Paula probó automáticamente la comida, pero apenas se daba cuenta de lo que hacía. Tenía que luchar contra el deseo de lanzar subrepticias miradas al hombre sentado frente a ella. Allí pasaba algo que no lograba entender. El comportamiento solícito de Pedro, las velas, la pequeña escena en el pasillo, todo parecía apuntar hacia la seducción. Ella no tenía mucha experiencia en ese sentido, pero estaba segura que esa no era la forma en que se comportaban los simples compañeros de piso. Podía dejar que la velada siguiera su curso o podía hacerle unas cuantas preguntas y tomar las riendas de la situación. Mucho tiempo antes se había prometido a sí misma no dejar que las circunstancias controlaran su vida. Los siguientes minutos podían resultar embarazosos, sobre todo si había interpretado mal la situación, pero al menos sabría a qué atenerse.
—Pedro—él la miró con expresión inquisitiva—. ¿Qué pasa aquí? —le preguntó.
—Que estamos cenando.
—¿Y aparte de eso?
Los labios de él se curvaron ligeramente, pero sus ojos estaban muy serios cuando la miró.
—¿Qué te hace pensar que pasa algo?
—Tú —Paula señaló las velas—. Y esto.
—¿Te disgusta el ambiente?
—No —dijo, sin intentar ocultar su irritación—. No exactamente.
—Entonces, ¿Qué?
Paula deseó borrar la expresión cándida de su cara. Tal vez con un poco de brusquedad lo lograría.
—¿Tratas de seducirme? —le preguntó.
Esa vez, los labios de Pedro se curvaron en una amplia sonrisa.
—Sí —contestó llanamente.
Paula se quedó mirándolo, boquiabierta. No había esperado que lo admitiera. Y, una vez que lo había hecho, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Olvidarlo? ¿Ponerse digna y levantarse de la mesa? ¿Marcharse de su casa? El problema era que se le había secado la garganta y su cuerpo parecía gritar: «¡Hip hip hurra!».
—¿Te molesta? —preguntó Pedro con indolencia.
Paula tragó saliva.
—No —murmuró al fin—. No, no me molesta.
Él sonrió.
—Bien —la tomó de la mano y le dió un beso en la palma. Ella sintió un escalofrío—. Come —le ordenó—. Vas a necesitar las energías.
Paula sintió la tentación de hacer un ingenioso comentario sobre su ego masculino, pero no lo hizo. Agarró el tenedor y comió. Pero le resultó difícil concentrarse en las judías y el arroz, porque no dejaba de pensar en el postre.
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