viernes, 4 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 52

Él  le  acarició  la  mejilla,  tratando  de  difuminar  las  arrugas  de  tensión  que  se habían formado en torno a su boca.

—Lo siento. Pensaba que tal vez así podrías recuperar algo de lo que perdiste.

—No. Eso solo empeoraría las cosas — ella enterró la cara contra su hombro.

Pero Pedro no quería abandonar la idea. La apartó de él y la miró a los ojos.

—Hasta  esta  noche  pensabas  que  no  serías  capaz  de  bailar  otra  vez,  y  mírate.  Deberías pensar en ello.

La  apretó  más  fuerte  y  la  hizo  girar  por  la  pista  de  baile  en  una  serie  de  intrincados  pasos  que  ella  siguió  sin  un  solo  tropiezo.  El  color  volvió  a  las  mejillas  de  Paula y el brillo a sus ojos. Cuando la música se detuvo, volvía a reír.

—De acuerdo, de acuerdo, puedo bailar, pero solo si tú me llevas.

—¿Y cuál es el problema? —preguntó él, mirándola a los ojos.

La alegría de Paula  se desvaneció.

—Tú no siempre  estarás  aquí  —musitó  en  voz  tan  baja  que  él  apenas  la  oyó  por  encima de la música.

Pedro sintió  deseos  de  negarlo,  de  decirle  que  siempre  estaría  allí,  pero  el  compromiso lo asustaba. Lo único que lo asustaba más era la idea de perderla. Sin  embargo,  durante  los  siguientes  días  eso  fue  exactamente  lo  que  sintió  que  estaba sucediendo. Paula todavía compartía su casa, pero había una distancia cada vez mayor entre ellos, una distancia que él no conseguía entender y que no parecía poder remediar.Ella volvía a sentirse fuerte y parecía haber recuperado una cómoda rutina que no lo incluía a él. Se pasaba el día en el trabajo y por las noches salía con sus amigos o se  encerraba  en  su  habitación  para  rellenar  el  papeleo  de  la  clínica.  En  más  de  una  ocasión, Pedro  la sorprendió mirando los anuncios de apartamentos, aunque, por suerte, el  mercado  de  alquileres  estaba  más  colapsado  que  nunca,  debido  a  la  cantidad  de  familias desplazadas por el huracán. Estaba seguro que se volvería loco si no encontraba algún modo de combatir esa compostura distante, esa fachada meticulosamente amable con que ella  lo recibía a la hora del desayuno.Pensó  en  decírselo  claramente,  en  preguntarle  por  qué  de  repente  se  había  alejado  de  él.  Sabía  que  todo  había  empezado  la  noche  que  pasaron  con  Nadia y  Sergio,  pero su amigo no le sirvió de gran ayuda cuando le preguntó si tenía alguna idea de por qué estaba enfadada Paula.

— A mí me parece que está bien —dijo Sergio.

—¿Y Nadia no te ha dicho nada?

—Lo creas o no, en las raras ocasiones en que paso algún tiempo con mi ex mujer, tú no eres nuestro tema de conversación —le contestó Sergio.

Pedro notó malestar en el tono de su amigo.

—¿Cómo van las cosas, por cierto? ¿Has hecho algún progreso?

—Depende de lo que consideres un progreso —dijo Sergio—. Su manada de admiradores  parece  estar  menguando,  pero  todavía  se  pone  hecha  una  furia  cuando  le  sugiero  que salgamos. Se me están acabando las ideas, y la paciencia.

Pedro sabía que debía hacer algo para romper el inexplicable distanciamiento de Paula. Tenía  la  sospecha,  basada  en  su  experiencia,  de  que  un  beso  podía  conseguirlo.  Solo tenía que encontrar una excusa, o la ocasión adecuada, para robarle uno. Aunque  su  horario  de  trabajo  eran  impredecible,  parecía  que  tendría  el  fin  de  semana  libre. Decidió  que  el  sábado  sería  la  ocasión  perfecta  para  que  pasaran  algún  tiempo juntos. Sacó el tema durante el desayuno, el viernes. Estiró el brazo a través de la mesa y tocó la mano de Paula para que levantara la vista del periódico.

—¿Tienes planes para mañana? —le preguntó cuando ella lo miró, sorprendida.

Durante  un  instante,  le  pareció  ver  un  destello  de  pánico  en  sus  ojos,  pero, finalmente, ella sacudió la cabeza.

—No. ¿Porqué?

—He pensado que podríamos pasar el día juntos.

—No  tienes  por  qué  hacerlo.  Yo  estoy  bien  sola.  Estoy  segura  que  tienes  cosas  mejores  que  hacer  que  ocuparte  de  una  invitada  que  ya  ha  abusado  demasiado  de  tu hospitalidad.

La última parte de la respuesta sorprendió a Pedro.

—Tú no abusas de mi hospitalidad. ¿He dicho algo que te haga pensar eso? Si lo he  dicho,  te  pido  disculpas.  Puedes  quedarte  aquí  todo  el  tiempo  que  quieras.  En  realidad, insisto en que te quedes.

Ella evitó su mirada.

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