lunes, 21 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 12

Calmarse era lo último que quería hacer.

—Prefiero acercarme a él teniendo la sangre caliente. Así podré quemarle si me desangro.

A pesar de la situación, Laura se rió.

—Pobre Pedro. No me gustaría estar en su pellejo.

—¿Cómo puedes decir «pobre Pedro»? Está utilizando su posición para desacreditarme solo por el hecho de que no me fui a la cama con él nada más verlo.

Laura movió la cabeza.

—Lo compadecía por cómo va a quedar después de que hayas acabado con él. Se va a encontrar con lo que no se esperaba.


La editorial del periódico era un curioso híbrido. Construida detrás de un edificio antiguo de piedra, la nueva torre se alzaba diecisiete pisos por encima de Macquarie Street, una de las calles históricas de Sidney. El editor de Tara estaba allí, lo mismo que la división editorial del periódico de Pedro, y al estacionar se preguntó cómo iba a asimilar tener que ir por allí con regularidad sabiendo que él estaba en el mismo edificio. No era el caso de aquella mañana, desde luego. Y claro, como era de esperar, no lo encontró en su despacho.

—¿Buscas a Pedro? —le preguntó alguien con una voz que le resultaba familiar—. Ha salido.

Paula se dió  la vuelta.

—Diego Brock... Me alegro de verte. Sigues trabajando para el periódico, por lo que veo.

—Hasta que llegue el hombre que me retire, no tengo otra opción —contestó—. He dejado de intentar ganar el Pulitzer y me he conformado con un cheque a final de mes.

Diego  era fotógrafo y Tara había trabajado en muchas ocasiones con él durante sus días de modelo.

—Tú nunca has andado detrás del Pulitzer, aunque tengas talento más que de sobra; siempre has preferido la seguridad del cheque a final de mes.

 Diego se rió.

—Nunca he podido engañarte, Paula. Oye, estás genial. Sé que estás dedicada a esa organización de niños, pero si alguna vez quieres volver a trabajar como modelo...

—He venido aquí en busca de sangre.

—¿La de Pedro?

—Sangre, huesos... Lo que sea.

—Supongo que has leído su columna —adivinó.

Ella adoptó una expresión de inocencia.

—¿Es que ha escrito algo sobre mí?

—Ni se le ocurriría, pero si se lee entre líneas... sabiendo lo que hubo entre ustedes, puede que sean las palabras de un hombre burlado.

—Yo no me burlé de él. Fue Pedro quien me dejó —aclaró.

Tenía que contenerse.

Diego era un amigo, no el enemigo.

Se sobresaltó al oír los primeros acordes de Jingle Bells en su teléfono móvil y Diego sonrió al verla contestar. Era pronto para la Navidad, pero la melodía era fácil de oír en un entorno ruidoso. Cuando colgó, vió que su mirada se había vuelto seria.

—¿Problemas?

—Una posible benefactora que ha llamado para cancelar una cena que teníamos esta noche. Parece ser que le ha surgido un imprevisto. Ya me imagino yo qué clase de improviso puede ser.

—A lo mejor estás exagerando. No todo el mundo lee la columna de Pedro.

—Puede que no todos los habitantes de África la lean, pero da la casualidad de que  sé que esta señora no se la pierde. Pero te garantizo que pienso recuperarla.

—Vaya.

—Sí, vaya. Cuando le ponga la mano encima a Pedro...

-Casi es mejor que no esté. Está sentándole de maravilla a la tirada.

Ella se rió.

—Tú y tus inseguridades. El periódico sobrevivió mientras Pedro estaba en Estados Unidos, así que volverá a sobrevivir sin él. ¿Cuándo vuelve?

—Está siguiendo una pista sobre una red de secuestro de recién nacidos.

Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

—¿Recién nacidos? Un tema un poco extraño en Pedro, ¿No?

—Al volver a Australia lo hizo con la condición de poder elegir él mismo sus temas, y este es uno de ellos.

Paula intentó mantener un tono indiferente.

—Parece fascinante. ¿De qué se trata?

Diego se encogió de hombros.

—No sé mucho. Creo que una madre iba a reunirse con su hijo de un año que al parecer le habían robado nada más nacer.

Paula sintió que le fallaban las piernas.

-¿Ah, sí?

Él asintió.

—Sí, todo muy emotivo. Pedro me pidió que hiciese unas fotografías del hospital, así que utilicé unas lentes de largo alcance para que no pudieran verme. El hospital tenía un nombre como de flor o algo así... Hospital Las Rosas, eso era.

Paula casi no podía respirar.

—Alucinante.

Diego frunció el ceño.

—No se te ocurra hablar de ello con nadie, Paula. Si alguien descubre la historia antes que Pedro, me matará. Es «su» bebé.

Temió desmayarse. Diego no podía saber hasta qué punto aquellas palabras le hacían daño. La columna de Pedro no era nada comparado con lo que acababa de saber: estaba investigando el hospital en el que ella había dado a luz hacía menos de un año. Sabía que no podía esperar que le hubiesen robado a su hijo. Recordaba perfectamente bien aquel cuerpecito pequeño e inmóvil que le había llevado el partero una vez fracasaron todos los intentos por reanimarlo, de modo que no albergaba esperanzas de que las cosas pudieran ser distintas para ella. Pero si Pedro había conseguido tener acceso a la información del centro, era probable que llegase a descubrir su nombre.

Diego la miró con preocupación.


—¿Estás bien? Te has quedado muy pálida.

Ella asintió.

—Es que apenas he comido nada en todo el día —se disculpó.

—Vamos a tomar un café y algo de comer —le ofreció.

No es que tuviera apetito, pero tenía que ocuparse en algo hasta que llegara Pedro, y sentía que las piernas empezaban a temblarle de nuevo. Además, aquel fotógrafo era de los que mejor le caían de toda la profesión.

—De acuerdo, pero no puedo quedarme mucho. Tengo una reunión en el edificio dentro de menos de una hora.

—Solo lo suficiente para que me cuentes qué piensas hacerle a Pedro cuando le eches el guante.

Lo verdaderamente peligroso del caso era lo que él podía hacerle a ella si llegaba a descubrir la verdad, pensó mientras salía del despacho junto a Diego. Lo que Pedro había dicho en su columna palidecería ante su reacción cuando se enterara de que ella le había ocultado el nacimiento de su propio hijo.

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