viernes, 18 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 10

Tres días más tarde, Paula supo que había hecho lo correcto al alejarse de Pedro, aunque no conseguía sentirse bien por ello. Estaba cuidando a los hijos de su hermano cuando el sonido de la puerta principal al abrirse y cerrarse le dijo que su cuñada había vuelto. Laura entró en la habitación y dejó el maletín en la mesita.

—¿Se han dormido los niños?

—Por fin —suspiró con alivio.

Laura sonrió.

—Espero que no te hayan dado mucho la lata.

—Claro que no. Cole es un diablillo de dos años, pero me lo paso en grande con él, y Valentina es tan dulce, con esa forma de llamarme Paua con el aire que se le escapa por los dientes que le faltan... ¿Cómo iba a negarles nada?

—¿Quieres comer conmigo?

Paula asintió.

—Esta tarde tengo cito con un publicista y luego cenaré con un posible benefactor de la fundación, pero hasta entonces, estoy libre.

—¿Cómo puedes pasar tanto tiempo con gente cuyo único atractivo es su cuenta bancaria?

—No siempre es así. Además, si es por los niños, merece la pena.

—Nunca hemos hablado de ello, pero supongo que no puede ser fácil para ti estar tratando con niños todos los días. Incluso estar con los míos debe costarte.

Paula suspiró.

—Cuando los baño, o cuando juego con ellos siento a veces pena por lo que podría haber sido. Pero luego me doy cuenta de la suerte que tengo de ser tía de los niños. Además, estar con ellos me ayuda a curar las heridas.

—Los niños son así. Sobre todo cuando duermen —Paula se rió—. En fin..., que no sé por qué, todo tiene que surgir siempre cuando la niñera tiene el día Ubre. Aunque si la señora McCarthy cambia su testamento una sola vez más, me ocuparé personalmente de que sea la última.

Paula volvió a reír. Su cuñada era abogada y había decidido trabajar en casa mientras sus hijos fueran pequeños. La cliente a la que se refería estaba impedida físicamente, pero aún conservaba sus facultades mentales intactas, de modo que utilizaba su testamento como arma para manejar a su clan a su antojo. Se acomodó en un taburete y desde allí contempló la facilidad con que Laura  preparaba unos sándwiches. Su cuñada pertenecía a una familia de seis hermanos, todos menores que ella, así que poseía mías cualidades domésticas increíbles. Además, eran buenas amigas. Su hermano Gonzalo solía tomarle el pelo diciéndole que se había casado con Laura solo por complacerla a ella.

Pero por supuesto no había sido así. Su hermano y Laura se habían conocido durante un juicio en el que su cuñada defendía a un paciente que se quejaba de una negligencia médica. Había sido un flechazo, según su hermano.

—No he tenido oportunidad de preguntarte qué tal te fue la presentación del lunes —dijo su cuñada mientras abría un bote de mostaza.

Paula dibujó algo con un dedo en el mármol de la encimera.

—Como siempre.

—Es la primera vez que hablas así de una presentación —se sorprendió Laura, volviéndose a mirarla—. Siempre habías dicho que cada una es distinta. ¿Qué te ha pasado esta vez?

—Pues que Pedro Alfonso está investigando el trabajo de la fundación.

Laura contuvo la respiración. Conocía perfectamente la historia y había apoyado a Paula durante el embarazo y el desafortunado fallecimiento de su hijo. Aparte de su médico, Gonzalo y ella habían sido las dos únicas personas en las que Paula había confiado. Sabía que Laura seguía sintiéndose mal por haber estado en el extranjero cuando nació el bebé, pero se habían desplazado a Inglaterra a ingresar a su madre en una residencia. Habían vuelto lo antes posible, pero fue ya demasiado tarde. Desde luego su presencia no habría podido cambiar nada, les había asegurado ella, y luego recibió su apoyo para todo lo demás, incluido el funeral del bebé. Laura lloró casi tanto como ella y no dejó de apoyarla un solo instante durante los días que siguieron.

—Vaya..., qué horror. ¿Cómo reaccionaste al verlo?

Paula tardó un instante en contestar.

—¿Te refieres a si he cometido alguna estupidez... de cualquier tipo?

Laura la miró fijamente un instante y Paula casi tuvo la certeza de que había sabido ver más allá de sus palabras.

—Solo espero que sepas cuidarte —contestó—. No me imaginaba que Pedro fuese de los que colaboran con organizaciones benéficas.

—Y no lo es. Está escribiendo una serie de artículos sobre las organizaciones sin afán de lucro que se benefician más a ellas mismas que a las personas que se supone que quieren ayudar.

Laura la miró sorprendida.

—Supongo que sabrá que vuestra fundación es honrada. De otro modo tú no colaborarías.

Paula asintió. Laura sabía que después de terminar su relación con Pedro y de perder al bebé, no quería enfrentarse al mundo y mucho menos tener nada que ver con una causa que la pondría en contacto diario con niños. Tampoco quería retomar su cadera de modelo, de modo que se había quedado encerrada en sí misma, de espaldas al mundo. Pero la publicidad que había suscitado sus esfuerzos por ayudar a la madre de los trillizos había tardado en acallarse, y poco a poco se fue viendo envuelta en proyectos de esa misma naturaleza, hasta que llegaron a convertirse en una ocupación permanente.

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