ambiente?

—No —dijo, sin intentar ocultar su irritación—. No exactamente.

—Entonces, ¿Qué?

Paula deseó  borrar  la  expresión  cándida  de  su  cara.  Tal  vez  con  un  poco  de  brusquedad lo lograría.

—¿Tratas de seducirme? —le preguntó.

Esa vez, los labios de Pedro se curvaron en una amplia sonrisa.

—Sí  —contestó llanamente.

Paula  se  quedó  mirándolo,  boquiabierta.  No  había  esperado  que  lo  admitiera.  Y,  una  vez  que  lo  había  hecho,  ¿qué  se  suponía  que  debía  hacer?  ¿Olvidarlo?  ¿Ponerse  digna y levantarse de la mesa? ¿Marcharse de su casa? El  problema  era  que  se  le  había  secado  la  garganta  y  su  cuerpo  parecía  gritar:  «¡Hip hip hurra!».

—¿Te molesta? —preguntó Pedro con indolencia.

Paula tragó saliva.

—No —murmuró al fin—. No, no me molesta.

Él sonrió.

—Bien —la  tomó  de  la  mano  y  le  dió  un  beso  en  la  palma.  Ella  sintió  un  escalofrío—. Come —le ordenó—. Vas a necesitar las energías.

Paula sintió la tentación de hacer un ingenioso comentario sobre su ego masculino, pero no lo hizo. Agarró el tenedor y comió. Pero le resultó difícil concentrarse en las judías y el arroz, porque no dejaba de pensar en el postre.

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