viernes, 11 de mayo de 2018

Mi Salvador: Epílogo Parte 1

Paula todavía no podía creerse la forma en que su madre se había implicado en los preparativos de la boda. Había insistido en pedir permiso en la universidad y había llegado  a  Miami  con  un  mes  de  antelación.  Se  había  instalado  en  la  habitación  de  invitados de Pedro y no había hecho ningún comentario respecto al hecho de que ella durmiera con su prometido en el dormitorio principal. En  realidad,  pareció  aceptar  a  su  futuro  yerno  desde  el  primer  momento.  Paula los  encontraba  constantemente  cabeza  con  cabeza,  hojeando  los  nuevos  álbumes  de  fotos que le había llevado, con algunas de las fotografías que se habían perdido en el huracán.  Sabía  que Pedro y  Juana habían  contribuido  en  la  confección  de  los  álbumes  y  estaba  conmovida.  Su  madre  no  podría  haberle  hecho  un  regalo  de  bodas  mejor. Pero,  si  el  vínculo  instantáneo  entre  su  madre  y Pedro había  sido  una  sorpresa,  más  sorprendente  aún  había  sido  la  inmediata  simpatía  entre  la  muy  estirada  Alejandra Chaves y  la  exuberante  señora  Alfonso.  Ambas  se  habían  puesto  al  frente  de  la  planificación de la doble ceremonia, dejando poco que hacer a Paula y a Nadia. Solo de vez  en  cuando,  su  madre  le  consultaba sobre  sus  preferencias  acerca  de  una  cosa u otra. En general, parecía estar disfrutando como nunca.

Paula observaba todo esto con creciente confusión. ¿Qué había sido de la mujer a la  que  conocía,  la  mujer  que  prefería  las  reuniones  de  la  facultad  a  las  cenas  familiares, la mujer que tenía dificultades para expresar sus sentimientos? Por fin, insistió en llevársela a comer para pedirle una explicación. Su madre se mostró asombrada y vagamente insultada por sus preguntas.

—Eres mi única hija. ¿Cómo no iba a querer implicarme en tu boda?

Paula procuró encontrar una explicación que no hiriera sus sentimientos.

—Desde  que  me  mudé  aquí,  papá  y  tú  han estado...  no  sé  cómo  decirlo...  distantes, supongo. Después del huracán, parecieron más bien aliviados cuando les dije que no era necesario que vinieran.

A pesar de sus cuidadosas palabras, su madre pareció impresionada.

—Oh, querida, siento mucho que te sintieras así. Teníamos miedo de resultar tan inútiles  como  cuando  perdiste  el  oído.  Pensamos  que  solo  haríamos  que  te  sintieras  peor. Y, cuando dijiste que estabas bien, decidimos que debíamos respetar tu decisión —sus  ojos  se  llenaron  de  lágrimas—.  No  sabes  la  agonía  que  fue  para  nosotros  saber  que estabas en el hospital, tan lejos, después de aquella tragedia. Y cuando nos dijiste que no nos necesitabas... Habría sido muy fácil insistir en que volvieras a casa, donde hubiéramos  podido  cuidar  de  tí,  o  venir  corriendo  a  Miami.  Pero,  si  lo  hubiéramos  hecho, no hubieras luchado con tanta energía por tu independencia —logró esbozar una desvaída sonrisa—. Y ahora no estarías con Pedro.

Paula se quedó asombrada por aquella explicación.

—¿Lo hicieron por mi bien? ¿Desde que me vine a vivir aquí?

— Sí, por supuesto. ¿Por qué, si no?

—Yo temía que estuvieran   decepcionados  conmigo,   o   tal   vez   incluso   avergonzados. Pensaba que os alegraba que me hubiera marchado.Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de su madre.

—Paula Chaves,  tú  nunca  podrías  decepcionarnos —declaró,  indignada—. Quedamos  destrozados  cuando  perdiste  el  oído.  Nos  culpábamos  por  no  haberte  cuidado  mejor.  Por  supuesto,  nos  entristecía  que  tuvieras  que  renunciar  a  la  música,  pero  por  tí,  no  por  nosotros.  Te  quisimos  desde  el  momento  en  que  naciste.  Y  nunca hemos  estado  más  orgullosos  de  tí  que  en  este  momento  —carraspeó,  intentando  visiblemente  mantener  la  compostura—.  Eres  maravillosa,  Pau,  ¿Es  que  no  lo  ves?  Hace  años  afrontaste  una  terrible  tragedia  y  la  convertiste  en  un  desafío  que  has  cumplido  de  sobra.  Y  volviste  a  hacerlo  después  del  huracán.  Has  encontrado  a  un  hombre  realmente  maravilloso  que  evidentemente  te  quiere.  Estoy  segura  que  tendremos  unos nietos  preciosos.  Nunca  te  he  visto  tan  feliz.  ¿Qué  más  pueden  pedir  unos padres para su hija?

Paula sintió  la  quemazón  de  las  lágrimas  y,  de  pronto,  le  pareció  que  su  mundo  entero volvía a cobrar sentido. Alargó una mano a través de la mesa y apretó la de su madre.

—Te quiero, mamá.

Sorprendentemente, su madre le contestó con signos.

—Te quiero, mi preciosa hija.

Esa  noche,  acurrucada  junto  al  hombre  que  se  convertiría  en  su  marido  al  cabo  de unos pocos días, Paula le contó la historia.

—Me  alegro  mucho  por  tí  —dijo  Pedro—.  Sé  cuánto  deseabas  recuperar  a  tu  familia, aunque levantaras la barbilla con valentía y dijeras que no te importaba nada.

—Ahora  sospecho  que,  si  les  damos  un  nieto,  nos  costará  mucho  librarnos  de  ellos.

Pedro la  hizo  ponerse  a  horcajadas  sobre  él  y  sonrió  al  empezar  a  moverse  dentro de ella por segunda vez esa noche.

—Pues vamos a darles lo que desean.



Pedro,  de  pie  junto  a  Sergio frente  al  altar  de  la  iglesia  a  la  que  su  familia  había  asistido toda su vida, se tiraba del estrecho cuello de su elegante camisa.

—Recuérdame que nunca más me ponga una de estas cosas —gruñó.

—Dices lo mismo en todas las bodas — dijo Sergio.

—Bueno,  gracias  a  Dios  ya  no  me  quedan  hermanas  ni  amigos  que  casar.  Estoy  salvado.

—Solo  hasta  que  crezcan  tus  sobrinos  —  replicó  Sergio justo  cuando  empezaba  a  sonar la música.

Pedro se  giró  y  vió  que  sus  hermanas  empezaban  a  recorrer  el  pasillo  con  sus  vestidos  de  color  pastel.  Nadia y  Paula habían  acordado  que  las  chicas Alfonso fueran  sus damas de honor. En realidad, habían estado de acuerdo en todos los detalles. Pedro sospechaba que lo único que le importaba a Nadia era volver a tener el anillo de Sergio en el dedo. Ni siquiera había pestañeado cuando Paula había insistido en que Juana fuera su madrina. En cuanto a esta última, se había echado a llorar cuando se lo había pedido. Al llegar ante el altar, Juana le guiñó un ojo impúdicamente y, luego, se colocó en su  lugar  mientras  la  música  subía  y  todo  el  mundo  se  volvía  para  mirar  a  las  novias.  Pedro observó de reojo los pies de Juana y vió que, por una vez,no se había puesto sus brillantes zapatillas.

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