viernes, 25 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 25

Pedro sacó el teléfono del bolsillo. Iba a tener que andarse con pies de plomo en aquella conversación si no quería despertar sospechas en Paula.

—Pedro Alfonso.

—¿Estás solo?

La mujer parecía asustada. Ojalá pudiera asegurarle que después de aquella noche todo volvería a la normalidad, pero los dos sabían que no era cierto. Hasta que los criminales no fuesen detenidos, seguiría corriendo peligro. Era admirable el valor que había demostrado al acudir a él.

—Sí. ¿Has averiguado algo más sobre el caso del que te hablé?

—Lo siento —contestó—. Al bebé se le practicó una prueba de ADN poco después de nacer. No hay ninguna posibilidad de que fuese hijo tuyo.

No se había dado cuenta de hasta qué punto esperaba una respuesta distinta hasta que sintió el aliento helado de la desesperación. De pronto se sintió agotado, vacío, desilusionado. Sabía desde el principio cuál iba a ser la respuesta, pero para su tranquilidad había decidido investigarlo. Menos mal que no había compartido sus sospechas con Paula. No tenía por qué volver a pasar por algo así.

—Gracias. ¿Y los demás informes? ¿Has podido...?

—Viene alguien. Tengo que cortar. Y la línea quedó muda.

—Maldita sea...

—¿Qué ocurre?

Paula lo observaba desde el sofá; había cubierto su desnudez con una manta de suaves tonos pastel. Aún tenía la piel arrebolada y los ojos brillantes. Si había algún antídoto para la desilusión, era ella.

—Nada —dijo, odiando tener que mentirla—. Una pista que estaba siguiendo y que no ha conducido a nada, al final.

Algo en su voz despertó las sospechas de Paula.

—¿Sobre el tráfico de niños?

Él asintió sin mirarla a los ojos.

—Mi contacto en el hospital estaba intentando localizar cierta información, pero no ha resultado ser nada interesante.

—¿Tenía algo que ver con nuestro hijo?

—Ya sabes que no.

Paula cruzó los brazos encima del pecho. Presentía algo extraño. Tenía miedo, y no sabía por qué.

—¿Seguro?

Pedro suspiró. Solo iba a conformarse con la verdad, así que se puso los pantalones y se sentó junto a ella en el sofá. Paula intentó no perder la compostura, mantener el ritmo normal de la respiración, incluso sonreír, pero sabía que lo que oyera no iba a gustarle.

—He llegado a la conclusión sin ningún género de dudas que, poco más o menos cuando tuviste a tu... a nuestro hijo, un grupo de empleados del hospital estaba cambiando bebés enfermos por bebés sanos, e incluso en una ocasión, cambiando a un bebé muerto por otro vivo —se pasó la manos por los ojos—. Por un momento, pensé que nuestro hijo podía haber sido uno de ellos.

Paula sintió que las paredes de la habitación se cernían sobre ella. ¿Habrían podido cambiar a su hijo por el bebé enfermo de otra persona? La idea de que se pudiera traficar con la vida preciosa e inocente de un recién nacido le revolvió el estómago, pero si eso significaba que su hijo podía estar vivo, no le importaba.

—Dios mío..., ¿Es eso posible?

—Ha resultado ser una pista falsa. Lo siento. Siento no haberte dicho nada antes, pero no quería darte esperanzas antes de haberlo confirmado con mi contacto.

Los ojos de Paula echaban chispas.

—Y en su lugar decidiste que una distracción era lo mejor.

—Nada ha sido premeditado. Solo quería estar cerca cuando me diesen la noticia.

—¿Y cuándo pensabas compartirlo conmigo?

—No pensaba hacerlo. No tenía sentido.

—¿No tenía sentido hablarme de tus sospechas, tratándose de mi propio hijo? Por amor de Dios, Pedro, sé que te resulta difícil enfrentarte a tus propias emociones, pero deja que yo me enfrente a las mías. ¿Cómo has podido mantenerme al margen de un posible milagro?

La expresión de Pedro se volvió fría.

—No hay milagro que valga. Es cierto que otro niño nació pocos minutos después que el tuyo; era moreno también y tenía un perfil médico similar. Pero en los informes del hospital consta que la madre quiso que le hicieran una prueba de ADN al bebé, y esa prueba demostró que es su hijo sin ningún género de dudas. Genéticamente no puede ser ni tuyo ni mío. Y no quise decírtelo para que no te pusieras histérica.

—No estoy histérica, sino enfadada. No puedo creer que hayas sido capaz de hacerme el amor como si tal cosa mientras esperabas saber si nuestro hijo podía estar vivo.

Pedro se pasó la mano por el pelo.

—No sé de qué habría servido que nos sentáramos cada uno en una esquina del sofá a comernos las uñas.

—Puede que de nada, pero no puedo hacerme a la idea de que yo podía estar... pasándomelo bien en un momento así.

—Gracias, mujer —dijo en tono sarcástico—. Por lo menos eres capaz de admitir que has disfrutado.

Paula enrojeció.

—Esa no es la cuestión.

—Entonces ¿Cuál?

—Que puedas dejarme al margen en cuestión de sentimientos. Ese era nuestro problema antes, y sigue siéndolo ahora. Nada ha cambiado.

—Querrás decir que yo no he cambiado, y seguramente tienes razón. Micaela me dijo lo mismo cuando terminó nuestra relación, y ahora tú también me dices que soy un bastardo insensible, así que supongo que debe ser cierto. Si intentar protegerte es un delito, soy culpable.

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