miércoles, 30 de mayo de 2018

No estás Sola: Capítulo 32

Llevaba un cuarto de hora conduciendo cuando se dió cuenta de dónde estaba. No había tomado la decisión de ir al jardín donde estaba la placa de Bautista; es más, de hecho lo había evitado desde la noche que estuvo allí con Pedro, pero se encontró sin darse cuenta ante la puerta. Necesitaba unos momentos de tranquilidad y reflexión, se dijo, y bajó del coche.

Momentos después, estaba sentada en su banco favorito. El sol de la tarde se colaba entre las hojas de los árboles, prestándoles un halo dorado a las pequeñas placas de cobre. Poco a poco fue relajándose y dió las gracias al instinto que la había llevado hasta allí. Pero un momento después, esa sensación de bienestar fue alterándose, reemplazada por la sospecha de que alguien la observaba. Miró a su alrededor. Un hombre vestido con un mono oscuro estaba podando un rosal en un rincón del parque. Levantó la mirada brevemente y siguió con su trabajo. Debía ser su presencia lo que la había inquietado. Pero cuando volvió a mirarlo, se dió cuenta de que se había acercado. No estaba podando los rosales, sino más bien disimulando, porque no llevaba nada en las manos. Aun así, Paula se pidió calma. El hombre fue acercándose cada vez más, hasta que ella llegó a la conclusión de que ya estaba bien, y se levantó para dirigirse con paso decidido a su coche. El hombre echó a andar tras ella y Paula apretó el paso.

Cuando llegó a la entrada del parque, tenía el mando a distancia en la mano y abrió la puerta. Cuando se sentó en el asiento del conductor y cerró, respiraba como si hubiese corrido el maratón. Pero el corazón se le subió a la garganta cuando el desconocido corrió hasta el coche y llamó a la ventanilla.

—Espere. Quiero hablar con usted.

Paula no lo dudó. Puso el coche en marcha y aceleró a fondo, dejando al hombre atrás. No se detuvo hasta llegar a casa. Aquel tipo debía acosar habitualmente a las mujeres en los parques, y seguro que era inofensivo. Seguro. Pero... ¿Y si tuviera algo que ver con la flor misteriosa? Con manos temblorosas, marcó el número de Pedro.

—Contesta, por favor —murmuró mientras sonaba la llamada.

—Pedro Alfonso al habla.

Oír su voz fue un tremendo alivio.

—Pedro, gracias a Dios.

—Paula, ¿Qué te pasa?

—He estado en el parque —contestó, sin necesidad de especificar a qué parque se refería—. Un hombre me ha seguido hasta el coche.

—¿Qué aspecto tenía? —preguntó con un suspiro.

¿Por qué no le preguntaba si la había atacado, o si se encontraba bien, o algo así?

—Era más bajo que tú, con el pelo rubio oscuro y largo —le contó—. Estaba moreno, pero no parecía un moreno natural.

Recordar todos aquellos detalles le produjo un escalofrío.

—Matías Ellison.

—¿Cómo? ¿Lo conoces?

—Debería. Lo he contratado yo.

—¿Has contratado a un pervertido para que acose a las mujeres en un parque?

—No es un pervertido, Paula. Es un detective privado y un buen amigo. A veces me ayuda con las investigaciones. Cuando encontramos la rosa, le pedí que estuviera atento y que me informara de cualquier cosa sospechosa.

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