—De acuerdo —dijo Gabriel, guiñándole un ojo a Pedro—. Pero nos debes una.
—Como siempre —dijo Pedro.
En cuanto se hubieron marchado, se volvió a mirar a Paula.
—Te he echado de menos.
—Pedro, no, por favor.
—¿No, qué? ¿No quieres que sea sincero?
—No, cuando no tiene sentido.
—Siempre tiene sentido decir la verdad. Antes de que tires por la ventana lo que hay entre nosotros, quiero que lo sepas todo.
—¿Todo? —preguntó ella, asombrada.
—Admito que me sorprende, pero creo que tenemos un futuro juntos. Nos veo casados, viviendo en mi casa por ahora, pero quizá luego en un sitio más grande, tal vez con una piscina en la parte de atrás. Nos veo teniendo hijos. Tal vez dos niños y una niña. Y nos veo envejeciendo juntos.
De pronto, ella empezó a llorar.
— Para —le suplicó—. Eso es precisamente lo que yo no veo.
—¿Que envejezcamos juntos?
—Sí. Cada vez que intento pensar en el futuro, veo algo terrible que te apartade mí.
Pedro intentó pensar en algo para reconfortarla, pero lo cierto era que sus temores podían cumplirse. Sin embargo, la vida estaba llena de esa clase de incertidumbres. Él podía matarse en un accidente de tráfico tan fácilmente como podía hacerlo en el trabajo.
—La vida no viene con garantía, da igual a qué te dediques —dijo—. Te quiero. ¿Eso no significa nada para tí?
—Lo significa todo —dijo ella, pero sus ojos todavía estaban llenos de dolor—. Pero no puedo casarme contigo. Necesito a alguien que siempre vuelva a casa, conmigo.
—Pero yo volveré —insistió él.
—Eso no puedes prometérmelo y al mismo tiempo seguir haciendo el trabajo que te apasiona.
—El trabajo que nos unió —señaló él.
Ella le acarició la mejilla.
—Y que forma parte de tí y es una de las razones por las que te quiero —dijo tristemente—. Pero también es la razón de que no pueda casarme contigo. Sencillamente, no puedo vivir con ese miedo.
Pedro miró sus ojos y comprendió que lo decía en serio. Se inclinó hacia ella y la besó en los labios y luego en las mejillas, húmedas, antes de darse la vuelta y marcharse.
Una semana después, en el escenario de otro terremoto, Pedro dió un mal paso y se encontró enterrado entre los escombros. El cemento y el acero se derrumbaban poco a poco a su alrededor, desgarrando su carne. El dolor era terrible, pero no tanto como la idea de que solo él había tenido la culpa, por arriesgarse demasiado. Había estado menos concentrado de lo que debía. Quería culpar a Paula, culparla del hecho de no poder olvidarse de ella, pero lo cierto era que se había precipitado, ansioso por acabar con el trabajo y volver a casa cuanto antes. Estaba completamente decidido a probarle que siempre volvería. Pero, de pronto, mientras entraba y salía de un estado de inconsciencia, le pareció que le probaría exactamente lo contrario. Tenía los suficientes conocimientos médicos como para saber que las cosas no iban bien. La sangre le manaba de la herida de la cabeza, que al menor movimiento le dolía como el golpe de un martillo. Una esquirla de metal se le había clavado en el muslo, aparentemente demasiado cerca de una arteria principal. Sintió ganas de vomitar, pero intentó tranquilizarse, respirar hondo, y apartar la mirada de la herida.Oía los ladridos frenéticos de Apolo y sabía que Sergio y los otros avanzaban hacia él poco a poco, excavando lentamente para llegar a donde se hallaba atrapado. Se imaginó cómo debía de haberse sentido Paula, atrapada como él y aterrorizada, con la vida dependiendo de desconocidos. No era de extrañar que no quisiera repetir la experiencia, aunque fuera de manera vicaria.Incluso él, que sabía que su vida estaba en manos de expertos, sentía un nudo de miedo en el estómago al pensar que tal vez se hubiera acabado su suerte. Confiar en Sergio y en los demás miembros de su equipo no le servía de gran ayuda, teniendo en cuenta que parecía muy cerca de morir desangrado o aplastado por los escombros en cualquier instante. Se imaginó la reacción de Paula al conocer la noticia. Su frustración crecía al pensar en la incertidumbre que ella debía de estar padeciendo. Se odió a sí mismo por hacerle pasar por aquello, pero también sabía que, si tuviera otra oportunidad, volvería a hacerlo. Su trabajo era importante y necesario, y él era bueno. La mayoría de las veces, al menos.Tuvo que resistir el deseo desesperado de empezar a escarbar frenéticamente. Sabía que debía conservar sus fuerzas. Y cualquier movimiento le causaba un dolor insoportable. Tenía que confiar en los hombres a los que conocía como si fueran sus hermanos. Mientras esperaba que llegaran en su ayuda, maldijo sus heridas, no por el dolor, sino porque ella las vería como pruebas de que había tomado la decisión adecuada. Maldijo el hecho de que hubiera equipos de televisión que estarían retransmitiendo todos los detalles del rescate.
Cuando la frustración y el dolor amenazaron con vencerlo, se concentró en permanecer tranquilo, en seguir vivo. No era el mero instinto de supervivencia lo que lo impulsaba. Era Paula. Le había hecho una promesa y tenía que luchar con todas sus fuerzas para cumplirla. Él no iba a morir enterrado en los mismos escombros de los que había rescatado a tantos otros. No iba a morir en ese momento; no, cuando finalmente había encontrado la mejor razón para vivir: una mujer a la que amaba con todo su corazón.
Me encanta esta novela , estoy esperando leer más capítulos
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